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Ángel Carnevali Monreal   Amílcar Fonseca   Samuel Barreto Peña   Mario Briceño Perozo   Juan Bautista Carrillo Guerra   José Ramón Heredia   Manuel Fernando Mendoza   Pedro A. Santiago   Ramón Urdaneta   Asdrúbal Colmenárez Quiroz

 

Ángel Carnevali Monreal

Carnevali Monreal fué no sólo el más brillante escritor trujillano de su época, sino también una de las más destacadas figuras del pensamiento venezolano. Nació en la ciudad de Trujillo alrededor de 1866, hijo de don Ángel Carnevali, italiano, y de Nicolasa Monreal, venezolana, descendiente esta última de don Sancho Briceño y colateral lejana, por tanto, del Libertador. A muy temprana edad fallecieron los padres de Ángel, quien, así como sus hermanos, fué acogido en hogares amigos para su formación y educación.

Los primeros trabajos literarios y políticos de Carnevali Monreal aparecieron en periódicos y revistas ocasionales de Trujillo y de Mérida, y en aquéllos se revelaban ya el poder de una imaginación vigorosa, un estilo impecable y ágil, una personalísima capacidad de percepción y de exposición. Apenas adolescente, fundó y dirigió “El Sol de Abril”, cuyos editoriales descubrían ya la afición política de Carnevali, afirmada después en discursos, y en páginas de polémica.

Carnevali Monreal desempeñó altas posiciones políticas, entre ellos Secretario General del Gobierno de los Andes e igual cargo en el Distrito Federal; Encargado del Ministerio del Interior; Gobernador de Caracas, en 1907; Presidente del Estado Aragua, en 1909. Durante varios períodos asistió al Congreso como Senador por los Estados Trujillo o Aragua y varias veces ocupó la presidencia de aquel cuerpo.

La labor literaria de Carnevali Monreal, si brillante y copiosa, fue también desordenada. Escribió sin método, sin disciplina, sin preocuparse por recoger en uno o más volúmenes lo que otros habrían firmado con orgullo. Editoriales de prensa, discursos, cuentos, crónicas de viaje, columnas de prensa...  Si acaso pensó alguna vez en solicitar cooperación de editor fué para “Cuentos Largos”, con tres narraciones de típico sabor y ambiente nacionales; “Bolivita”, “Ño Morián” y “Cuento Largo”, de las cuales solamente una, “Bolivita”, fue publicada. Apareció en el “Nuevo Diario”, en 1916, con una hermosa apreciación crítica de César Zumeta.

Pero si bien Carnevali Monreal dedicó a la política lo mejor de su talento y de su capacidad, ésta le fué, Ingrata y ocasionó en su espíritu amarguras profundas. En 1907 se retiró a la vida privada, y en su hacienda “Santa Rosa”, en el Pao de Zárate, quiso encontrar refugio amable para todas sus inconformidades. Sin embargo, allí le asaltaron nuevamente las circunstancias para llevarlo a desempeñar, durante corto tiempo, la Presidencia del Estado Aragua, tierra en la cual concentró, después de Trujillo, sus esfuerzos de luchador y trabajador.

Durante largos años estuvo dedicado Carnevali a labores agrícolas y pecuarias, sin intervenir más en una política que antes consumió sus años útiles y sus energías creadoras. Hizo de aquel campo aragüeño, a fuerza de tenacidad y de iniciativa, tanto más meritorias cuanto que no había entonces estímulo alguno al trabajo de la tierra, uno de los más hermosos predios de la región. Sólo ocasionalmente viajaba a Caracas y ello sólo en visita de familia o para atender problemas de salud. Repetidamente se negó Carnevali a participar de nuevo en la vida pública, actitud que en esa época llevaba consigo sus posiciones de enemistad contra el régi­men imperante. Como tantos otros compatriotas, Carnevali Monreal sufrió persecuciones y cárcel, y junto con dos de sus, hijos fué aherrojado en la célebre prisión de La Rotunda, el año 1923. Allí estuvo secuestrado hasta 1927, cuando la muerte lo libró de angustias y de cadenas. Su cadáver fue trasladado al Hospital Vargas, como era costumbre entonces, y luego entregado a la familia. En cuatro años había envejecido siglos.

 (Fragmentos tomados de “Biografías Trujillanas” de Pedro A. Santiago (1957))

 Nota:   Es el autor de uno de los primeros cuentos trujillanos –apenas tímido desglose entre los relatos de crónicas, el artículo de costumbres y el cuento tal como se concibe modernamente- con el que según Isidoro Requena, para 1897, se inicia la historia del género para la literatura trujillana.

 

 Amílcar Fonseca

El Dr. Amílcar Fonseca nace en la ciudad de Trujillo el 19 de mayo de 1870. Es el primogénito del matrimonio de José Félix Fonseca, maestro de primera enseñanza, y de Catalina Testa. Su niñez se desenvuelve en un medio donde se ignoran los acontecimientos del mundo. Caracas, la capital, está lejos, muy lejos de la pequeña ciudad andina; tanto, que las pocas personas que pueden realizar el viaje entre una y otra urbes, tienen que viajar primero a Maracaibo, confiando su vida a pequeños barcos que desde La Ceiba, Moporo o La Dificultad, caseríos lacustres, de la zona baja del Estado Trujillo, toman rumbo a Maracaibo; ahí los viajeros trasbordan a un navío que, antes de conducirlos a La Guaíra, toca en la isla holandesa de Curazao. Entonces los caudillos, comerciantes y hacendados trujillanos, cuando se veían precisados a trasladarse a la capital de la República, hacían testamento y se confesaban para afrontar los peligros de la azarosa travesía. Idénticas precauciones postmorten adoptaban, si por temor a los naufragios, decidían adentrarse por las múltiples rutas infestadas de partidas de bandoleros o alzados contra el Gobierno, atravesando los Estados Lara, Yaracuy, Carabobo, Aragua y Miranda.

A los seis años de edad, Amílcar es confiado a su tía Eloísa Fonseca. Esta, educadora de prestigio, lo lleva a su Escuela de niñas, donde estudian las hijas de las familias más distinguidas de la vieja ciudad de García de Paredes. Allí entre los mimos de sus infantiles compañeras y la severa disciplina de la maestra, Amílcar aprende a leer y escribir y recibe los princi­pios básicos de la doctrina cristiana. Pero el niño crece y de acuerdo con las rígidas costumbres de la época, no resulta conveniente que continúe confundido entre faldas y criznejas. De modo que pasa a manos del padre, Don José Félix, quien lo instruye en las nociones de gramática castellana y lo hace memorizar las cuatro tablas de la aritmética elemental. De otro tío también institutor, Don Francisco de Paula Martínez, recibe clases de his­toria y geografía. El esmero que estos deudos ponen en inculcar a Amílcar conocimientos y principios, despierta en él firme interés por el estudio. Así cuando ingresa en la Escuela Nº 194, dirigida por Don Edmundo Añez Casas, el niño comienza a distinguirse como uno de los alumnos más discipli­nados y estudiosos. Al finalizar su primer curso de enseñanza oficial. Amíl­car, después de las pruebas de rigor, recibe en premio un ejemplar de la obra “Tratado de Ortología y Ortografía", por José Manuel Marroquín, con la siguiente dedicatoria: "Dedico esta obrita al adelantado y talentoso joven Amílcar Fonseca por el brillante, examen que presentó, el 20 de diciembre de 1881, en la Escuela Nº 194. Edmundo Añez".

A los once años Amílcar Fonseca está en condiciones de ingresar al Colegio Federal de Primera Categoría que funciona en su terruño. Pero es preciso esperar un año para ser admitido conforme a los estatutos legales de institución pública. En 1882 se inscribe en el Plantel para cursar el bachillerato en filosofía y luego la carrera de profesional del Derecho. En aquellos lejanos días el mismo instituto educacional estaba facultado para impartir la enseñanza media y superior, esta última en el ramo de las ciencias jurídicas y de pedagogía exclusivamente, por lo cual se le distinguía con la denominación de Colegio de Primera Categoría. Al ingresar Amílcar Fonseca en el Colegio Federal, el Dr. Jesús María Llavaneras, notable médico, graduado quizás en la Universidad del Zulia, ejerce las funciones de Rector, y Don Máximo Briceño, las de Vicerector. Con Fonseca cursan estudios otros coterráneos suyos que al correr de los años llegaron a distinguirse en los campos de la política, el foro y la docencia. Tales son sus primos hermanos Trino Baptista Martínez, Pedro y Luis Martínez Salas, y sus amigos Mateo Troconis, Francisco Javier Pimentel, Neftalí Valera Hurtado y José Tomás Carrillo Márquez. Este grupo de jóvenes permanecerán unidos de por vida por lazos de fraterna amistad y por el común y entrañable amor a la región nativa.

En 1891 Amílcar Fonseca recibe el título de Doctor en Ciencias Políticas y emprende el ejercicio profesional con el carácter de Procurador hasta alcanzar el título de Abogado de la República que le confiere en 1899 la Corte Suprema del Estado Trujillo, integrada por los eminentes juristas Juan Nepomuceno Urdaneta, Benito G. Andueza y Melquíades Parra. Los años de juventud de Amílcar Fonseca se caracterizan por las luchas entre godos y liberales que mantienen en zozobra los quietos pueblos andinos. Se barajan con frecuencia los nombres de Pedro y Manuel Salvador Araujo, Leopoldo Baptista, Espíritu Santo Morales, Rafael González Pacheco, Rafael Montilla, Blas Briceño (El Chato), Eugenio Montaño, Pedro jugo, Manuel Durán, y otros connotados personajes que se disputan el poder regional, coincidiendo con acontecimientos que, en escala nacional, condicionan los rumbos de la política, como el continuismo impulsado por el Dr. Raimundo Andueza Palacio, Presidente de la República, la Revolución Legalista dirigida desde las llanuras del Guárico por el General Joaquín Crespo, el nacionalismo liderízado por el General José Manuel Hernández (El Mocho) y finalmente la Revolución Restauradora de los Generales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez que desde la frontera occidental de Los Andes emprende la aventura integracionista que culmina con la toma del Capitolio Federal, presurosamente abandonado por el General Ignacio Andrade.

El Dr. Amílcar Fonseca por su parentesco con los Martínez se inclina al liberalismo, cuyos personeros son el Dr. y General Rafael González Pacheco y Rafael Montilla, Pero ese mismo vínculo familiar y las comunes vivencias estudiantiles lo mantienen estrechamente ligado al Dr. Trino Baptista, joven personalidad en promisor ascenso político al lado del Doctor y General Leopoldo Baptista, quien, muerto el General Juan Bautista Araujo, ha heredado la jefatura del poderoso conservatismo trujillano. Fonseca, consecuente con su disposición a los estudios humanísticos y poco propenso a la acción armada, se mantiene por encima de las contiendas locales, cultivando el aprecio de todos, tirios y troyanos, güelfos y gibelinos.

 El joven Dr. Fonseca combina entonces sus actividades de jurista con las de investigador de los anales de su tierra andina. En sus incursiones por montañas y pueblos de su provincia, recoge valiosos testimonios del pasado precolombino. En los repositorios de documentos de las Oficinas de Registro Público descubre interesantes datos sobre la historia colonial de las comarcas de los indios cuicas. Su profesor, Don Rafael María Urrecheaga, le proporciona un cuaderno en el que el viejo sabio ha recogido voces del antiguo idioma de los aborígenes. El Dr. Fonseca escribe y divulga estos temas en los periódicos locales y alcanza nombradía como polígrafo especiali­zado en asuntos de historia y etnología regional. En 1910, motivados por esta labor desinteresada y perseverante, el Dr. Fonseca es propuesto como miembro correspondiente de la Academia Nacional de la Historia por los ilustres académicos Pedro Arismendi Brito, Eduardo Blanco, Rafael Villa­vicencio, Felipe Tejera, Eloy G. González y Ángel César Rivas. En 1913, la Sociedad de Historia y Numismática Americana, con sede en Buenos Aires, República Argentina, lo designa también miembro correspondiente en Trujillo de Venezuela. El Dr. Fonseca, estimulado por las cartas amistosas que recibe concernientes a su labor investigativa, establece correspondencia frecuente con importantes personalidades científicas del país y del extran­jero, tales como el Dr. Alfredo Jahn, Don Tulio Febres Cordero, Don Julio Salas, el Dr. Luís Oramas, el Dr. Bartolomé Tavera Acosta, el Dr. John Barret, Director General de la Unión Panamericana, el Dr. Robert Leliman Nistche, director de la sección antropológica del Museo de la Plata y el Dr. Ribet, de la "Socíeté des Americanistes" de París.

En 1916 llega a Trujillo un sabio norteamericano, el Dr. Herbert J. Spinden, quien visita al Dr. Fonseca para conocer su ya famosa colección de escultura, cerámica y manualidades indígenas. El sabio le propone comprar la valiosa colección para destinarla al Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. El Dr. Fonseca sonriente rechaza la tentadora proposición en dólares constantes y sonantes y manifiesta al eminente profesor que “aquellos cacharros eran invalorables para él". Igual respuesta dará, años después, a un emisario del Dr. Rafael Requena, Secretario del General Juan Vicente Gómez, y aficionado a los estudios antropológicos, cuando le es ofre­cido el nombramiento de Secretario General del Estado Trujillo, a cambio de enviar "sus cacharros" para incorporarlos al patrimonio antropológico del influyente médico. El Dr. Fonseca, siempre sonriente y cortés, replica al oferente funcionario: "Si para llegar a Secretario General de Trujillo o de otro Estado, necesito desprenderme de mi colección o siquiera uno de mis cacharros, tenga por seguro que nunca alcanzaré tan alto honor". Calibraba el Dr. Fonseca con estas palabras la alta jerarquía político‑administrativa que entonces significaba desempeñar el cargo de Secretario General de Gobierno, pues para este destino sólo se designaban hombres de notoria capacidad intelectual, por cuanto los Presidentes de Estado eran escogidos entre los servidores de mayor confianza del Jefe del País, por lo general muy valientes, pero la mayoría escasamente idóneos para las tareas complejas de la Administración Pública.

En 1919 el Dr. Fonseca se traslada a Maracaibo, llamado por su amigo y coterráneo el Doctor y General José de Jesús Gabaldón, quien se desem­peña como Presidente del Estado Zulia. El Dr. Fonseca, gracias a la influencia del gobernante, es designado consultor jurídico del Concejo Municipal del Distrito Mara, cargo modesto, aunque decorosamente remunerado, pero que le permite el ejercicio libre de su profesión de abogado. El Dr. Fonseca encuentra en Maracaibo un ambiente muy propicio para el desenvolvimiento de sus inquietudes culturales. Allí establece cordiales relaciones con un dis­tinguido y notable grupo de escritores, poetas, juristas y científicos, empeñado en hacer de la urbe una versión tropical de la Atenas de Pericles. El Dr. Fonseca cultiva la amistad de los grandes poetas Udón Pérez y Elías Sánchez Rubio, del gran jurista marabino Dr. Ramiro Antonio Parra, del fa­moso bardo parnasiano Jorge Smidke, de los distinguidos escritores Don Arístides Urdaneta, Doctor Marcial Hernández, Carlos Medina Chirinos, Rogelio Yllarramendi, Octavio Hernández, Carlos Alberto jugo, Dr. Carlos Montiel Molero, Olinto Bohórquez, Ramón Villasmil y Manuel González Herrera, estos dos últimos directores del diario "Panorama", en cuyas columnas colabora con asiduidad el escritor trujillano con temas de historia y legislación.

En 1922, terminado el mandato de su amigo el Dr. Gabaldón, Fonseca regresa a Trujillo con su bagaje intelectual ampliamente enriquecido y con nuevos bríos para continuar su labor de jurista e investigador en el campo de la historia y de la proto‑historia regionales. El Dr. Fonseca se reincorpora además a la magistratura judicial que en oportunidad anterior había ejercido en su Estado natal.

En 1924 el Dr. Fonseca es designado diputado al Congreso Nacional por el Estado Miranda. Una vez más el Dr. José Jesús Gabaldón influye decisivamente en la designación de su amigo y coterráneo para el desempeño de funciones públicas de importancia. El Dr. Gabaldón conoce íntimamente al Dr. Fonseca, sabe de su capacidad y de su modestia, y no vacila en pro­moverlo cuando se trata de actividades de servicio público. El Dr. Fonseca, quien tiene ya cincuenta y cuatro años de edad, se traslada a la Capital y entra en contacto con importantes personajes de las letras y la política con los cuales había sostenido correspondencia.

En 1929, el Dr. Fonseca fija definitivamente su residencia en Caracas. El Dr. Rubén González, Ministro de Relaciones Interiores ha tenido ocasión de conocer y tratar al Dr. Fonseca durante su actuación como diputado. Se ha formado el Titular de la Cartera del Interior un muy favorable concepto de la personalidad y vocación de servicio del Dr. Fonseca, por lo cual lo propone como magistrado de la Corte Federal y de Casación, el máximo tribunal de la República. De esta manera, el modesto abogado trujillano, ajeno a las ambiciones de la política y sólo interesado en sus estudios de jurista e historiador, alcanza una alta posición en la cual nunca llegó a cifrar sus sobrias aspiraciones de ciudadano común y corriente.

Terminado su período de magistrado, el Dr. Fonseca se retiró a su residencia de Antímano, su casa estuvo siempre abierta a los jóvenes que, procedentes de la tierra trujillana, venían a Caracas a cursar estudios universitarios o a trabajar en los diversos radios de la actividad económica y social. Allí se reunían por las tardes interesantes personalidades que habían actuado en una u otra forma en los negocios públicos del país, tales corno el Dr. Trino Baptista Martínez, el Dr. Máximo Barrios, el General Maximiliano Durán, el Dr. y General Roberto Vargas (El Tuerto), el General Fermín Toro, oriundo de Motatán, el Dr. Gonzalo Gabaldón, el Dr. Argimíro Urdaneta Gabaldón, el Br. José Felipe Márquez Cañizalez, y muchos otros trujillanos y centrales de valía y preocupación por los destinos del país.

El Dr. Fonseca murió en Antímano el 17 de febrero de 1937, dejando lista para ser publicada la copiosa recopilación de sus trabajos históricos. Bajo el título de "Orígenes Trujillanos" fue editada en 1957 por el Ejecutivo del Estado Trujillo, con motivo de la celebración del cuatricentenario de la fundación de la ciudad andina. El notable historiador, Dr. Ramón J. Velásquez, escribió al respecto: "El mejor desagravio a la obra del investigador y jurista trujillano injustamente desconocida, ha de ser la consulta constante que cuantos en adelante quieran escribir sobre el pasado trujillano, tendrán que realizar en las páginas de Fonseca".

(Biografía tomada del libro “Gente de Venezuela -500 Años 585 Venezolanos” de Jorge Maldonado Parilli)

Nota: “Orígenes Trujillanos” es una obra que compendia textos propios del autor, documentos históricos coloniales y republicanos y textos de valor etnológico y lingüístico.  Según testimonios de cronistas como Mario Briceño Iragorry, junto a testimonios orales, el autor habría recibido de uno de sus maestros, el sabio Rafael María Urrecheaga, los cuadernos de notas de sus estudios etnológicos e históricos, y éstos habrían servido de base para la composición de este libro fundamental de nuestra cultura trujillana.  De cualquier modo, todo parece apuntar a una labor continua de estudios entre generaciones ligadas por similares búsquedas y estudios compartidos.

 

Samuel Barreto Peña

A fines del siglo pasado nació en La Plazuela, pequeño y pintoresco burgo ahora integrado al área urbana de la ciudad de Trujillo, el poeta y periodista Samuel Barreto Peña.

Este valioso intelectual trujillano inició su actividad literaria en la década de los años 20, en su tierra nativa, realizando una amplia labor periodística en el semanario "Paz y Trabajo", del cual fue fundador.

Barreto Peña, en sus comienzos escribió bajo el signo del romanticismo, escuela aún predominante en los medios provincianos de aquella época, pero pronto evolucionó hacia el modernismo, conservando siempre algunos de los elementos sentimentales que caracterizaron su iniciación en las letras. De esta manera Barreto Peña logró cierta originalidad dentro del ambiente en que se movía, donde las nuevas corrientes literarias no habían logrado romper el predominio de los desesperados versos de Julio Flores, cuyas composiciones se cantaban al compás de bambuco. A la combinación romántico modernista, Samuel Barreto Peña agregó en sus poemas un toque de humorismo que lo emparenta con el famoso poeta colombiano Luis Carlos López.

La obra literaria de Barreto Peña aún no ha sido estudiada con el detenimiento que se merece. Es muy posible que ahora con el interés por las letras regionales que han despertado las jornadas del Primer Simposio de Literatura Trujillana, efectuadas en el pasado mes de febrero, bajo los auspicios del Núcleo Universitario Rafael Rangel, este notable poeta trujillano y otros como José Félix Fonseca, Blas Ignacio Chuecos,  Rafael Terán, Eladio Álvarez de Lugo, Pedro Pablo Maldonado Martínez, José Domingo Tejera, José Ramón Llavaneras Carrillo Rafael Ángel Barroeta, Manuel Fernando Mendoza y Jesús Antonio Llavaneras Carrillo, sean objeto de inves­tigación y estudio, tal como lo proponen las conclusiones del referido Simposio.

Barreto Peña publicó varios libros en progresivo ascenso de calidad y afán superador. Su primera obra, “Con las alas abiertas”, recoge su labor primigenia y logra llamar la atención de la crítica de entonces. De este primer volumen recordamos un bello soneto en que el poeta canta a la ciudad nativa:

Vieja ciudad, añoran tus callejas

de los bravos patriotas las hazañas,

vieja ciudad rodeada de montañas

con el prestigio de las cosas viejas.

En tu torre preñada de consejas

van tejiendo leyendas las arañas

y murmura el amor cosas extrañas

en el marco empolvado de tus rejas.

El segundo libro de Barreto Peña se titula "La Flauta Encantada" y en él se observa la madurez alcanzada por el poeta en el dominio de la expresión y en el hondo sentido de musicalidad que sus poemas revelan. En un tercer volumen bajo el título de "Rastrojos" recoge Barreto Peña una hermosa colección de prosas líricas y de narraciones de índole criollista, así como una conferencia dictada en el Ateneo de Caracas, a comienzos de la década del 40, bajo la denominación de "Trujillo, tierra de paz y de olvido".

La última obra de Barreto Peña, publicada después de su fallecimiento, con prólogo del Dr. Mario Briceño Perozo, contiene un interesante acopio de voces y modismos trujillanos recogidos con paciente dedicación por el poeta, en cuyas explicaciones palpita una vez más el entrañable afecto que Samuel Barreto Peña sintió por su región natal.

La labor periodística de Barreto Peña está condensada en el semanario "Paz y Trabajo" de Trujillo, y en el periódico "La Voz de Portuguesa", de Acarigua. Sus trabajos literarios fueron publicados en las Revistas "Elite» y "Billiken" y en el diario capitalino "El Universal", del cual fue asiduo colaborador. Barreto Peña además fue un funcionario público muy idóneo, llegando a desempeñar altos cargos de Dirección en el Ministerio de Relaciones Interiores, bajo las administraciones de los Generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. Así mismo actuó Barreto Peña en el servicio exterior desempeñándose como Cónsul General en Holanda y en Colombia.

La permanencia de Barreto Peña en Europa lo lleva a conocer más profundamente las nuevas corrientes literarias que aquilatan su labor creadora. De ahí que en sus últimas composiciones se aprecie una marcada inclinación hacía las escuelas de vanguardia. Los jóvenes escritores trujillanos hoy empeñados en el estudio de las manifestaciones intelectuales de su tierra nativa, encontrarán sin duda en Samuel Barreto Peña un notorio impulso renovador que lo mantiene a tono con las más avanzadas exploraciones literarias de su tiempo.

(Biografía tomada del libro “Gente de Venezuela -500 Años 585 Venezolanos” de Jorge Maldonado Parilli)

 

Mario Briceño Perozo

Nació en la ciudad de Trujillo el 22 de julio de 1917,  cursa la enseñanza primaria en su ciudad natal, en la Escuela Federal Cristóbal Mendoza y estudia el bachillerato en el antiguo Colegio Federal, dirigido por los Dres. Claudio Llavaneras, Antonio Ramón Iriarte y, provisto de un excelente equipo de profesores, auxiliares y examinadores entre los cuales recordamos a Don Tobías Valera Martínez, el Dr. Andrés Lomelli Rosario, Br. Neftalí Valera Hurtado, el Dr. José Nicomedes Rivas, el Dr. Cristóbal Benítez, el Pbro. Francisco J. Sánchez, el Dr. Ramón Urdaneta Braschi, el Dr. Roberto J. Sánchez, el Dr. Ramón Briceño Perozo, Alfonso Marín, el Dr. Rómulo Aranguibel, el Dr. Pedro Emilio Carrillo, el Dr. Abel Mejía, los Dres. Manuel Ángel y Ricardo Palma Labastida el Dr. Fernando Heredia, el Dr. Adalberto Anzola Urdaneta, Trino Olavarrieta Jiménez, el Dr. José Rafael Bencomo, Antonio Carrillo Rodríguez y otros de gran vocación docente y empeñosa dedicación a la enseñanza de sus alumnos.

Desde los años de la escuela primaria, Mario Briceño Perozo ofrece prístinos indicios de lo que habrá de ser su trayectoria de hombre al servicio del país. Apenas cumplidos los catorce años escribe sus primeras páginas en prosa y verso y las expone a la consideración de su maestro y condiscípulos en las memorables horas en que el Dr. Andrés Lomelli Rosario, después de fijarles la tarea de redactar un tema cada uno de los alumnos debía leer su producción para ser considerada colectivamente. Al concluir la etapa primaria de enseñanza, Mario Briceño Perozo inicia su educación media en el Colegio Federal de la Ciudad de Trujillo. Son los años que siguen a la conmemoración del Centenario de la muerte del Libertador Simón Bolívar. Al Colegio Federal concurren numerosos jóvenes de los diversos pueblos y ciudades del Estado, por ser el único plantel de esta categoría que por aquellos días ofrece la oportunidad de alcanzar el título de Bachiller. Acaso en aquel intercambio juvenil de trujillanos congregados en la Capital de la Provincia para acopiar los conocimientos indispensables al desarrollo de su personalidad, surgieron los primeros atisbos conscientes de lo que muy posteriormente el académico Mario Briceño Perozo denominaría “la trujillanidad”.

Los años de la década del 30 en la región trujillana fueron años de silencio y marasmo. Habían transcurrido más de diez años desde los últimos brotes de rebeldía ofrecidos por los trujillanos frente a la emergente autoridad del General Juan Vicente Gómez y sus partidarios. Los caudillos militares y las personalidades civiles más prestantes del Estado se habían plegado mal de su agrado a las imposiciones del régimen o vegetaban en el exilio, del cual algunos pocos volverían para morir agobiados por el desaliento y la ancianidad. Las generaciones jóvenes, nacidas después de 1908, apenas conocían por referencias en las conversaciones familiares a dos personajes connotados de la política regional: los Generales Juan Araujo, hijo del famoso León de la Cordillera y el General Federico Araujo. El primero recién liberado de un cautiverio de muchos años en los calabozos del Castillo de Puerto Cabello, y el segundo retirado a sus posesiones rurales de la Quebrada (Distrito Urdaneta) donde se consagraba a las labores pacíficas del agro. Las figuras de los grandes caudillos como el Doctor y General Leopoldo Baptista, el General Rafael Montilla (El Tigre de Guaitó), el Doctor y General Rafael González Pacheco eran sombras esfumadas en la muerte o en la distancia interpuesta por el ostracismo. En estas nuevas generaciones comenzaba, sin embargo, a germinar una inquietud, suscitada por los sigilosos comentarios de disturbios y rebeliones que muy confusamente podrían captar las mentes juveniles y por las lecciones de moral y cívica, en las que algunos maestros hablaban de los deberes y derechos de los venezolanos, pero con la prudente advertencia de que los derechos como la libertad de pensamiento y la de sufragio no se conocían en la práctica y que era lo mejor no referirse a ellas fuera de los ámbitos del aula.

En 1930 durante la Presidencia del General Emilio Rivas, se conmemora el centenario de la muerte del Libertador y esto motiva a los maestros y escritores regionales para hablar de la grandeza de su obra y de sus ideales. A instancias del entonces Secretario General de Gobierno del Estado Trujillo, Dr. Juan Penzini Hernández, se consagran en la ciudad dos obras a la memoria del Libertador: una gran estatua ecuestre idéntica a las que adornan las plazas de Caracas y de Lima, y un salón de Lectura con el nombre de "Biblioteca 24 de Julio". Los jóvenes alumnos del quinto y sexto grado de la Escuela Cristóbal Mendoza y los estudiantes de bachillerato del Colegio Federal de Varones comienzan a frecuentar la biblioteca provista de una gran enciclopedia y de numerosas obras de literatura y ciencias. Allí también pueden leerse periódicos y revistas de Caracas, de Montevideo, de Buenos Aires, en los que se informaba sobre las nuevas orientaciones literarias del Continente y del Mundo. Los jóvenes estudiantes de la urbe trujillana, especialmente aquellos que tenían inquietudes literarias, pudieron leer allí muchos libros. Entre ellos "Doña Bárbara", "El Ultimo Solar" y "La Trepadora" de Don Rómulo Gallegos editados en volúmenes de papel grueso y áspero. Uno de los libros que más apasionó a los jóvenes trujillanos, después de los nombrados, fue la novela histórica de Arturo Uslar Pietri "Las Lanzas Coloradas", proveniente de Santiago de Chile en una edici6n muy barata, prologada por Mariano Picón Salas, residente en la capital chilena. Por cierto los estudiantes no llegaron a leer el prólogo de Picón Salas pues había sido evidentemente arrancado del contexto, acaso por tener alguna referencia a la situación que bajo el régimen autoritario del General Juan Vicente Gómez, existía en Venezuela,

Mario Briceño Perozo, con los demás estudiantes, tuvo en aquel Salón de Lectura una fuente inagotable para nutrir sus inquietudes juveniles. En 1932, el Colegio Federal de Trujillo celebró el centenario del Decreto de su fundación dictado por el General José Antonio Páez en su carácter de Presidente de la República; con tal motivo los alumnos iniciaron la publicación de un pequeño órgano periodístico, "La Idea juvenil", cuyo nombre, uno o dos años después cambiaron para rebautizarlo "Allá". Mario Briceño Perozo fue uno de los más entusiastas colaboradores de estos iniciales proyectos periodísticos. Luego con Luis Mendoza Montani dirigió otro juvenil órgano de comunicación social bajo el nombre de "Preludios". En todos ellos Mario y sus compañeros publicaban trabajos en los que ya apuntaba el ansia de una renovación no sólo en lo literario, sino también en lo político y social. En 1936 después del deceso del General Juan Vicente Gómez, los estudiantes trujillanos del Colegio Federal se sumaron al movimiento estudiantil que preconizaba una nueva etapa democrática y organizaron la seccional de la altiva Federación de Estudiantes de Venezuela; siendo Briceño Perozo uno de sus más decididos activistas. En 1937 Mario Briceño termina los estudios de bachillerato y pasa a cursar la cartera de derecho en la Universidad de Los Andes. Durante sus estudios universitarios continúa su labor de prensa en diversos periódicos del país. Así mismo da inicio a su labor como escritor con la publicación de sus primeras monografías: "Orígenes Sociales", tesis para optar el título de Bachiller; "Trilla", primer volumen de sus versos de estudiante; "Función Social de la Universidad", en la que aborda las luchas y problemas a nivel continental de la reforma universitaria, y "Bases Para Una Paz Definitiva", excelente trabajo que presenta como tesis de grado, labor toda esta de polígrafo que habrá de prolongarse por toda su vida de consagración al estudio y a la investigación histórica.

En su larga actuación como jurista, maestro y escritor Mario Briceño Perozo se ha desempeñado en funciones de juez, profesor e investigador en diversos sitios del país como Trujillo, La Grita, Aragua, Ciudad Bolívar, Mérida, Coro, Táchira y Caracas, En 1958, a raíz del movimiento popular que derribó la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez, Mario Briceño Perozo fue designado Gobernador del Estado Trujillo, donde realizó una labor administrativa que aún se recuerda como una de las mejores efectuadas desde que el país recobró sus fueros democráticos. En 1959 fue designado Director del Archivo General de la Nación, al frente del cual permanece aún realizando una fecunda tarea con el consenso de la comunidad científica y académica de Venezuela. Además de este cargo que ha constituido la base de su fecunda labor intelectual de los últimos treinta años, Mario Briceño Perozo adelanta con gran responsabilidad y constancia sus actividades de académico de la historia y de la lengua, de directivo de la Sociedad Bolivariana y de Catedrático de la Universidad Central de Venezuela. No obstante ser jubilado en la docencia, Briceño Perozo en la U.C.V. continuó al frente de los estudios dirigidos de Diplomática y del Taller de Archivos Históricos y Bibliotecología de nuestro máximo instituto de estudios,

En su constante actividad de investigador Briceño Perozo ha viajado por numerosos países. Ha permanecido períodos completos en los Archivos de Indias de Sevilla y Salamanca, ha dictado conferencias en Lima y Trujillo (Perú), viajando en plan de estudio y de actividad académica por México, Colombia, Francia, la Unión Soviética, Estados Unidos y otros países. Su irrenunciable propósito de ser útil a su país y a las jóvenes generaciones estudiosas de Venezuela ha llegado a reunir, como fruto de su esfuerzo personal, una muy rica bibliografía que sobrepasa a los noventa títulos. De éstos, por vía enunciativa y sin ánimo de mencionarlos todos, recordamos corno los de más significación a nuestro juicio: "Francisco de Miranda, Maestro de Libertadores", 1950; "Cruz Carrillo", 1953; "Simón Rodríguez, Maestro de América", 1954; "El Diablo Briceño", 1958; "Las Causas de Infidencia", 1961; "El Contador Limonta" ' 1961; "Textos y Programas de Historia de Venezuela, 1962; "Historia Universal", 1963; "Magisterio y Ejemplo de un Vasco del Siglo XVIII", 1965; "El Archivo del Precursor", 1966; "Función cultural y docente de los archivos históricos", 1967; "Mirandonianas", 1967; "El Bolívar que llevamos por dentro", 1968; "La Ciencia de los Archivos" 1969; "Documentos. para la historia de la fundación de Caracas", 1969; "Archivos Venezolanos", 1970; "Historia Bolivariano.", 1970; "La popularidad de Martí en Venezuela", 1970; "Vida y papeles de justo Briceño", 1970; "Reminiscencias griegas y latinas en las obras del Libertador", 1971; "Los peruanos al servicio de Venezuela", 1974; "El Juez Visitador Alonso Vásquez de Cisneros, 1974; "El Archivo General de la Nación", 1975; "Trazos de Historia Falconiana", 1977; Don Juan de Trujillo", 1978; "Ternas de la Historia Colonial Venezolana", primero y segundo tomos, 1981‑1986; "La Academia Errante y tres retratos", 1983; "La Poesía y el Derecho", 1983; "Historia de Trujillo", 1984; "La Archivología como Ciencia y otros apuntes", 1985; y "Frases que han hecho Historia", 1966. La última obra que hemos tenido oportunidad de leer de Mario Briceño Perozo es "La Espada de Cervantes", publicada en diciembre de 1987. Se trata de un libro lleno de erudición y con un hondo sentido pedagógico, en el cual se destacan los altos valores como escritor y como hombre de armas al servicio de su país del inmortal autor del "Quijote" y se hace una exhaustiva referencia de los comentarios, meditaciones y resonancias suscitados por la obra cervantina en escritores, poetas, filósofos, historiadores, novelistas, arqueólogos, juristas, médicos, psicólogos y, en general, humanistas de los más diversos países y de todas las épocas posteriores al Siglo de Oro.

Al igual que su tarea de docente y escritor, Marlo Briceño Perozo desde los tempranos años de su juventud ha venido cultivando la poesía, Además de su libro "Trilla", ya mencionado, ha publicado "Pretérita Inquietud", 1949; "Sones de Tiorba", 1960; en limpia factura clásica, revelándose como uno de los más diestros cultivadores del soneto.

(Biografía tomada del libro “Gente de Venezuela -500 Años 585 Venezolanos” de Jorge Maldonado Parilli)

 

Juan Bautista Carrillo Guerra

El día 7 de febrero de 1832, el hogar de los esposos Don Juan Bautista Carrillo Quevedo y Doña Guadalupe Guerra Durán se encontraba de regocijo por el advenimiento de un niño.

Don Juan y Doña Guadalupe son personas pobres, aunque sus respectivos ascendientes, Don José Tomás Carrillo y Don José Antonio Guerra fueron en su momento connotados activistas del movimiento emancipador‑ por los días gloriosos de 1810 y 1811. Aquella gallarda actividad les ocasionó persecuciones y pérdidas de sus bienes al triunfar la reacción encabezada por Monteverde y cuando el año 14 los, realistas impusieron de nuevo a Venezuela la dominación monárquica de Fernando VII. El niño Carrillo Guerra, que debía llevar el nombre de su padre, nace y crece, pues, en un ambiente de estrechez que apenas podían atender el progenitor con su trabajo honesto y la madre con la labor hogareña y los cuidados solícitos que, como por obra de milagro, hacían posible que la vida familiar transcurriera con sosiego y para satisfacción de las necesidades fundamentales de la vida.

Un comerciante catalán establecido en la ciudad desde 1831, Don Pedro Póu fundó el primer negocio de importación de víveres, útiles de la labranza y otras mercancías. Don Pedro, amigo de la familia Carrillo Guerra, empleó como dependiente al joven Juan Bautista y lo entrenó en el complejo ejercicio de la actividad comercial. Durante largos años el joven Carrillo Guerra trabajó bajo la dirección de Don Pedro Póu y al pasar a ser el establecimiento propiedad de Don Bartolo Braschi, acaudalado hombre de negocios que visitó a Trujillo y se prendió del ambiente local, decidiendo instalar ahí su residencia, Carrillo Guerra continuó prestando sus servicios tanto con Don Bartolo como con su sucesor Don Antonio Braschi. La conducta irreprochable de Carrillo Guerra, su habilidad e inteligencia para manejar los asuntos mercantiles, su constante afán de superación y su abnegada dedicación a sus padres y hermanos, le ganaron el aprecio general y lo pusieron en camino de independizarse económicamente y fundar su propia empresa mercantil. Don Antonio Braschi quien sentía por Carrillo Guerra un afecto entrañable, fue el primero en estimularlo en su iniciativa, proporcionándole con el antiguo patrón don Pedro Póu las más amplias y encomiásticas recomendaciones para el alto comercio de Maracaibo. Los comerciantes marabinos, plenamente confiados en las referencias de Braschi y Póu, ofreciéndole el crédito y ayuda requeridos y propiciaron así la realización de los propósitos del joven trujillano. En 1855, abrió sus puertas el flamante establecimiento que debía cobrar gran popularidad bajo el nombre de "Al Tótilimundi" fiel reflejo del espíritu amplio y receptivo del fundador, aun muy joven, pero ya dotado de una definida personalidad de hombre con vocación de servicio.

En medio de la penuria de la Provincia de Trujillo en las primeras décadas de la Segunda República, el pueblo trujillano contaba con un inapreciable tesoro: el de sus hombres y mujeres. A la ciudad y a los lugares circunvecinos tornaba la mano de obra que penosamente restauraba las labores agrícolas y la confianza en el esfuerzo como única salida hacia el futuro. Por las calles de la vieja ciudad paseaba su ilustre humanidad el General Cruz Carrillo y congregaba a la juventud para contarle episodios de la lucha emancipadora. Entre los jóvenes que escuchaban al héroe y le hacían respetuosas preguntas se contaba Carrillo Guerra. Instalado en su negocio y ya próspero Don Juan, como afectuosamente le llamaban sus conterráneos, recibía las frecuentes visitas de los próceres sobrevivientes y socorría con una pensión al soldado Valbuena quien hizo la Campaña del Sur que culminó en la gloriosa gesta continental de Ayacucho. El soldado Valbuena, residenciado en la Calle Arriba, en humildísima vivienda, también relataba a los jóvenes los incidentes de la campaña y pormenorizaba la aciaga sublevación en que pereció el General José María Córdoba al ser sitiado por los destacamentos al mando del General Daniel O'Leary, encargado de reducir su infortunada rebeldía. A esas tertulias con los próceres asistían adultos y adolescentes como Juan Francisco Martínez, sus hijos Francisco de Paula y José Félix, Francisco Vásquez, Ramón Briceño Vásquez y su hermano Carlos Manuel, Juan Nepomuceno Urdaneta y Elías Urdaneta, el joven médico Diego Bustillos y su hermano Juan Pablo, José Emigdio González y su hijo Rafael y muchos, muchos más trujillanos que luego debían de desempeñar importantes papeles en las áreas de la ciencia, de la literatura, del foro, del magisterio, de la actividad militar y política y, en general de todos los servicios públicos y privados.

"Al Totilimundi" se convierte en un polo de atracción y de irradiación de ideas progresistas, de iniciativas culturales, de información a todos los niveles ‑local, nacional y aun mundial‑ porque junto con los víveres importados, los útiles de labranza, los instrumentos necesarios a la labor de artesanos y obreros, al flamante establecimiento llegan libros, periódicos y revistas de la más diversa índole provenientes de ambos mundos ‑y sobretodo acuden los viajeros ‑algunos de ilustre prosapia, sucesores de Humboldt en sus afanes de investigación científica‑, y se intercambian opiniones sobre todos los temas que mueven la inquietud y la inteligencia de los hombres de la época en los cuatro puntos cardinales, hasta el punto de que el sabio Arístides Rojas escribe calificando al dinámico trujillano como "el Mecenas de las letras trujillanas". En efecto, circula una hoja pública en la que Don Juan Bautista Carrillo Guerra anuncia a los trujillanos: "Después de mil dificultades anexas a esta clase de empresas y, contando con la cooperación de algunos ciudadanos, he logrado mi objeto. Está, pues, la imprenta de Trujillo en disposición de funcionar. Abrigo profundas esperanzas de que este establecimiento, llamado por su naturaleza a producir grandes beneficios al país, ha de servir para dilucidar principios útiles a la sociedad, para promover el desarrollo y progreso de las industrias, para hacer conocer el Estado en el exterior y para propagar, en fin, toda doctrina, toda idea que lleve en pos de sí una mejora material o intelectual. Por más que la imprenta sea hoy, por nuestras instituciones, tan libre como el pensamiento a que sirve de vehículo, no debe abusarse de ella. Que nunca, en ningún caso, sirva ella entre nosotros para engendrar odios y rencores: que no traspase jamás con planta impura y atrevida el umbral del santuario doméstico: que no se convierta, en fin, en un poste de difamación en que se exponga al ciudadano a la vergüenza, porque entonces, lejos de ser un elemento de civilización y de progreso, lo será sólo de barbarie".

En el Taller Gráfico de Don Juan, se imprimen periódicos, uno de los cuales llega a ser quizás el más importante vocero gráfico de la Provincia venezolana para aquellos días de la segunda mitad del siglo XIX, "El Trujillano", donde publican sus producciones literarias, sus ensayos filosóficos, sus artículos políticos cargados de doctrina y reflexión numerosos escritores de la región, En su brillante y exhaustiva biografía, "Don Juan de Trujillo", el Dr. Mario Briceño Perozo, escribe: "La guerra federal que acabó con florecientes poblaciones de los llanos, empujó a importantes familias hacía Barinas, Mérida, Trujillo y Táchira, de Guanare, especialmente, fue copiosa la emigración. Boconó fue el refugio propicio de gente honorable que venía horrorizada de la contienda larga y dura. En uno de esos grupos encuentra Don Juan a la dama que será su esposa. Se trata de la familia Márquez Febres, guanareña. Ahí conoce a la señorita  María del Rosario, hija de Don Victorino Márquez Unda y Doña Virginia Febres Cordero. Don Juan y Doña Rosario se casaron en Boconó el 6 de noviembre de 1870".

Hombre de más de treinta años, Don Juan ha recorrido una ascendente trayectoria y se halla en eminente posición como ente social, como hombre de negocios, como propulsor del progreso y la cultura. Su presencia es acatada y respetada en todos los ámbitos del territorio trujillano, su voz es escuchada con deferencia y marca siempre pautas orientadoras a la comunidad. Don Juan pone especial atención al desarrollo de la instrucción pública. Son los días de Gobierno del General Antonio Guzmán Blanco, quien inmortaliza su gestión administrativa con el Decreto de Instrucción Pública Gratuita y Obligatoria. Don Juan Bautista Carrillo en tierra trujillana es el más vigoroso propulsor de este magno proyecto.

Esta labor de Don Juan va cobrando bríos desde 1872, cuando es designado miembro de la Junta Nacional de Instrucción Primaria y Superior y se convierte en su presidente. Es el organismo que en el Estado ha de cumplir los proyectos educativos del Presidente Antonio Guzmán Blanco. No satisfecho con actuar dentro del territorio trujillano, se traslada a Caracas para mover resortes e influencias favorables en el sentido de lograr un gran plantel educacional para la mujer trujillana. ‑ Lo logra cuando el Presidente Guzmán Blanco y su Ministro de Instrucción Pública, Dr. Aníbal Domínici, promulgan el 28 de septiembre de 1883 el Decreto de fundación del Colegio Nacional de Niñas de Trujillo, al frente del cual va a actuar un prestigioso equipo docente integrado por Eloísa Fonseca, directora, Betsabé Valera Martínez, sub‑directora, José Félix Fonseca, profesor de escritura y gramática castellana, Francisco de Paula Martínez, catedrático de historia y geografía, Juan Pedro Chuecos Miranda, médico, profesor de francés e higiene doméstica. Al lado de estas preocupaciones vinculadas a la educación y la formación cultural de hombres y mujeres trujillanos sin más distingos que los que imponían los criterios morales y convencionales de la época, Don Juan no descansa un momento en impulsar iniciativas de progreso y desarrollo en el orden económico y social de la tierra trujillana: impulsa industrias como la del cultivo y procesamiento de la caña en el estado, sostiene periódicos en base al taller de imprenta que ha instalado, ayuda financieramente a los agricultores en sus labores productivas y con algunos hombres de empresa de Maracaibo promueve la fundación del Ferrocarril de La Ceiba, que debía traer tanto progreso y tanta prosperidad a la tierra trujillana y en general a toda la región de Los Andes.  Acepta ser Senador de la República y asiste al Congreso Nacional.

El 23 de mayo de aquel año corre por el país la noticia de la invasión del General Cipriano Castro por la frontera del Táchira. Carrillo Guerra como primer magistrado trujillano se desempeña con prudencia y seriedad. Toma las medidas que considera más oportunas. Acata las instrucciones del Presidente de la República, General Ignacio Andrade. De Trujillo parte para Mérida un contingente al mando del Dr. y General Rafael González Pecheco, con el propósito de detener la invasión castrista. El encuentro entre los tachirenses y trujillanos ocurre en las proximidades de Tovar, siendo derrotado el Dr. González Pacheco por una misteriosa trasposición de pertrechos bélicos que no le permite contrarrestar la acometida de las aguerridas tropas del General Cipriano Castro. El Dr. González Pacheco regresa a Trujillo decepcionado y molesto. Las intrigas y chismes locales lo predisponen contra el Presidente Carrillo Guerra y se produce el infortunado episodio de la toma de Trujillo por los destacamentos de González Pacheco y Eugenio Montaña con la consiguiente deposición de Don Juan y otros sucesos aciagos que resulta prolijo referir.

El 17 de febrero de 1911, a los 76 años de edad, Don Juan fallece en su ciudad natal, convirtiéndose en fervoroso culto cívico y en imperecedero arquetipo de la trujillanidad.

(Textos tomados de Gente de Venezuela de Jorge Maldonado Parilli)

 

 José Ramón Heredia

 Aparece José Ramón Heredia, un trujillano cuya vida comienza con el siglo (nacido en Trujillo el 10 de noviembre de 1900), entre los fundadores del Grupo Viernes, centro de un movimiento poético animado por unas cuantas mentalidades jóvenes que escandalizaron un poco a los devotos del verso romántico, y aún a algunos modernistas y post‑modernistas fieles a sus moldes tradicionales. El crítico Pedro Díaz Seijas considera que Heredia "juzgado dentro de los contextos históricos y estéticos que han debido nutrir su obra de poeta, parece haberse escapado de las dimensiones de su tiempo. Los movimientos de vanguardia en nuestro país lo sorprenden ya con cierta madurez en su formación estética, fenómeno que no impidió su ruptura en poesía con todos los antecedentes que habían forjado una lírica con los ingredientes irremovibles de la tradición".

Para Pascual Venegas Filardo, Heredia es "el revelador de un mundo nuevo, el descubridor de escondidas bellezas ocultas allí donde el ojo profano apenas entrevé un mundo ordinario y sin relieve estético". "En largos versos que parecen exámetros, apunta Otto De Sola en su Antología Poética, este poeta de aliento moderno y sensibilidad romántica" nos da su mensaje. Mensaje formalmente distinto, de una lírica sutil y personalísima que desconcierta a los gustadores de la vieja poesía. Oigámosle en su poema "Miedo de tu presencia en mí":

"Había buscado tus manos entre los lirios desfallecidos frente a las lunas íntimas de íntimas alcobas, en las alas resignadas de las mariposas cautivas, y el ruido de tus pasos en esas rosas desprendidas de los balcones, en el caer de esas plumas ingrávidas sueltas en el destino del viento. Te había llamado erguido sobre mi rosa náutica, con la voz redonda de los marineros"….

Ensayista, crítico literario y novelador, José Ramón Heredía sabe escribir también prosa de hondura, como cuando aborda el difícil tema de los poetas y la poesía. "El poeta, dice, ha de cultivar su intelecto. Sabemos que él, y el artista en general, extrae la casi totalidad de su arte de las fuerzas espirituales, pero sin que esto quiera decir que el intelecto no tome parte en la creación artística. No está reñido el genio del instinto con el genio especulativo, sino por el contrario, se buscan y completan. A los que creen que al poeta sólo conviene la actitud emocional, les oponemos que también la actitud reflexiva e intelectual conviene al poeta como ser pensante, a la vez que emocional y volitivo". Agrega Heredia que "de la perfecta y acorde dualidad de estas actitudes, de su intuición y su conocimiento de lo racional y lo irracional, nace la hondura de una poesía que busca una grave verdad.

Es densa la obra que nos dejó José Ramón Heredia: "Antología Poética", "Caribes y guaraníes una sola y misma raza", "Los espejos del más allá", "Cong en el tiempo", "Insolación", "Maravillado cosmos", "Mensajes en siete cantos de la guerra y la paz desde América", "Música de silencios", “La noche y siempre la noche", "Por nuevos caminos”, poemario este último fechado en 1933, antes de que en él se hubiese operado el profundo cambio de rumbo que advierten con admiración los entendidos.

Prestó José Ramón Heredia inestimables y dilatados servicios a su país en el exterior. Fue secretario de asuntos culturales en la Embajada de Lima (1951-1954), Encargado de Negocios en la Asunción, Paraguay (1955-1957) Encargado de Negocios en El Salvador (1958-1961). Desempeñó consulados y cargos de importancia en los Despachos de Agricultura y Hacienda. En 1974 recibió el Premio Municipal de Literatura, y en 1973 el Premio Nacional por el mismo concepto.

Noble cualidad de José Ramón Heredia fue su afectuosa lealtad a su gente y a su tierra. No obstante su larga ausencia (sólo en el Paraguay vivió durante quince años), mantuvo siempre fresca la memoria de sus días infantiles y de adolescente en el Trujillo natal. Alguna vez, ya en el atardecer de su vida, cuando el tiempo le había nublado los ojos, dictó al menor de sus hijos, José Rolando, y con carácter de primicia para la Revista de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, una sabrosa crónica cuyo título no puede ser más sugerente: "Yo vi caminar a Bolívar a través de Ño Ricardo Carrillo".

"Eso fue allá por 1912 0 1913, o quizás a principios del 14. Yo conocí a esa persona en el bucólico pueblo de San jacinto, del Estado Trujillo, y muy vecino a la ciudad capital. Para ir de la una a la otra de las dos poblaciones no se necesitaba cabalgadura, tan cerca estaban, y servía de grato paseo este recorrido".

Cuenta Heredia que el personaje a que se refiere tenía como 130 años y era de oficio campanero, muy blanco y de ojos azulosos, ágil aún, de buena conversación y pulcro en el vestir. 'Una vez narra Heredia se me ocurrió preguntarle como caminaba Bolívar. Vino hasta la pieza en que yo estaba sentado. Se colocó de espaldas contra la pared, y poniéndose lo más erecto que pudo echó a andar hacia el otro extremo con pasos rápidos y ligeros, la mano izquierda en el cuadril, simulando la mano de Bolívar sobre la espada, el brazo derecho suelto en rítmico ir y venir, inclinando el cuerpo al uno y el otro lado en un pendulante, moderado movimiento, y volviendo la cabeza con rapidez a la izquierda y a la derecha. Llegado que hubo al otro extremo se volvió a mí y dijo con rotundidad y como si no me lo dijera a mí sólo, sino a otros, haciendo un gesto afirmativo con la mano: "Así caminaba Bolívar".

G.V  Maldonado Parilli

 

Manuel Fernando Mendoza

Trujillo en las postrimerías del siglo XIX y albores del presente es una ciudad de grandes bachilleres. Hombres cargados de experiencia y de sabiduría que desempeñan importante papel en los destinos de la comunidad. Neftalí Valera Hurtado, Rafael María Altuve, Lisímaco Carrillo, José Rafael Almarza, Eladio Alvarez de Lugo, Blas Ignacio Chuecos han hecho sus estudios en el Colegio Federal de Varones, hoy Liceo Cristóbal Mendoza, alcanzando ese grado que es timbre de orgullo y de valimiento en la pequeña urbe histórica.

Entre esta pléyade se cuenta un joven activo, estudioso, cordial, que un rato es tipógrafo, otro periodista, otro poeta, otro cronista, otro historiador, otro maestro de escuela. Se  llama Manuel Fernando Mendoza y pertenece a la estirpe de los patricios trujillanos de 1811.

Manuel Fernando Mendoza nace en 1871. Asiste en sus años infantiles a las pequeñas escuelas públicas creadas por el General Antonio Guzmán Blanco y generosamente patrocinadas por Don Juan Bautista Carrillo Guerra. En la imprenta instalada por este ilustre personaje en 1864. Manuel Fernando Mendoza aprende el arte de la tipografía, bajo la dirección de Don Lisímaco Carrillo, descendiente directo del General Cruz Carrillo, compañero de Bolívar y Páez en gloriosas jornadas de la Independencia. Así Manuel Fernando se mueve en sus afanes formativos entre el taller y las aulas del Colegio Federal.

Su afición a las letras y al periodismo crece constantemente a la par que sus conocimientos de matemáticas, de gramática, de latín y raíces griegas, de literatura, de ciencias naturales y de Filosofía, que adquiere en el plantel fundado bajo la presidencia del General José Antonio Páez.

Como periodista, Mendoza llega a ser uno de los más activos y cultos de la tierra trujillana. A partir de 1893 cuando funda "El Espejo", órgano de los estudiantes del 2º año de filosofía del Colegio Federal, Manuel Fernando Mendoza, en alguna forma participa en la publicación de otros órganos de prensa: "El Talabartero" (1896), "La Lira" (1896), "El Perico" (1896), "Sagítario" (1897), "El Trujillano" (1898), "El Boletín de la Guerra" (donde se reportan las contiendas locales del 99), "El Gallo" (1899), La Gaceta Oficial del Estado Trujillo (1900), "El Correo de Trujillo” (1901), "El Estímulo", "El Diario de Trujillo" (1904), "El Gladiador" (1906), "Industria y Letras"(1907), "E1 Paladín" en compañía de Luis Martínez Salas (1908), "El Estado" (1909), "El Deber" (1910), "El Preludio" (1912) y “Promesas” (1931) . Esta última publicación tiene importancia especial para el periodismo trujillano del presente siglo. Se trato de una revista quincenal dirigida y redactada en colaboración con el poeta Pedro Santini Ordóñez. Allí publican sus primeras producciones algunos de los escritores trujillanos,  Alfonso Marín. Mario Briceño Perozo. Manuel Andara Olivar, Víctor Valera Martínez; allí a pesar del apego a las tradiciones clásicas y románticas de sus redactores, se hacen conocer en Trujillo las nuevas corrientes literarias de vanguardia, a través de los versos de Carlos Alberto Herrera, oficial de las tropas acantonadas en la plaza; de Francisco Briceño Perozo y de Oscar Villegas, jóvenes imbuidos en propósitos renovadores.

Manuel Fernando Mendoza, además de su labor periodística, desarrolla una importante labor literaria e histórica: poemas de elegante factura, cuentos de ambiente regional, artículos sobre historia y comentarios críticos sobre libros. La obra de Manuel Fernando Mendoza ha corrido para su conocimiento entre los coterráneos, con mala suerte. Allí están esperando su publicación: “Trujillo Histórico y Gráfico", volumen muy rico en datos sobre la vida y las actividades de la región. "Un Secreto Victimario", novela; "Patria y Lirismo", historia y poesía; "De tiempos mozos", "Un amor que se fue", "Evocaciones románticas", "Anagramas y Pasatiempos", “Pétalos Líricos" y 'Humoradas", títulos que insinúan su contenido en forma por demás significativa.

Don Manuel Fernando Mendoza falleció en la década del 50 en Caracas, anciano, pobre de recursos pecuniarios y rico en tesoros espirituales. Su obra, de ser publicada por el Ejecutivo del Edo. Trujillo, ofrecería un estupendo material para el estudio del sentir, del pensar y del actuar trujillanos en épocas que cada día se hacen más lejanas.

(Biografía tomada del libro “Gente de Venezuela -500 Años 585 Venezolanos” de Jorge Maldonado Parilli)

 

Pedro A. Santiago

Lo recordamos caminando por las empinadas calles de la ciudad de Trujillo, grave y cortés, ensimismado en sus proyectos de educador y activista de la cultura. Don Pedro Antonio De Santiago, nació el 17 de enero de 1889, en el Páramo de Miquías, Municipio Concepción del Distrito Carache. Sus padres fueron Don Félix de Santiago Palma y Doña Felipa Pimentel Vásquez.

Pedro Antonio creció y recibió sus primeros conocimientos en medio de las ventiscas de las montañas que se alzan entre los Estados Trujillo y Lara. Soñador y precoz, tuvo la suerte de contar en aquellos tiempos de casi completa oscuridad para las capas rurales, con dos maestros que le proporcionaron un mínimo de conocimientos: Diego Delgado, venezolano del propio Distrito Carache, y Aurelio Uribe, colombiano.

Pedro A. De Santiago, aún muy joven, se trasladó a la ciudad de Carache para ampliar sus conocimientos. Allí existía un instituto educacional llamado Colegio Sucre donde pudo estudiar cuatro años de secundaria sin obtener sin embargo el grado de Bachiller, por la forma un tanto irregular con respecto a la instrucción pública oficial como funcionaba el referido instituto que finalmente desapareció, pues sólo el Colegio Federal de Varones de la ciudad de Trujillo y acaso un establecimiento docente de Valera, tenían la facultad de otorgar tal título académico.

En 1916 el joven De Santiago fundó una escuela de primeras letras de carácter privado en la misma capital de su distrito nativo. De esta manera inició su larga carrera de educador. Pero impropicio el ambiente para el desarrollo de sus propósitos, Pedro Antonio pensó en horizontes más amplios, y en 1918 se trasladó audazmente a Caracas, donde instaló su escuela en la popular parroquia de San Juan. Al año siguiente comenzó en todo el país a propagarse la epidemia de la gripe española, que cobró trágicas proporciones en el Estado Trujillo. Conocido ya De Santiago como persona de vocación filantr6pica por su denodada labor en la escuelita sanjuanera, la Cruz Roja venezolana solicitó su colaboración  lo envió a su región nativa como miembro de una Comisión encargada de luchar contra el tremendo flagelo que diezmaba las poblaciones y campos trujillanos. Fue así como De Santiago regresó a la tierra nativa. Esta vez adoptó como residencia la ciudad de Valera, donde definitivamente se incorporó al magisterio, prestando sus servicios en uno de los principales planteles de la progresista urbe andina.

Como Simón Rodríguez, resulta un maestro inquieto y andariego. De Valera pasa a Chejendé donde además de su labor docente, ejerce el periodismo poniendo en circulación un pequeño órgano titulado "Cero", en el que escribe bajo el seudónimo de Diego Prado Atenas y aborda los problemas y tópicos atinentes a la comarca, especialmente los relativos a la educación y a la cultura. En lo sucesivo De Santiago impartía enseñanza en institutos educacionales de Betijoque, Isnotú, Torococo, Carache, Burbusay, La Concepción y Caracas.

Paralelamente a su labor de pedagogo, Pedro A. De Santiago adelanta sus tareas de escritor y periodista. Sus artículos aparecen con frecuencia en la prensa regional y en los diarios de Caracas. En 1935, en compañía de Antonio Cortés Pérez y de César Augusto Vale, funda un semanario en la histórica población de Santa Ana, donde se efectuó la entrevista de Bolívar y Morillo en 1820. En su terruño natal, La Concepción de Carache, funda en 1956 la Biblioteca Padre Vásquez, en honor a un párroco muy meritorio de aquel pueblo. Esta biblioteca, según informes, aún presta servicios a la comunidad. En ese mismo año da a la publicidad un bello opúsculo titulado "Reportaje Intimo (consejos a mis hijos)". Dos años antes había publicado un folleto llamado “Preludios del Cuatricentenario", donde se adelantaba a la celebración de la efemérides de la fundación de la ciudad de Trujillo que debía celebrarse en 1957. En 1956 publica su obra 'Tipografías Trujillanas" que contiene setenta y tres bocetos de la vida de distinguidos coterráneos.

Don Pedro A. De Santiago por su larga labor de más de cincuenta años, dedicada a la docencia y a la cultura en general, cumplida en los más diversos sitios de su región nativa y de la capital de la República, fue distinguido con la Medalla "27 de junio" y se le otorgó jubilación por el Ministerio de Educación. Casado con Doña Amelia Durán, procreó cuatro hijos que en diversos radios de la actividad humana, permanecen hoy fíeles a la memoria de su padre, haciéndole honor con su conducta honesta y con su trabajo útil. Este modesto y meritorio trujillano fallecido a la edad de noventa y tres años en la ciudad de San Cristóbal el día 12 de mayo de 1982.

(Pedro A. Santiago publicó el notable libro “Biografías Trujillanas” en Homenaje a la ciudad en su cuarto centenario, texto de gran utilidad para todos los lectores trujillanos)

(Biografía tomada del libro “Gente de Venezuela -500 Años 585 Venezolanos” de Jorge Maldonado Parilli)

 

Ramón Urdaneta

El Dr. Ramón Urdaneta, abogado y escritor de amplia bibliografía y ya larga actuación en los predios forenses, nació en la ciudad de Trujillo, el 30 de junio de 1932, en el hogar integrado por Don Héctor Urdaneta Braschi y Doña Beatriz Bocanegra de Urdaneta.

Ramón Urdaneta va a la escuela de primeras letras y aprende con facilidad a leer y escribir. Sube y baja por, las dos calles principales de la ciudad nativa, en cuyos aleros y ventanas se enredan los sueños del ayer romántico y flamean las esperanzas cifradas en los tiempos que aún tardan en llegar. A veces corretea por las riberas del Castán y salta sobre las piedras milenarias de la Quebrada de los Cedros. Aún en esas piedras palpita la conseja y se perpetúa en huellas rupestres como las del "Toro de la otro vida", la de "La Llorona", la del "Hermano Penitente". En la ciudad aun se habla de espantos y aparecidos. Algunas viejas casas corren con la fama de ser centros favoritos de las ánimas que, vienen a sus largos corredores, a sus silenciosos dormitorios y a sus holgadas cocinas con tapias para el fogón y aparador de fibras de plátano colgante del techo, para desandar purgando sus pecados, antes de lograr “el descanso eterno". En las pulperías de Ambrosio Veracoechea, Ricardo y Hercilio Morillo, Isidoro Portillo, Ramón Morillo, Adriano Uzcátegui, Pedro Bracamonte, vecinas a su residencia solariega, el niño Ramón ha escuchado decir que por los alrededores del Teatro Sucre (antiguo templo de San Francisco) han visto rondar a Don Hipólito, fallecido varios días atrás en una de las casas vecinas.

Paralelamente a sus estudios de derecho, el joven estudiante adelanta cursos de historia y literatura, establece contactos con elementos de la intelectualidad española y se abre a una amplia labor destinada al robustecimiento de los antiguos vínculos espirituales entre Venezuela y España. Al terminar sus cursos salmantinos, viaja por España, recorre los campos y ciudades de Castilla, visita los pueblos de Extremadura apreciando las vetustas edificaciones de ciudades como Arévalo, Mérida y Trujillo, raíz linajuda de nuestras urbes andinas; se asoma a las austeras y próvidas comarcas de Vasconia, cuna del abolengo familiar. Y acrece así los lazos sensibles y solidarios con la Madre Patria, en su integridad sustantiva.

De regreso en Venezuela, Ramón Urdaneta instala en Caracas su Despacho de Abogado y en poco tiempo alcanza nombradía y clientela considerables. Su sólida y versátil cultura jurídica le permite atender casos atinentes a diversas materias legales, como la civil, la mercantil, la laboral y la muy nueva concerniente a los problemas del tránsito. De este modo llega a convertirse en calificado Asesor jurídico de Empresas en los ramos de inversiones, crédito, inmuebles, cobranzas y representaciones inmobiliarias.

En las áreas de la cultura, el Dr. Ramón Urdaneta emprende una fructífera labor como escritor vocacional y como tesonero activista dedicado a la lucha por obtener mejores condiciones de desenvolvimiento para el intelectual y el artista venezolanos. Tal actitud dinámica y responsable determina su elección como Presidente de la Asociación de Escritores Venezolanos, durante dos períodos, con el positivo saldo de la fundación del Instituto de Previsión Social del Escritor. Igualmente su indeclinable interés por los asuntos de la cultura de raíz ibérica le hacen acreedor a la Presidencia del Instituto de Cultura Hispánica, al frente del cual actúa con acierto y brillo en tres oportunidades.

En su específico carácter de escritor, el Dr. Urdaneta aporta una extensa bibliografía, entre cuyos títulos recordamos: "Mecanismo a dos tiempos sobre Trujillo", París, 1956; "Europa prolífica”, Madrid, 1956; "Momentos históricos de la vida venezolana en relación con España”, Zaragoza, 1956; "Aportación trujillana al pensamiento en Venezuela”, Salamanca, 1957; "Calzada de todo tiempo”, Caracas, 1961; “Betijoque, Carache, Niquitao", episodios sangrientos de la Guerra a Muerte, Caracas, 1963; “Las Verdades y la Historia”, Caracas, 1964; "El sentido de la tradición", Bogotá, 1966; "Caracas, Soledad”, 1967; "De este lado del mundo", 1968; "Naturaleza jurídica del derecho de autor", Caracas, 1970; "Alonso Briceño, primer filósofo de América", Caracas, 1973; "El pensamiento histórico venezolano", Caracas, 1976; "Vida y pasión del Capitán Juan Pablo Pacheco Maldonado", Caracas, 1977; "En elogio del General Rafael Urdaneta", Caracas, 1978; “Palabras para recordar”, Caracas, 1980; "La Nueva Sede de la Casa Nacional del Escritor”, Caracas, 1981; "Los amores de Simón Bolívar", Caracas, 1983. Estamos enterados además de la constante laboriosidad del Dr. Urdaneta, quien alterna sus tareas profesionales, con la preparación de nuevas obras, cuya escritura adelanta sin descanso. Entre las obras a publicarse en el futuro podemos señalar: "Aleuzenev", cuentos; “Los gastos de la guerra", novela; "El Laberinto de Tinajas", novela; "Marco y retrato de Gramont”, ensayo biográfico; "Cantos Vitales”, poemas; y "El fuego entra en la Historia", selección de trabajos históricos.

(Biografía tomada del libro “Gente de Venezuela -500 Años 585 Venezolanos” de Jorge Maldonado Parilli)

 

Asdrúbal Colmenárez Quiroz

Nació en Trujillo el 21 de Agosto de 1936, hijo de Cesar Colmenárez y de Pastora Quiroz. Desde muy joven se sintió atraído por el arte. Realizó estudios en el Taller de Artes Plásticas del Ateneo de Trujillo con el maestro surrealista Chileno Dámaso Ogaz, más tarde pasa a ser profesor de pintura tanto en el mismo Ateneo de Trujillo como en el Ateneo de Valera, entre los años 1.960 y 1.967, fecha ésta última que decide irse a París. Llega allí con una formación que aunque de provincia, era muy sólida, en mejores condiciones que otros que iban de Caracas.

Los primeros años en París fueron muy duros, como no llevaba mucho dinero, tuvo que trabajar, haciendo los bastidores y otros trabajos en madera a artistas ya consagrados, aplicando conocimientos adquiridos en su pueblo, en su pasantía como ayudante de carpintería en el negocio de su padre.

Cuando llega a París en Enero de 1.968, el arte cinético estaba dando sus últimos pasos, pero fue marcado por el movimiento social que se estaba produciendo en ese momento, la gran Revolución Cultural, grandes pensadores franceses de la época tenían charlas al aire libre.

Al poco tiempo de llegar a París se matricula en la Universidad Experimental de Vincennes VIII, donde inmediatamente el crítico de arte Frank Popper, lo nombra asistente de su taller experimental.

En 1969 es becado por el gobierno francés y entre 1970 y 1972 por el Consejo Venezolano de la Cultura. En 1978 recibe la bolsa de trabajo Guggenheim.

Su primera exhibición individual la realiza en 1976 en Caracas en el Museo de Bellas Artes. En 1978 presenta su trabajo en el Museo de Arte Moderno de París y en 1980 exhibe "Alfabeto Polisensorial y Otras Proposiciones sobre la Escritura" en la Galería de Arte Nacional de Caracas. En 1981 exhibe en el Museo Reattu de Aries, Francia y en 1987 presenta sus "Cartas de Amor al Japón" en la Galería K en Tokio. Desde 1968 ha participado en las exhibiciones de pintores venezolanos en París, en la Sexta y Séptima Bienales de París y desde 1971 a 1982 en el Salón de Grandes y Jóvenes Artistas de Hoy también en París. Ha exhibido en la Feria de Basilea y en La Exhibición de Jóvenes Escultores en París. Participó en la exposición de "Artistas Latinoamericanos en Europa 1945‑1982" que se llevo a cabo en Venecia y en el Grand Palais en París en 1982. Ha participado regularmente en las Bienales de Caracas y la Habana (Cuba). Entre 1985 y 1987 cura las exposiciones "Lo inalcanzable o el Arte de 1995” en el Quai de La Gare; "Distancias" y "Ephémérité”, esta última en la Chapelle Saint‑Louis de La Salpetriere, todas ellas en París. En 1988 realiza una escultura monumental para la Olimpiada del Arte en Seul, Corea y participa en varias exposiciones en Alemania y Japón. En 1989 realiza exposiciones individuales en el Bolívar Hall de Londres y "Partituras" en la Sala de Exposiciones Rómulo Gallegos en Caracas. Sus trabajos han sido objeto de numerosos libros y artículos. Actualmente (1989), es editor de la revista de arte "Point á la Ligne" que se publica en París, Francia.

Partiendo de la participación en ciertos desarrollos cinéticos (Julio Le Parc por ejemplo), la obra de Colmenares va a desembocar en lo conceptual y más concretamente en un arte de sensorialización que el artista prefiere denominar "perceptivismo". A propósito de su obra Juan Calzadilla escribió: " ... A través de sus táctiles y magnéticas, insiste en la participación del espectador como motor de la obra. Utilizando tiras magnéticas sobre superficies metálicas, deja al público la posibilidad de efectuar todas las combinaciones elegibles, para crear formas a voluntad, así el espectador se convierte en creador de nuevas entidades plásticas a partir de elementos variables y manipulables.

A propósito de su exposición “Latencia Nómada” en la galería Médici de Caracas, en junio de 1999, el crítico de arte Eduardo Planchart, expone:

“En nuestra aldea planetaria, ha surgido un nuevo tipo de nomadismo, en parte desvinculado de las sociedades tradicionales y relacionado con la expansión en el tiempo y el espacio que permite la sociedad posindustrial. No sólo hacemos referencia a la movilidad física, del ser humano, sino a la trashumancia cultural, en donde todo pareciera pertenecer a todos. La cultura visual a través de los medios electrónicos ha creado nuevas categorías culturales: la comunicación instantánea y simultánea, generan una nueva cultura y una nueva manera de conocer, al extremo de crear una estética y una ideología, recreada constantemente de los fragmentos visuales de todas  las culturas a que nos enfrentamos. Es este otro de los sentidos del collage en la propuesta de Asdrúbal Colmenárez, de ahí que entre mapas etnográficos y cartas marinas, introduzca elementos naturales como hojas, enfrentándonos de esta manera a la paradójica visión que generan los medios al hacernos confundir la realidad como verdad con la realidad nacida de los medios electrónicos que es una ilusión".

En estas piezas los elementos naturales acentúan el abismo que hay entre nuestra realidad planetaria y la imagen que nos hemos elaborado de ella, creándose en nuestro universo interior un rompecabezas imaginario. De ahí, que Asdrúbal llegue incluso a introducir en esta serie, fragmentos de rompecabezas en blanco, para intentar hacernos conscientes de la fragmentación y escisión que nos caracteriza. Destacan el ritmo y variedad que asumen las tipografías, que tiene sus raíces en el uso que hizo de ellas tanto el constructivismo ruso como el futurismo, las cuales se conjugan con imágenes de historietas que añade a ciertos cuadros como huella de nuestra cotidianidad y de cómo somos vividos por los arquetipos que crean los medios electrónicos, imágenes que están vinculadas directamente al pop art y al arte como vía para acercarnos a una arqueología de nuestra cotidianidad.

Esta trashumancia ha convertido la existencia del hombre contemporáneo en una errancia entre selvas de concreto y espacios imaginarios, cuyos límites ya no son una región o un paisaje sino toda la extensión de nuestro planeta, al empequeñecerse las fronteras nos hemos lanzado a una contradictoria conquista del universo.

Estos contenidos conceptuales son constantes, a partir de los noventa, en la obra de Asdrúbal Colmenárez, quien inspira su lenguaje plástico en barcos, botes, naves espaciales, ovnis, coordenadas de geografías inexistente.

En términos estéticos este nomadismo contemporáneo se sustenta en categorías plásticas propias del modernismo.”

(Datos aportados por los familiares)

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