Nos engañan todos los relojes.
El Tiempo tiene ya horizontes


No todos los días pasa que llamen por teléfono y resulte ser la muerte. En Caracas se había corrido el rumor de que Manuel De la Fuente había dejado de existir la noche anterior.

-No, no he muerto- dice Manuel a un amigo desconsolado al otro lado de la bocina.

-¡Que, no! Que son mentiras… ¡Mujer! Si fuera así, te estaría hablando un fantasma
-contesta, a punto de soltar la carcajada a otra conocida que llama desde lejos.

-Es muy sabroso que ocurra algo así. Seré uno de los pocos muertos en el mundo que sabrá a ciencia cierta quién le llora.

El escultor bromea en un sarcófago fenicio, Museo Arqueológico de Cádiz (1964)

La muerte llama, pero no es bienvenida. Él la espanta sonriendo como un niño coqueteando de cuando en cuando y moviéndose de un lado a otro con un garbo sin excesos. Sale de su taller a descansar de este pequeño cosmos hecho a su medida, sólo los séptimos días de cada semana. Aún así, el andaluz sabe que más pronto que tarde su cuerpo cederá ante los encantos de su terca enamorada. Ha hecho, pero no lo suficiente. Decidido, no se despide de sus proyectos. A sus 73 años espera que del barro nazca la forma que exprese el misterio que hace que su corazón apure el paso.

Yo me he abierto. Me abro siempre. Lo que no sé es qué es lo que sale. Tengo mis dudas y eso me lleva a que siga con las puertas abiertas, a que siga trabajando para que salgan esas cosillas que apenas estoy hallando en mí. No puedo decir cuándo terminaré.
Los últimos años Manuel ha trabajado en la creación de murales los cuales bautizó Expresión. En ellos es más intimista, más apegado a sus sueños, a la imagen poética… Durante gran parte de las décadas de los 70, 80, 90 su arte estuvo más vinculado a la denuncia, pero ahora las paredes de su taller están ataviadas de una búsqueda más obvia de identidad: imágenes de los toros de la infancia, una interpretación escultórica de los versos del poeta granadino Federico García Lorca y la creación de formas a partir de las melodías de Manuel de Falla. Cabe entonces la pregunta si se agotó su preocupación por el espacio físico y social violentamente compartido que evidenció en la serie Multitudes.

Nunca cierro nada; yo le doy a todo un descanso, porque después de correr los 100 metros libres -como lo hice con Multitudes, porque en ellas me di con todo- se presenta una especie de agotamiento. Me di cuenta que ya no estaba tan motivado como antes.

Escultura en bronce de la serie Multitudes: La criba, 1983

Vista trasera de una obra de la serie de Desnudos Femeninos: Ensueño, 1996

Puede que llamen de una galería: “¿No tienes algo nuevo por allí de lo de siempre?”. Y yo digo: “¡Pues, no!”. He hecho lo que me ha dado la gana y no veo por qué seguir con algo, aunque ese algo sea muy bien aceptado. No quiero que me etiqueten como el escultor de Multitudes, como a Oswaldo Vigas.

Pero sí tengo libertad para decir: “¡No!” También la tengo para decirme a mí mismo “!Sí!”. En caso que venga una idea que me intriga, si otra vez me viene el entusiasmo, las Multitudes otra vez serán bienvenidas.
La soledad del ser humano sigue siendo una inquietud para Manuel, pero no se trata sólo de multitudes conducidas con poca libertad, sino de un estado de enajenación más profundo en el que la individualidad es todavía más olvidada. Trabaja en bocetos, donde la gente no tiene la capacidad de separase. El barro se hace más amasado y la concentración de seres toma vida propia..

Una de sus angustias es que no ha podido culminar la primera obra de esta serie, la cual pretende llamar Masividad, porque el resultado visual en la arcilla no ha sido el esperado


Mi forma de buscar ese resultado es la misma. A mí me gusta una manera de hacer y la manera de hacer mía ha sido una plasticidad en donde dejo mi huella. No me observo trabajando con soldaduras. Siempre me ha gustado meter los dedos en la arcilla. La materia también tiene mucho que ver en el proceso. A veces no responde como uno quiere o a veces te da sorpresas y la obra termina siendo otra cosa.


De la Fuente esculpe el rostro de Federico García Lorca
Buena parte de su tiempo de trabajo es una pausa a las obras que exigen mayor reflexión. Pasa varias horas al día deleitándose con el modelaje tradicional. Los toros de la lidia, el cuerpo de una voluptuosa mujer, retratos de Bolívar , Marilyn Monroe , Arturo Uslar Pietri






El escultor junto a retrato de Pedro Rincón Gutiérrez
Cuando modelo también emprendo una lucha contra el tiempo. Me pongo a recordar a hombres y mujeres que he conocido y los traigo a mi taller. Ellos hablan otra vez conmigo, pese a que muchos ya no están ¿ves qué hermoso?

Como esta obra que estoy haciendo de Don Perucho Rincón Gutiérrez. Ese rostro de arcilla parece que me estuviera hablando. Al mismo tiempo yo también hablo conmigo, porque cuando hago retratos indago en mi memoria lo que significó el personaje en mi vida.

Al hacer esculturas como ésta, también veo lo que el tiempo me ha regalado. Me pongo a pensar en mi evolución como escultor, en cómo la experiencia ha dejado sus frutos. Esa sabiduría. Confieso que disfruto al decirme: “Manuel, no has olvidado lo que bien sabes hacer”.


Restaurante El Encanto que se especializa en platos de trucha.
El Valle Lunes 25 de octubre de 2005 12:30 pm

Retrato del músico andaluz Manuel de Falla

El escultor está especialmente animado con un nuevo proyecto. En una loma de Porlamar, estado Nueva Esparta, será construida una Virgen del Valle de más de 50 m de altura. Será una escultura que servirá de mirador. Si nadie le toma ventaja, entrará en el libro Guiness por ser más alta que la Estatua de la Libertad.

Para un artista esto es un sueño. No sólo porque será referencia por su dimensión, sino porque tendrá un importante significado para ese pueblo. Al ser su patrona, la imagen posiblemente se convertirá en parte de su imaginario. Una madre que podrán ver desde alta mar y yo seré el padre de esa criatura.


Salita de dibujo y archivo del artista, ubicado en su taller
25 de octubre de 2005 10:12 AM

Los bocetos de la Virgen del Valle son elaborados en una mesa de madera clara, donde tiene una docena de lápices de carboncillo y hojas de papel bond. En la salita no sólo se observan algunas pinturas y dibujos, también, miles de diapositivas, fotografías de él esculpiendo al Pedestre Monumental Libertador en Ciudad Bolívar o el Monumento conmemorativo a la Solidaridad que construyó en Changchun, China. Yoli, su asistente, sube de cuando en cuando tratando de ordenar casi tres cuartos de siglo de historia. El resto del tiempo está en la oficina conversando con quienes llaman para comprar una obra, organizando sus exposiciones en Venezuela y en el extranjero: Italia, Francia, México, Los Estados Unidos…


El artista tiende a pensar que su creación no termina con ella que a lo mejor tendrá vida propia a pesar de que él no existe. Ese es el arte. Quizás Miguel Ángel o Rodin nunca pensaron que su proyección iba a ser tan grande, tan enorme, tan infinita, que sus obras iban a ser para siempre. Pero en el fondo esa es la misión del arte, no quedarse en el momento, trascender. Si no sobrevive al tiempo, el arte deja de ser arte y se convierte en artesanía.

Llega entonces la angustia cuando el artista piensa que sus piezas no tendrán la proyección que él desea, por eso es que trabaja hasta el final, por eso yo trabajo hasta el final.

Ese es el misterio ¿Cuánto va a durar la obra?


Lunes otra vez. Manuel llega al taller en un modelo antiguo de una camioneta Picó Chevrolet que compró hace 23 años, mientras construía la Virgen de la Paz. Temprano desayunó con sus amigos en la panadería Sierra Nevada. Hoy luce una chaqueta a cuadros parecida a las que usa en las fotos de los periódicos El Nacional y Frontera que, amarillentos, guarda en un álbum de fotografías. El escultor inicia el itinerario de siempre: beber un té de manzanilla, ponerse su braga de trabajo y su gorra azul, destapar la escultura en la que trabaja desde hace días, meter los manos en la arcilla…sonreír contento.
¿Cuándo he sido más feliz? Mañana. Mañana es posible que sea más feliz. La mejor felicidad es la que está por venir como la mejor escultura. Vendrán días inolvidables como ese en que nacieron mis hijos. Como cuando el médico me dijo: “Tranquilo, fue una niña y está muy bien de salud” o como aquél en que supe que había ganado el Premio Simón Bolívar, porque ¡vamos, soy artista! ¿No? Yo no me escapo del ego, pero la felicidad también se vive cada día, por eso creo que lo mejor viene mañana. Sabiendo que el arte es un camino que se recorre con humildad, pero tratando de hacer las cosas bien para que perduren. Conviviendo con mi inconformidad, la que me reta, porque hay una inconformidad permanente en mí. Nunca me aplaudo; aplauden los demás. Todo eso me hace sentir vivo y por tal razón también son parte de la felicidad.

En un rato, al hablar de su madre, puede que se le nublen los ojos. Recita el “Llanto a Ignacio Sánchez Mejías” de su paisano García Lorca y se le dobla la voz.

El sentimiento debe estar ahí siempre. La lucha por mantenerte fiel a lo que te sale del corazón es lo que le da sustancia a la vida.

Toma el Capote con que una vez mofó a un novillo en la plaza mayor de Mérida en 1996 y hace unos movimientos como si estuviera bailando con una mujer de su tierra, Cádiz.


Galpón de techos altos ubicado en la carretera que conduce al páramo La Culata. Afueras de la Ciudad de Mérida. 25 de octubre de 2005 11:55 AM
El tiempo sólo dirá si la obra del andaluz será tan grande como sus sueños. Si su corazón fue expresado a raudales o si quedó algún recoveco por invocar. No lo adivinarán los críticos ni los jurados de los premios ni siquiera él mismo, pero Manuel De la Fuente sabe, a ciencia cierta, algo que sí le ha dejado cada una de sus esculturas. Desde el toro que hizo con las migajas del pan hasta la que mañana está por hace; la esperanza de que tal vez su obra trascienda el tiempo.



Todavía sigo con entusiasmo de hacer las cosas y aprendiendo cada vez más. Eso me mantiene. Hay ciertas torpezas todavía que ir superando y dejar otras a un lado, porque yo creo que una escultura o una búsqueda que no se termina nunca, sólo se deja. La sinceridad es lo único capaz de inundar el alma de paz y claridad. Tengo el mismo entusiasmo de cuando era niño e hice un retrato del Manolete con una semilla de aceituna y cuando tuve veinte seis años y me vine a Venezuela a buscar mi espacio. La única diferencia es la angustia del tiempo.

Manuel se sonríe ilusionado antes de recrear la imagen de su momento final:

Ante la muerte no daré un suspiro. Estaré apretando el barro dejando en la arcilla la última huella

 

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