Gladys
Gordones Rojas y Lino Meneses Pacheco
Gordones,
G. Antropóloga. Museo Arqueológico de la Universidad de Los Andes, Avda. 3,
Edif. del Rectorado, Mérida, Edo. Mérida-Venezuela.
Correo
Electrónico: gordones@ula.ve
Meneses,
L. Antropólogo. Museo Arqueológico de la Universidad de Los Andes, Avda. 3,
Edif. del Rectorado, Mérida, Edo. Mérida-Venezuela.
Correo
Electrónico: lmeneses@ula.ve
-
La mujer en la iconografía prehispánica de Mérida
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Referencias Bibliohemerográficas
A partir del estudio de las figurinas cerámicas
pertenecientes a la colección del Museo Arqueológico Gonzalo Rincón Gutiérrez
de la Universidad de Los Andes, nos interesa demostrar desde una perspectiva de
género como la figura de la mujer en la iconografía prehispánica de Mérida está
relacionada con otros roles y estatus adjudicados en la literatura arqueológica
tradicional a la figura masculina.
Género, arqueología, femenino, masculino, Mérida.
THE PORTRAYAL OF FEMININE AND MASCULINE CHARACTERISTICS IN THE
PRE-HISPANIC ICONOGRAPH OCCURRING IN THE MOUNTAIN REGIONS OF MERIDA, VENEZUELA
From
the study of ceramic figurines in the Gonzalo Rincon Guiterrez Museum at the
University of the Andes in the city of Merida, Venezuela, it is shown that
gender representation portrayed in the figures of women in pre-Hispanic areas
of Merida is related to the role and status of the male figure discussed in
the annals of venerable archaeological literature.
Gender,
archaeology, feminine, masculine, Merida.
La
arqueología, al igual que otras disciplinas científicas, ha estado enfrascada
en modelos de interpretación que reflejan la ideología política dominante del
presente, en el sentido de que ignora y margina sistemáticamente el género
femenino en el presente y por extensión excluye lo femenino en las
interpretaciones de nuestro pasado histórico y cultural (Preucel y Hodder,
1999).
Ejemplo
de tal discusión es el trabajo desarrollado por la antropóloga venezolana
Natasha Brites (1995), cuando nos expone sus comentarios sobre los cráneos
deformados pertenecientes a las sociedades
que se asentaron en la cuenca del Lago de Valencia en tiempo prehispánico.
Según Brites se puede, “...notar que la mayoría de los cráneos con deformación
tubular oblicua pertenecen al sexo masculino (15 cráneos), pero le siguen en
número los cráneos de sexo femenino (9 cráneos), lo que indica que no podemos
equivocarnos al admitir que las mujeres
tuvieron también cierto rango social y de poder en
estas sociedades. Sin embargo, el poder
ejercido por los hombres
seguramente se diferenció al de las mujeres; es posible que los hombres se encargaran de las
actividades bélicas, de la organización y dominio sobre el grupo (jefatura y
cacicazgo), del comercio y la administración económica de los bienes, así como
del poder religioso, mientras que las mujeres
también participaron directa o indirectamente en las actividades de orden
religioso y en la dirección de las actividades económicas del grupo familiar.”
(Brites, 1995:43)[1].
De
igual forma, en los comentarios hechos por la también antropóloga Lelia Delgado
en su trabajo sobre la estética prehispánica en Venezuela (1985) se evidencia
tal situación cuando nos describe el rol que desempeñarían las mujeres en
tiempo prehispánico que, según la autora, estarían, "... indiscutiblemente
asociadas a los espacios domésticos, a la tarea del fogón, encargadas del
proceso de reproducción y socialización de los nuevos miembros del grupo
social, debieron asegurar una participación fundamental en el mantenimiento del
grupo familiar como unidad económica básica tanto de las sociedades aldeanas
como cacicales" (Delgado,1989:132).
Estas
visiones reducionistas de lo femenino con relación a lo masculino, donde la
mujer pareciera representar sólo un rol secundario de participación dentro de
su sociedad y su momento histórico, son para Janet Spector (1995) muy común en
la arqueología androcentrista que “... impone estereotipos de las mujeres sobre
mujeres viviendo en otros períodos y lugares culturalmente específicos..."
( Spector: 1999, 254).
Los estudios pioneros de género en arqueología
(Conkey y Spector, 1984) han evidenciado el sesgo genérico sobre las
construcciones del pasado y nos han indicado que lo femenino debe ser estudiado
en el marco de las relaciones sociales, económicas y culturales de una sociedad
determinada y no en relación de dependencia exclusiva con lo masculino.
Indudablemente, esta discusión tiene consecuencias
directas en el ámbito de la teoría arqueológica. Desde la perspectiva de la
arqueología social ya no estaríamos hablando de un sistema tricategorial (
Formación Económico Social, Modo de Vida y Cultura) para la explicación de los
procesos históricos de las sociedades pretéritas (Vargas, 1990), habría que
incluir en este sistema la categoría de género, por lo que estaríamos en
presencia de un sistema conformado por cuatro categorías que nos permitirán dar
cuenta del desarrollo histórico de la sociedad que estudiemos.
Si
se revisa la historia de la arqueología nos damos cuenta que la mayoría de las
investigaciones arqueológicas no han hecho énfasis en el/la individuo como
agente y sujeto/a activo/a que crea las tecnologías y las bases estructurales
de las culturas y las sociedades. Por lo general, las investigaciones
adelantadas por los/as arqueólogos/as han estado propensas a la generalización,
sobre todo cuando se refieren a la
cultura, la sociedad, a los cacicazgos, el estado, las tecnologías agrícolas y
estilos/tipos cerámicos; entre otros, obviando a las personas que se encuentran
tras las formas de organización social y el desarrollo de tecnologías.
En
este trabajo nos interesa demostrar desde una perspectiva de género como la
figura de la mujer en la iconografía prehispánica de Mérida está relacionada
con otros roles y estatus adjudicados en la literatura arqueológica tradicional
a la figura masculina.
La
Mujer en la iconografía prehispánica de Mérida
Las
representaciones de la mujer en la iconografía prehispánica de la Cordillera de
Mérida, a la igual que las localizadas en otras zonas del país, han sido
vinculadas fundamentalmente al culto de la fertilidad y/o al rol de la madre
reproductora (Clarac, 1981; Delgado, 1989;
Rojas, 1987)
El discurso ideológico dominante pretende
estandarizar y dirigir la participación de la mujer en la sociedad hacia la
reproducción y cuidado de la especie; sin embargo, es importante destacar que
en la vida cotidiana la participación de la mujer no se remite exclusivamente
al rol de madre reproductora. Si revisamos los logros obtenidos por los grupos
humanos nos daremos cuenta que las mujeres desde los inicios han participado en
la perpetuación de la especie, en la producción de alimentos, en la elaboración
y perfeccionamiento de tecnologías y en el establecimiento de los códigos
culturales de su grupo, entre otras actividades.
La
estereotipación del análisis de lo femenino y lo masculino y lo que éstas
contienen o significan, ha limitado la interpretación en el campo de la
arqueología como en otras disciplinas científicas. Lamentablemente la
concepción de lo femenino y lo masculino no es concebida como una construcción
social particular producto de un proceso histórico específico, de allí la
importancia de la categoría de género para descifrar las especificidades
históricas de la construcción de lo masculino y lo femenino.
Como
construcción social la identidad de género nos permite definir lo masculino y lo femenino y como éstas
construcciones identitatarias toman significados a través del tiempo, producto
de la acción social. En este orden, siendo el género particular a cada grupo
social y producto de las relaciones culturales e históricas que se producen en
el devenir de la historia, los elementos y los significados del mismo cambiaran
en la medida en que las relaciones sociales que lo originen se transformen.
Al hablar de identidad y género tenemos que tener
presente que todo individuo asume en el transcurso de su vida ciertos niveles
de adscripción dados al nivel de los referentes de la identidad familiar,
local, comunal o institucional.
Cuando hablamos de identidad son muchos los
elementos que entran a formar parte de la misma y no hay individuo o grupo
social que no participe de una identidad o de múltiples identidades, sea ésta
familiar, corporativa o de género, las cuales son asumidas y expresadas en
diferentes planos de la vida social.
La
identidad es " ... un constructo, que se debe a la intervención de factores diversos de orden cultural que
organizan significaciones diversas en una estructura simbólica." (Serrat
en Narotzky, 1995). Los elementos simbólicos, explícitos o no que construyen
los grupos sociales, permiten el reconocimiento de sus pautas organizativas
tanto en el ámbito interno como externo; en consecuencia, las normas, patrones
sociales, vestimentas, la fabricación cerámica y las lenguas, entre otros,
permitirán la identificación de los/as
miembroa/as de la sociedad, tanto a escala individual como colectiva.
Siendo
parte de la identidad las construcciones de género también se encuentran
simbolizadas. En la actualidad cuando se
habla de la identidad de la mujer o de las mujeres la significación que
se le da a su o sus representaciones se encuentran adjudicadas a modelos
biologicistas dados a partir de su sexualidad y su capacidad reproductora. En
este sentido, la construcción simbólica de lo femenino se edifica a partir del
nivel biológico del sexo el cual se traspasa mecánicamente al género como
construcción socio-cultural.
Como
creaciones culturales las representaciones iconográficas de las formas
femeninas o masculinas corresponden a una construcción simbólica de la
realidad, que reflejan el contexto histórico-social específico de cada sociedad
y el consenso sociocultural existente al interior de la misma. De igual manera,
éstas forman parte de la estética y como toda práctica estética se encuentran,
".... imbricadas con todos los
aspectos de la práctica social, sea esta mágico-religiosa, política, económica,
etc." (Delgado, 1989:22), manteniendo significados e identificaciones con
los grupos sociales que las produjeron.
En
este orden de ideas, “...es posible conocer la existencia del símbolo mismo en
cuanto a objeto físico, e inferir la manera cómo el objeto portador del símbolo
era producido y aceptado socialmente. Con su estudio, podemos determinar la
inversión de trabajo hecha y el apoyo societario para lograrla; esta determinación
nos llevaría a la organización necesaria entre los hombres (y tendríamos que
agregar las mujeres) para que se dé y reflejaría también su articulación con la
superestructura, importando –menos en este caso- de cuál idea se trata, como de
qué manera se articula basándonos precisamente en la relación que existe entre
símbolo y significado, y entre base y superestructura.”
(
Vargas y otros, 1997: 24).[2]
La
articulación a la cual se hace mención
estaría dada a partir de las relaciones y valores que los grupos
establecen en el reconocimiento de sus pautas sociales, donde la construcción y
articulación del género representa un papel fundamental a la hora de hablar de
la organización social de los grupos y el componente humano que los integra.
Por
lo dicho anteriormente consideramos que no podemos designar contenidos
valorativos, sobre las representaciones de género de las sociedades del pasado
sin tomar en cuenta las estructuras sociales de las cuales son partícipes, ni
mucho menos tratarlas como iconos valorativos suspendidos en el tiempo, cuyos
contenidos son tomados según la ideología dominante del presente y llevado al
pasado.
En
nuestro caso de estudio, la iconografía como representación sociocultural nos
trasmite la percepción del rol y el estatus de lo femenino y lo masculino que
tuvieron las sociedades prehispánicas y
como las mismas se encontraban articuladas convirtiéndose en mensajes a través
de la figura de su identidad de género, (masculina o femenina) sus roles
(padres, madres, intermediarios/as, curanderos/as, artesanos/as) y sus status
(jefes militares y/o políticos, Mohán o Mojana).
Las diferencias de roles y status a las cuales
hacemos mención son producto de las distintas formas históricas que configuran
los grupos sociales para la búsqueda de soluciones a sus necesidades.
Los
grupos aborígenes de la cordillera andina de Mérida se caracterizaron por estar
organizados en una sociedad jerarquizada que logró alcanzar los conocimientos
técnicos suficientes para controlar la reproducción y el acceso de varios
productos alimenticios. (Meneses, 1999; Gordones y Meneses, 1999). La
organización a la cual hacemos mención logró, por medio del control
microvertical de los diversos pisos altitudinales presentes en la cordillera de
Mérida, superar las limitaciones que le imponía el medio ambiente.
La
agricultura tuvo una intensificación debido a la innovación de los medios de
trabajo, es decir mejor manejo de los suelos como instrumentos de trabajo, la
construcción de terrazas agrícolas, la construcción de pequeños pozos alineados
en las faldas de las montañas para evitar la erosión producida por el agua, la
introducción de un sistema hidráulico
de riego relacionado con la construcción, utilización y control político de las acequias o canales de
agua, son evidencias arqueológicas que nos indican el conocimiento técnico y la
organización sociopolítica para lograr optimizar los ciclos de producción
agrícola.
El
conocimiento técnico a la cual hacemos mención, no sólo se redujo a las
actividades destinadas a la producción de alimentos, sino que junto a ella
existieron otros procesos orientados a la producción y distribución de bienes
no alimenticios destinados a cubrir las necesidades de vestido, suntuarias e
ideológicas de la sociedad en cuestión. En este orden de ideas, cabe mencionar
los talleres de placas aladas en la cuenca alta del río Chama (Wagner, 1980 y
Niño, 1990), la producción cerámica y las rutas de intercambio comercial con
los Llanos de Barinas y la costa sur del Lago de Maracaibo.
La
producción y mecanismos de control de una organización social de esta
naturaleza, nos permite establecer una distinción entre los distintos procesos
de trabajo y hablar de una especialización de los/as individuos que formaron
parte de estas comunidades. En este sentido, surgimiento de una figura
intermediaria entre el mundo real y el simbólico es fundamental a la hora de
plantear diferencias al nivel del status y roles de los/as individuos /as que
conforman estos grupos.
Tradicionalmente
en la arqueología y etnología andina venezolana se le ha nombrado a la figura
intermediaria entre lo simbólico y el mundo real como el “Mohán”. Para la
sociedad altoandina esta figura sería de suma importancia ya que además de ser
el intermediario entre los dioses, cohesionaba de manera armónica la
organización de los/as miembros/as de la comunidad.
Una
buena parte de la iconografía prehispánica de los andes merideños están
elaboradas en arcilla y en lítica. Sus
formas, aunque varían, presentan elementos propios de cada construcción de
género, así como también elementos que nos remiten a los roles ejecutados por
los/as personajes representados/as.
Las
figuras se encuentran de pie o sentadas, presentando en este último caso dos
modalidades:
A pesar de las variaciones entre las representaciones
icnográficas masculinas y femeninas ambas presentan aspectos en común que
consideramos estarían relacionados con actividades o roles comunes ejecutadas
por ambos géneros.
Generalmente
los personajes femeninos están representados de dos maneras:
Estas
iconografías han sido durante muchos años interpretadas como iconos
representativos de la Diosa Madre y como representación de la mujer en posición
de parto, lo que la relacionan con el rol de la mujer como madre reproductora
(Delgado, 1989 y Rojas, 1987).
Las
iconografías relacionadas con la figura masculina están representadas de la
siguiente manera:
La iconografía masculina, a la igual que la de la
mujer, también la encontramos en posición sedente sobre las piernas con ambas
manos apoyadas sobre las mismas (figura Nº 7).
Tanto
las representaciones masculinas como femeninas guardan características muy
similares. La posición, las facciones de la cara y los adornos corporales en
forma de tocados y de penachos que puede estar acompañados por una clineja y
las orejeras, por lo que sería un error asumir éstos elementos como características
exclusiva de la figura masculina que representa al Mohán.
Como
se ha podido observar las figuras femeninas y masculinas comparten mucho rasgos
iconográficos. Sin embargo, vemos como en la literatura arqueológica
tradicional limita la participación femenina al ámbito familiar y de la
reproducción biológica, mientras la figura masculina se relaciona con el ámbito
de lo público y lo sagrado, dándosele a éste último un estatus y un rol de
superioridad dentro de estas sociedades; cuestión que ha limitado
definitivamente la explicación de la dinámica sociocultural del pasado.
En
este sentido, cuando encontramos representaciones femeninas con una posición
que también es representada con las figuras masculinas y más aún con elementos
decorativos que son comunes, debemos preguntarnos por qué se le adjudica a las
primeras un rol de madre reproductora y al segundo la de un Mohán. Entonces
tendríamos que preguntarnos que lleva a los/as miembros/as de estas sociedades
a representar a mujeres y hombres de la misma manera y por qué en la actualidad pretendemos darle
significados distintos.
Al
encontrarnos con una muestra que evidencia
unificación de diversos aspectos para representar la identidad femenina
y masculina, tenemos que decir que al
igual que ciertos hombres ciertas mujeres representaron un papel fundamental
dentro la sociedad, adjudicándosele a ambos los mismos roles y estatus en pro
de lograr el control social necesario para llevar adelante los procesos
productivos requeridos en la organización social de las mismas, es decir, la o
las mujeres no se limitaron solamente a ser entes reproductivos o
intermediadoras de su grupo doméstico.
En
la muestra cerámica estudiada podemos
observar figuras femeninas muy
adornadas, muchas de ellas sonajeras que posiblemente estaban relacionadas
probablemente al culto de la madre tierra, mas si tomamos en cuenta que éstas
eran sociedades cuyo sustento se basaba en la producción agrícola, pero el
hecho de que la diosa de la fertilidad esté siendo representada por una figura femenina no excluye la posibilidad de
la representación de la mujer con otras cargas valorativas y otros significados
en referencia a otros contextos.
En
este sentido, mientras sigamos asignando a la mujer o las mujeres prácticas
estereotipadas con menos valor dentro de la organización social y sus
estructuras productivas, estaremos de la misma manera sesgando el conocimiento
de los procesos históricos que han conllevado así mismo a la negación de
nosotros mismos como participes de esa historia. Una historia llena de hechos y
objetos pero vacía de rostros, cuerpos y con un sólo sexo, el referido al
hombre.
Es
mucho el camino que tenemos que recorrer si queremos tener una arqueología con
rostros y que nos hable sin esquemas preconcebidos del pasado y sus actores y
actoras de los cambios que éstos experimentaron en el transcurso de su vida y
de cómo fueron significados, valorados y estructurados en la dinámica de las
sociedades en estudio.
Como
investigadores/as se nos presenta un gran reto, mas que ir a la búsqueda de la
mujer y el hombre del pasado, tenemos que luchar con el hombre y la mujer que
nos ha tocado ser en el presente, si logramos romper la barrera tendremos sin
lugar a dudas una arqueología con muchas más cosas que decirnos sobre nosotros/as
mismos/as.
Queremos
expresar nuestros agradecimientos a Marielena Henríquez, Heriberto Monsalve,
Carlos Gómez y Rocío Pacheco.
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