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FALLECIMIENTO DE DON ALONSO DE BRICEÑO. ‑Juicios diversos y anatemas sobre los espolios- de Amílcar Fonseca

Al finalizar las horas de la tarde del 15 de noviembre de 1668, en su palacio episcopal de esta ciudad de Trujillo, falleció Don Alonso de Briceño, tratadista y Obispo de Caracas y Venezuela. Rodeaban el lecho mortuorio los grandes dignatarios, así eclesiásticos como seculares, Don Juan de Gamboa, Secretario del Obispado y Tesorero particular del extinto, el Licenciado Fernando Sánchez Mexía, Provisor y Vicario General, Fray Alonso de Herrera, Fray Francisco Torrealba y Almodovar, Predicador y Definidor habitual, el Licenciado Juan Luis Conde y Guzmán, Vicario de Carora, Fray Maestro Diego de Briceñio, sobrino carnal del obispo, muchos otros clérigos de mayores y menores órdenes y gran concurso de gentes" notándose entre ellas por la alta posición local, el sargento mayor don Gerónimo Sans de Graterol (Teniente de Gobernador y Justicia Mayor), el capitán Juan Fernández Saavedra (Alcalde ordinario), el Capitán Don Roque de Quesada

 (Teniente de oficiales reales), Don Antonio y Don Gonzalo Vásquez de Coronado, Don Ignacio García de Rivas, Don Alonso Pacheco de Mendoza, Don Diego y Don Fernando Valera y Alarcón, Don Manuel Antonio de Uribe y Gaviola, Don Clemente Montero, el Capitán Bartolomé Luis Riera y algunas otras nobles personas de Trujillo, Coro, Carora, Caracas y Maracaibo.

Murióse don Alonso sin testar, aunque tenía dos días de administrado, porque el médico de cabecera Licenciado Luis de Espinosa, aplicara con éxito el sumo de mastuerso, las palomas abiertas por el vientre y palpitantes aun sobre los estómagos y plantillas de piel de gato negro; remedios más eficaces, cuanto que, se había colgado á modo de pectoral del cuello del ilustre enfermo, un pedazo de dedo de San Francisco Solano en lujoso ‑engaste á feligrano de oro y piedras preciosas.

Pero al mediodía propinaron al paciente el remedio heroico para la enfermedad de que adolecía, "agua en taza de plata dorada con piedras bezares: en vasija de preciosa arte recién traída por el esclavo Games, de Santa Fe de Bogotá; y cedida por los frailes de Nuestra Señora de las Mercedes de aquella ciudad del Nuevo Reino, únicamente por tratarse de la interesante salud de S.S."

Así en sopor profundo incedente á todo reactivo, entregó S.S. el alma a Dios, sin cumplir los grandes deseos que tuviese, de asegurar los libros á su convento, una suma "con que prosiguieran la fábrica de la Iglesia de Trujillo"  el arreglo de las cuentas de familia con el General don Agustín. De Arévalo Briceño, su hermano, de Chile, o con los herederos, según vale que por $ 15.000 guardaba Fray Diego, hijo de aquel militar, y los salarios, á este sobrino por once años de compañía, "pues quedaba pobre, sin familia y lejos de su país natal y de su convento". Pero sí había enriquecido ya con dádivas bien aseguradas por escrituras públicas al Doctor Gamboa, su tesorero, al padre Nicolás de Caldera, huérfano a quien había criado y hecho educar en Santa Fe, y á sus ahijados el padre Sebastián Alonzo de Rosales, de la ilustre familia de los caballeros de este nombre y al niño nieto del Rexidor perpetuo el Capitán D. Sancho Briceño Graterol.

Correría parejas con la fábula lo extraordinario de las riquezas de este obispo, si no constasen de documentos que la verdad histórica hace respetar. Fuera de cosas curiosas como "el cuadro de San Antonio, verdadero traslado del original, cucharillas de cristal con mango de oro, el báculo de marfil, oro y esmaltes, la mitra guarnecida de cincuenta piedras, verdaderamente preciosas y el pectoral con 18 diamantes, tres esmeraldas y un rubí"; brillaron con nobleza también en esos inventarios, talegas de oro y plata acuñados, muebles de ambos metales para todos los usos (hasta colleras de caracoles de plata que adornaban los perros á que era aficionado el prelado), hebillejas, leontinas, cordones, collares, cruces, sortijas, prenderas con diamantes, esmeraldas de hermosos jardines, rubíes, perlas, zafiros, amatistas de todos quilates, sedas, tafetanes, estameñas, telas del país, algodones, damascos, cuchillería, espejos, mármoles, y lebrillos; e intocada desde el 14 de julio del 1661, la cuarta por diesmo de renta episcopal, la que el Sr. Gobernador Don Pedro de Porras y Toledo, en su visita á Trujillo por el año 1662, había ordenado pagar, y que reposaba aún (1668) en las cajas reales.

Y no son de extrañar así los diversos juicios que se suscitaran, dando que hacer a las justicias, porque los depositarios hubiesen gastado del dinero en remediar la mucha necesidad que por la gran sequía de ese año (1669) tenía la ciudad, de ganados y otros víveres, con qué sustentar a los vecinos; acerca de que Fray Diego ocultase 2.000 pesos en prendas, entre ellas las reliquias de Tierra Santa; en cuanto á que Gamboa luciese todavía el verde paraguas de primavera labrada; tocante á que Nicolás Mapocho, paje de este Secretario, hubiese abierto al espirar el obispo un escritorio de palo de rosa con guarniciones ‑de nácar y ocultado entre el seno debajo del gabán unos platillos de plata y unos candeleros, al parecer de azofar, y sobre, por últimos, que la vasija medicinal de hezares, apareciese en casa de Fernández Graterol, que padecía de venéreo; la obra El Quijote (edición de Juan de la Cuesta)  el Ruperti Opera, Confessioni Divi Augustini, el Molina, Berrero philosoffia y otros muchos y variados textos, así eclesiásticos y teológicos, como de literatura y otras ciencias, en manos de Marcos Vásquez, de Francisco de Cuenca, de Tomás de Castro y de otros vecinos; además de que el negro esclavo Francisco Games y su mujer Magdalena, ocho días después de fallecer el obispo hubiesen vendido al artífice Marcos de Reina, prendas de oro y plata, y ropas y otros muebles á varias familias.

Tampoco alarmaría á los vecinos cómplices la Real Cédula de S.M. la Reina gobernadora (á 10 de agosto de 1670), declarando espolios la riqueza del obispo, y por ende perteneciente como legítima heredera á la Catedral; ni la orden de entrega que, el Dean y Cabildo en sede vacante hiciesen acompañar, para los morosos, del terrible anatema siguiente:

"Y si pasados tres días; y por q creziente la culpa, y contumacia debe crecer la pena, mandamos a los dhos curas, q en dha sta yglesia parrochial los domingos y fiestas de guardar, teniendo una + cubierta con velo negro, y un acetre de agua, y candelas enzendidas os anatematízen y maldigan con las maldiciones siguientes. Malditos sean los dhos excomulgados de Dios y de su bendita madre: Amen. Huérfanos se vean sus hijos y sus mujeres viudas; Amen. El sol se les escurezca de día y la luna de noche: Amen. Mendigando anden de puerta en puerta y no hallen quien bien les haga: Amen. Las plagas, que enbio Dios sobre ‑el reyno de Egipto vengan sobre ellos: Amen. La maldición de Sodoma, Gomorra, Datan y Abiron, que por sus pecados los tragó vivos la tierra vengan sobre ellos: Amen. Con las demas maldiciones del psalmo Deus laudem meam neta cueris. Y dichas las dhas maldiciones lanzando las dhas candelas en el agua digan: assi como estas candelas mueren en esta agua, mueran las ánimas de los dhos excomulgados y deciendan al infierno con los judas apostatas; Amen".

Bajo tan terribles amenazas andaban los rostros mustios y los ánimos cabizbajos, consultándose empero las delaciones que harían á las justicias en cargo a los depositarios y cómplices: cuando llegaron a la ciudad y casa del vicario tres caraqueños: sus rostros cubiertos con antifaces negros, en señal de anatema, fríos los modales como contra almas rebeldes y malditas. Don Juan de Bela, subdelegado del Visitador, era el uno y el capitán Don Pedro Ruis de Arguinzones y el Licenciado Matías de Beltranilla, los otros dos; acompañados de criados, alguaciles, mulas, & & para cargar los espolios que a Catedral mandaban entregar las autoridades superiores, así las divinas como las humanas.

Mas a los cinco días habían cesado ya todas las dificultades. Los depositarios Lorenzo Fernández Graterol, Sancho Briceño Graterol y Gonzalo Vásquez de Coronado entregaron los depósitos, el padre Briceño abrogó el vale, sufrieron retracto las ventas, al enfermo le cedieron la vasija en uso solamente, los padres­ conventuales cambiaron el derecho a los libros­ por el de propiedad al sitial, pabellón, sillas y ótros ornamentos pontificiales de dificilísimo transporte; y a las graves circunstancias del anatema ya revocado,­ sucediéronse francas espansiones entre sujetos­ ligados por la alta categoría de los cargos, que unos y otros desempeñaban por razón de nacimiento ilustre, meritoria alcurnia o en atención a los grados en la milicia o en las letras.

 

EL PRIMER MEDICO DE TRUJILLO de Amílcar Fonseca

El primer médico que ejerció en Trujillo. ‑ Cristóbal Valdés Rodríguez de Espina. ‑ Contrato celebrado con las familias de aquella ciudad. Inventario de su Botica.

 Históricamente este Capitán español y Doctor en Medicina, ocupa puesto de notoria importancia en la ciudad de Trujillo. El 20 de agosto de 1666, concurre entre los oficiales trujillanos que fueron ese año a Maracaibo a combatir contra el filibustero L'Olonnais, con el cargo de Cabo de Escuadra, hasta el 5 de mayo de 1678, en que empieza el juicio de sus inventarios.

 Este Médico y Capitán, casado con Doña Isabel de la Rocha Hosses de Figueroa, ejercía el cargo de Médico de Ciudad contratado por los vecinos, según la copia adjunta; asistía a la producción de harina, en sus molinos de Boconó, a la de azúcar y mieles en Escuque y Pampán, a sus recolectas de cacaos en Pocó y Vegas del Motatán, a sus ganados vacuno y lanar en Monay, y crías de cabras y bestias en Carora; concurría a Gibraltar como negociante a las Ferias; era escultor, pintor y en su correspondencia se notan la expresión de una cultura distinguida y el propósito de bien agradar a las personas a quienes la dirigía.

Su indumentaria, compuesta de casaca y calzones de chorreados, casaca y calzones de preste con botonadura de oro, capa de escarlata, capa y casaca de tafetán con su armador de lana verde, casaca de razo de Italia, blanco y guarnecido de puntas negras; medias de seda torzal en colores blanco, negro musgo, amarillo, rosa seca; mangas de olán con puntas de Flandes; calcetas de hilera; guantes bordados de hilo de plata sobre raso cabellado; sayas y jubones de seda y oro y lana con cuarenta botones de plata; sombrero de lana de Urbina con toquilla de bocadillo negro; sombrero blanco de castor y negro del mismo; calzones de camino, de estameña de ampudía con cuarenta botones de plata, y bandillas de tafetán; y sus camisas de bretaña con balona y puños de puntas blancas y rosadas; señala su cuidado de presentarse en sociedad como los Caballeros de su época.

Sus armas, tahalí de badana encabellado de seda blanca, sus espadines con guarnición, pomo y puño de plata, tiro de cordobán y cuello de plata; su coraza y cota de terciopelo guarnecidas de puntas de plata; arcabuces con vistas de plata con sus frascos; escopetas, espadas y dagas plateadas; sus picas y soportes; sus dos rodelas de madera; su daga negra con puño de oro; revelan su afición por la carrera de las armas.

Sus insignias, una bandera de guerra en colores, una cinta de Capitán a Guerra, una bandilla de tafetán encarnado, su sello de marfil con sus armas de plata y su túnica y muzeta de tafetán y sus anillos de piedra besar blanca de peso de tres onzas y tres adarmes, guarnecida de plata y su anillo de oro, con piedra Pantaura y sus cajas de carey para polveras de rapé y tabaco; demuestran la autenticidad de sus Títulos militar y científico.

Su Biblioteca, integrada por cuarenta y cinco libros de Medicina y Cirugía, la Obra del "Español Gerando", la de "Reglas de Militares", la de "Monarquía Indiana", "El Conde Lucanor", "Excelencias de la Virgen", "El Concilio Tridentino", "El Lector Cotidiano", "El Breviario" y un Mapa Mundi, manifiesta su atención por sus estudios profesionales, a la vez que su espíritu de investigación en asuntos religiosos y literarios.

El Inventario de su Botica y Clínica, que se copia a continuación, demostrará al lector técnico las enfermedades que trataba y los medicamentos que aplicase en los lugares de su actuación médica.

"Un relicario y su gatillo, diez y siete fierros de cirugía, una cierra de cirugía, un bote de unserio y el peso de pesarlo, un terrón de bálsamo de Carora, un bote con tres cuartas de atriaca magna, un bote con media onza de incienso, media onza de aceite de almendras, un frasquito con media onza de algalia, otro con ungüento de assar, un frasquito con onza y media de aceite de brenol, un botecito con onza y media de trementina de abetto, un frasquito con media onza de agua fuerte, una cajita con media onza de coral preparado, tres adarmes de castor, media onza de semillas de alholbas, una onza de camonea, una cuarta de polvos de diarregón, una cuarta de mirra, una cuarta de solimán, una cuarta de gutagamba, nueve adarmes de vidrio antimonio, una cuarta de jacintos preparados, dos cuartas de coral rubio preparado, una onza de almáciga, una cuarta de polvos de amuzco dulce, tres adarmes de aroma seca rosada; un adarme de opio, un adarme de agrecío, media onza de polvos juanes, media onza de polvos de diamendón abax, una cuarta más de solimán, un adarme de polvos de diamargaretón fino, una cuarta de mercurio precipitado, dos onzas y media de mercurio dulce, media onza de crestal, media onza de pez griega, tres onzas de miravolanos coléricos, tres onzas de miravolanos de bremol, media libra de coral colorado en bruto, cuatro onzas de cépica sértica, una onza de miravolanos indios, dos onzas y media de cépica nardi, una onza y media de polvos restrintivos, dos onzas de atutia preparada, tres onzas de sándales cetrinos, media onza de aceite maría o calambuco, media libra de altea, siete onzas de acíbar, diez onzas de cardenillo, siete onzas de orozús, dos onzas de mirra betónica, tres onzas de mostaza, onza y media de zermodátiles, tres cuartas de ruibarbo, media libra de polvos de Bilma real, media onza de chia oriental, una cuarta de polvos de azarradón, dos onzas de emplasto de centauro, una y media de emplaste contra rotura ariectinas, tres onzas de diaquilón gornado, tres onzas de emplasto de rana, cuatro onzas de confortativos de breío, una onza de alelilota, una onza de diaquilón mayor, una onza de guellón ceruco, una cuarta de dianiargaritón, dos onzas de ungüento zacarías, una onza de sandalino, una onza de basalicón de Alexandría, media onza de Lingilento de agripa, dos onzas de ungüento de artanica, medila onza de aceite matico y una onza más de trementina.

El retrato del Rey de España, de dos varas de tamaño colocado en su sala, entre cortinas de damasco con galones de oro y escudos, de lo mismo, espejos de marcos grandes esta fiados y pebeteros de plata, hacen presumir al adicto servidor de la Monarquía.

Como hecho representativo de las ideas y costumbres caballerescas de aquella época, se señala el duelo entre el Doctor Valdés Rodríguez de Espina y el Alférez Real el Capitán Francisco Briceño Cornieles, apadrinado por los capitanes Juan Vásquez de Coronado y Feliciano Cegarra de Guzmán. Los autos no expresan los motivos de este duelo, pero sí consta que el Doctor Valdés Rodriguez de Espina fué absuelto por el homicidio del Alférez Real y condenado solamente a pagar cuatro mil pesos en resarcimiento de perjuicios a favor de la sucesión de Briceño Cornieles.

El juicio de Inventario del Doctor Valdés Rodríguez de Espina que terminó el 5 de mayo de 1678, alcanzaba a la suma de ochenta mil quinientos veintisiete pesos, de los cuales quedaron para el 2 de mayo de 1679, ocho mil solamente, pues en el espacio de ambas fechas fué la invasión de Gramont, pirata que quemó la casa solariega y se llevó esos caudales.

 

LOS FRANCESES EN TRUJILLO de Amílcar Fonseca

Por ceñir las muchas diademas de España, Carlos el Hechizado, hecho y derecho Rey á fuero sálico todavía, pensaba la triple alianza dividirse aquellos países; y privando con los del manejo la propia reina, fomentadora azás de aquella intriga, y el religioso su confesor, bien que cómplice en el fraude. La voluntad real no se imponía ni el prestigio español pudo salvarse, entre tanto que pueblos y mandatarios, procuraban sólo por espantar con exorcismos, los demonios, del cuerpo de su majestad.

América, señuelo rico en platas y oros, atrayendo con las costas indefensas, mejor que cualquier posesión de la corona de España, á las bandas de piratas armados en corso entonces, sentía del mal sistema de ese gobierno, débil como el carácter del monarca, exótico cual los calmantes curiales aplicados á don Carlos; quien traspasó, aunque poseso, á lo último, el viejo trono de San Fernando, á dueños trasalpinos, émulos siempre de la grandeza y poderío españoles.

Acaecia en el año 1678 así, gobernando á Venezuela, con la suprema autoridad política don Francisco de Alverro, y con la del obispado el fraile don Antonio González de Acuña. Sin disminuir siquiera las nobles dotes de ambos, la guerra que sustentaban criollos y españoles, aspirando á las reales prerrogativas los unos, mientras que, amparados de usages estotros, explotaban a indios y realengos, valiéndose de medios hasta ilícitos en recrecer las fortunas, para tornar bien herradas las bolsas á las peninsulares tierras.

Al fertilizar Motatán, río de tercer orden, parte del terreno que figurando del todo una alcarraza, constituye el Estado soberano de Trujillo, derrámase por el cauce de veintiséis leguas navegables en la grande hoya de Maracaibo; concurriendo con dieciséis tributarios suyos á hermosear las costas de este Lago, plenas de savia tropical conque se nutren árboles copudos, vestidos con parásitas, coronados de flores y abundantes de frutas, que en razón apetecen por frescas y gustosas.

Este rey de las aguas trujillanas, manantial de riquezas y de bienandanzas emporio, adorna sus riberas, desde el promedio del siglo XVI, 2º de América, con agricultura siempre en flor, que recolecta la rica almendra de los cacaos y de la cafia dulce el vástago jugoso, cuando el café cúbrese al florear como de nieve, y no obstante en extranjera tierra, agóviase del ramaje con el peso de la cosecha añal.

Y aquellas sus aguas, á parte serenas, tranquilas, ya espumajosas, precipitadas, pero frías en cualquier tiempo como originarias de Mucuchíes, páramo que las surte con helados manantiales; no carecen del murmurio abrumador de otras corrientes, ni privan á Naturaleza que armonice sus conciertos, al imitar desde el bucare el arrendajo cuantas músicas oye por la espesura, semejando las pencas que se columpian en el aire fuertemente, al ruido huracanal conque la lluvia azote la empinada cumbre; y, si del jaral el bosque aterrare de la cascabel el óseo campaneo al mover el carcañar, es que anida junto al lirio que florece en pétalos gentiles, perfumados.

Una tarde de aquel año, tarde gris como las tristes, el río las aguas abundantes en crecidas de Girajara, Monay, Momboy y otros raudales, transportó del desembocadero á Palmarito, puerto con estacada en aquel tiempo, los bajeles en que mesnada de piratas invadía á provincia de Trujillo, objeto primordial de la corsaria empresa de Francisco Esteban Grammont y compañeros franceses por Tierra Firme.

Trujillo fué desafortunada aún defendiéndose, talmente, que los templos Matriz, Candelaria y Regina Angelorum, y las capillas El Cristo, La Paz, San Pedro y Hermita, fueron profanadas de la refriega, destartalados el granero comunal y el estanco de aguardiente, chimó y tabacos, incendiadas las casas de propios y arbitrio, la de alcabalas, mediasanatas, diezmos y otros derechos reales, las moradas del Mayorazgo, las del Alférez Real, las del Maese de Campo, las del Teniente de Gobernador, (Don Roque de Quesada), las del Capitán á Guerra (Don Feliciano Cegarra de Guzmán), las de ambos Vásquez de Coronado (Don Juan y don Gonzalo), robados el ganado vacuno á Juan de Scot, á Doña Angela Rodríguez de Espina, al Sargento Fernando de Araujo, el lanar á Don Juan Velásquez de Urbina y Don Ignacio Garcia de Rivas, las yeguadas á Lorenzo Fernández de Graterol y Juan Castaña, el depósito de cacao á Pedro y Juan Tafalles, el de harina y panela al Licenciado Mundo Rodríguez Cabrita, á la tienda de los catalanes, la del pardo Diego Pío de Asuaje; y cuanto útil mostraba la ciudad y los alrededores; habiendo de emigrar, por último, los vecinos á Mérida y Barinas, viéndose los muertos insepultos, los portales abiertos y rotos los balcones de los demás edificios, todavía al regresar los que, en suelo ajeno, pero amigo, no hallarían otro pan menos triste u hogar más encendido.

De tal incendio y pillaje salvóse únicamente el convento San Francisco, su iglesia y capilla de Los Terceros; historia milagrosa que la tradición regional ha conservado en los pormenores siguientes:

De la Orden de San Felipe el Real de España –dice- célebre monasterio de la metrópoli, envióse a Trujillo de Tierra Firme, para catequizar indios y civilizar americanos, al fraile Francisco Theodoro Wasseur, nacido en Francia, pero en religión nombrado Benito de la Cueva, teniéndosele por vizcaíno:

El peor latín, rúbrica atrasada y algunos sermones, mal que bien embaulados en la memoria, pintaba con brocha gorda el rudo entendimiento de este clérigo, por de pocas campanillas; cuanto y más, que sus colegas, licenciados todos, hablando íntimo decían: el pobre hermano Benito secamente. Empero, del mundo y los hombres poseía conocimientos muy raros por lo práctico, sondados en las funciones de arquero rural de Tolosa, su primera patria; que, nadie como él conocería, en el carácter a los bandidos, ni hablara con toda propiedad en calo, ese lenguaje usado para las relaciones fraudulosas. Que una cicatriz al medio de la frente, producto de las cuchilladas con un rapáz, deteniéndolo, mostraba a igual, por donde habría llegado con ellos en manoseo.

Lo añoso del Hermano y la ceguera y reumatismo invasores en su cuerpo, de otros males también consunto, le impidieron seguir con los aterrorizados compañeros, para el forzoso abandono del territorio invadido. Que libre por jubilación en los empleos de portero y hortelano, pasaba los días de turbio a turbio, de abrigo adentro del convento, reza que reza por las gordas cuentas de la camándula, los oficios de la orden, ante San Luis de Francia, adorno primordial de la celda, y el santo más milagroso del cielo, a  juicio del propietario, igual al de cada buen francés de aquellos tiempos. Acaso por las tardes de verano, como el sol matizase de vespertina luz los blancos pétalos del azahar, paseaba por el huerto, el báculo o el breviario entre las manos, semejantes a un profeta de barba luenga y extensa calva, que recitara la evangélica oración, si la mente en el Altísimo, si rogando por el perdón de las culpas cometidas y las penas debidas por ellas.

Sin embargo, durante el saqueo, cuando la ciudad era toda incendio, dolor y llanto y crecía la algarada de los bandidos, embriagados de vino y con sangre, aterrando como bandas de lobos grises, hambrientos, a la luz macilenta de aurora boreal, tras viajero solitario, por las árticas heladas: el fraile, cumpliendo a la ley de hombre de bien, con las obligaciones jamás olvidadas por él del centinela, hizose sentar a la portería del convento por su esclavo, frente a frente de San Luis esculpido de bulto en madera, aderezado con el cetro y corona galos, cubierto con la cota y faldas, calzadas las espuelonas, y en la cinta fija la céltica espada con la empuñadura en cruz.

A esta hora, la del último crepúsculo, presentóse contra el edificio una compañía capitaneada del mismo Grammont, el que había reservado las mentadas riquezas de aquel convento, para su particular botín; y así como vieron los invasores el objeto de su codicia, cierto frío glacial y misterioso se apoderó de aquellos hércules, casi entumeciéndoles los miembros todos al instante. Mas, abalánzase el oficial, por siempre jamás resuelto al robo y al pillaje; y al abrir las hojas entrecerradas de la puerta, detúvose para entrar, porque una mano con resistencia vigorosa, si bien laxos el cutis y las falanges, se oponía; oyendo todos ellos al propio, de voz clara, fuerte y conocida, ya en francés, hora en calo, la consigna de los guardabosques de su patria para apresar delincuentes: "Rendid las armas, francos, a nombre de su majestad"; ‑ "y ante el glorioso San Luis, muerto en Túnez para la religión y por la Patria, pero vigilando desde el cielo sobre sus súbditos franceses" ‑ añadían en coro los piratas alborozados por demás.

Terrible instante! Cuánto recordaría? Allí todos ellos eran francos. La imagen totalmente guerrera del Santo Rey cruzado, la voz y del fraile la cicatriz, la frase consagrada y la Patria y aquel día y otro, lejos a pesar, en ambos mundos persiguiéndose arqueros y piratas.

 

LA PIEDRA MONICA de Amílcar Fonseca

La piedra fué un símbolo de los pueblos, desde su infancia. Cuéntase de aquella Grecia antigua primogénita de Europa, que un hombre y una mujer arrojando piedras hacia atrás repoblaron a Beocia destruida por el Diluvio. Recostado a una piedra Jacob fué iniciado en las grandezas del cielo; quien, al despertar que miró su almohada la contempló tes­tigo también de aquellas maravillas que le fueron reveladas durante su sueño afortunado. Una piedra mató á Goliat, haciendo de un pastor el héroe, que Rey compuso salmos que el cristiano canta aún en sus iglesias; y cuando el pueblo hebreo hubo colocado por escarnio sobre la frente, espaldas y manos del Nazareno una corona de espinas por diadema, un roído manto por púrpura irrisoria y por cetro real una palma de­sígnase desde entonces á ese augusto pasional de la Divinidad cristiana: Jesús en la Piedra.

La Media Edad, de carácter simbólico por excelencia, nom­braba á los Celtas: raza de piedras; hacia á los sajones como nacidos de las piedras de Hartz; y en Journay dejó la piedra de Brunechilda.

Como la piedra negra que fué incrustada por Abraham, la Colonia de extremeños que en medio de las pobladas kuikas fundó hacia el siglo XVI la ciudad de Trujillo en Tierra Firme, tuvo la suya, colocada á cuarenta pasos de la Iglesia Matriz, labrada en paralelogramo, y de nombre la piedra Mónica.

Este nombre que recuerda á la santa Madre del sublime doctor de Africa, proviene del moné griego al castellano sola, siendo así que, en la constitución de unas capellanías (siglo XVIII) el R. Fray don Modesto de Soto la designa en los títulos capellanes: la piedra solitaria.

La piedra aquella del pueblo escogido fué semejante á un ángel que santificase la pequeña é informe mansión al Omnipotente consagrada. Representando al núcleo primitivo de la tierra guardaba á perpetuidad las verdades reveladas que iluminaron la Arabia con su mágico esplendor.

La mónica, sola o solitaria guardaba también un fuero, el de la justicia y el derecho: pues, desde el Templo de la Paz hasta el punto donde estuvo colocada esa piedra, la autoridad eclesiástica hacía valer el derecho de Asilo, que otorgado por Constantino á los templos cristianos, fué consagrado siempre por el Romano Pontífice y guardado con esmero por los pelayos, trastamaras, alfonsos austríacos y borbones: derecho según el cual no era lícito prender en el lugar de refugio á los delincuentes ni penar al amparado con otra que la más moderada de las correspondientes al delito cometido.

Como la piedra que el gálico dejaba junto á su rudo monumento druídico, al emigrar para perpetuar su nombre custodio de sus rocas y derechos, la Mónica estuvo inmoble durante el tiempo colonial, librando con su fuero, al negro esclavo de las crueldades del castellano enfurecido, levantando de las indígenas espaldas el látigo infamante del cruel encomendero, y mitigando la rudeza de la Ley que contra el hechicero ó hereje aplicara la estrecha justicia de oídores y curiales.

 

EL HEROE SIN NOMBRE DE LA PLAYA DEL CARACHE de Amílcar Fonseca

El paso del Libertador por Trujillo está marcado con caracteres de alto relieve en las páginas de la Historia que registra la Magna Lucha de la Independencia.

Esas páginas que el patriotismo regional, orgulloso de poseerlas, ha hecho suyas, consagrándolas blasones de su heráldica, al distinguirlas en el Escudo de sus Armas, sobre los superiores cuarteles de la pieza.

El 15 de junio de 1813 y el 25 de noviembre de 1820, armonizan con la estrella de la empresa, porque Trujillo fué de las 7 provincias unidas, coaligadas con Bogotá, Quito, en 1810 para los albores de la Independencia de Sur‑América.

Las acciones de Níquitao, Carache y El Puente de Motatán, las riquezas de los templos y dineros de los vecinos, entregados al General Urdaneta, los alistamientos de Jefes, Oficiales y soldados hechos en varias ocasiones por el propio Libertador, o Don Manuel Antonio Pulido, Comandantes Olmedilla y Páez (José Antonio) Briceño del Pumar o el Coronel Bartolomé de Chávez o el irlandés Carlos Diego Minchin y otros sacrificios que hablan del acendrado patriotismo de sus hijos, agraciarían la nobleza del genio tutelar de la República para favorecer con esas galas de alto valimiento la antigua provincia, cuyos límites se codeaban con todos los sistemas, el de las nevadas y los llanos, el del lago y la serrana.

"Dos provincias (Mérida y Trujillo) han entrado en el seno de la República, ‑escribía (en 1820) el General Bolívar después de entrar en esta última el 17 de octubre a las 11 a.m. y el Ejército Libertador ha marchado por entre las bendiciones de estos pueblos rendídos a la Libertad".

Y si la página del 15 de junio, es dolorosa por la sangre que hiciese verter hasta de víctimas inocentes, la del 25 de noviembre extiende sus blancas alas como de armiño, y cubre con los sentimientos humanitarios de la regularización de la a padres e hijos, hermanos y coetáneos, en lucha por el triunfo de ideas y principios antagónicos, la libertad y el despotismo, la monarquía y la república.

Otros sucesos, no de tanta maravilla, pero al propósito para el detalle de esos tiempos, suena también el recuerdo legendario de aquellos que, sacrificando nacimiento y fortuna, posición y nombre, lucharon con denuedo por legar a postrera gente Patria y Libertad, en el seno de las instituciones modernas, más cónsonas con los altos fines de la humanidad.

Uno de esos recuerdos lo relata el propio General Urdaneta así: "No tardó Morillo en moverse sobre Carache (octubre de 1820) con su ejército, compuesto de las divisiones La Torre y Tello, de infantería, y el regimiento de Húsares de Fernando VII, y aunque lo ocupó, como era natural, la retirada que hizo el Coronel Juan Gómez le dió a conocer a Morillo con qué especie de gente tenía que combatir. Juan Gómez, al ver bajar por la cuesta de Carache al ejército español separó de sus fuerzas todos los hombres que por enfermos, tropeados, o mal montados no convenían a su objeto, y mandó retirarse seis leguas atrás al pueblo de Santa Ana, quedándose él con unos 30 hombres mandados por Mellao los cuales se adelantó a reconocer a Morillo, antes que llegase al pueblo. Observado por Morillo, destacó sobre él una compañía de Húsares, la que no habiendo podido intimidarle, fué reforzada con otra. Empezó Gómez a replegar organizadamente, y cuando los españoles le estrechaban, volvellos, los lanceaba, los hacía replegar y continuaba retirándose. Morillo tomó empeño en destruirlo y se puso, en persona a la cabeza de todo el regimiento de Húsares; unas veces intentaba cortarle, lo que no consiguió, porque la vega del río Carache es angosta de un lado y otro; pero siempre repitió sus cargas, a las que Gómez correspondía haciendo frente, matando españoles y volviéndose a retirar. Así lo hizo por espacio de tres leguas, hasta que llegado al pie de la cuesta que llaman Higuerote donde concluyen las vegas del Carache, cansados los españoles de perseguirle sin poder destruirle y recibiendo ellos daños, le dejaron seguir. Gómez tuvo poca pérdida, y la que tuvo sirvió para dar una alts idea del ejército porque habiendo perdido uno de los dragones su caballo, muerto en una de las cargas, y retirándose Gómez, quedó este hombre solo y a pie, y apoyándose sobre el cadáver de su caballo enrístró su lanza e hizo frente a toda la caballería española y aun mató a dos; fué cercado y herido, teniendo ya rota el asta de la lanza, y así se defendía. Hubiera muerto, si Morillo que lo observó, no hubiera gritado que salvaran aquel valiente".

Fué conducido con varios heridos al hospital de Carache, y cuando algunos días después se entablaron las negociaciones que produjeron el armisticio, habiendo ido con pliegos del Libertador a Morillo el edecán de aquel, O'Leary, Morillo le habló de aquel hombre con entusiasmo y se lo entregó para que lo condujese al Libertador, sin exigir canje, y hasta le regaló dinero. El Libertador devolvió por él ocho hombres de Barbastro".

 

BANQUETE AL LIBERTADOR de Amílcar Fonseca

Días después de la entrevista de el Libertador y el Conde de Cartagena, en la histórica población de Santa Ana, la distinguida sociedad de Trujillo, sinceramente patriota, después de su regreso, le ofreció un banquete para expresarle su más reconocida y leal admiración, y felicitarle por aquel triunfo diplomático que era para la Patria, el primer acto de su reconocimiento como nación independiente.

Era costumbre en aquel tiempo que las personas connotadas, cuando de suntuosas "comilonas" se trataba, llevar cada invitado su vajilla personal, consistente en platos, tazas, vasos, y cubiertos de plata y oro; además, los más ricos, prestaban las soperas, bandejas, jarras, cafeteras, copas, fuentes, candeleros y otras piezas de preciados metales que daban realce de sonoros timbres placenteros, al señorío aristocrático de los convidados al festín.

Sobre las mesas cubiertas de blancos manteles, bordados por las laboriosas y santas manos de las monjas del Convento Regina Angelorum, lucía el conjunto de aquella rica vajilla, rutilantes sus piezas a la luz de las bujías de cera y de esperma que ardían en arañas de cristal, colgantes del techo y en los candeleros de plata y cobre, colocados en las mesas y rinconeras de la regia mansión solariega de los antepasados pobladores Gómez Cornieles‑Briceño, Cobarrubias y Cornieles, Martos‑Cobarrubias, Labastidas, Berdugos y Briceños; cortinas de damasco carmesí colgaban también de las puertas y ventanas, en vistosos floreros de Persia se desgajaban en pétalos, las rosas y otras perfumadas flores de los jardines y patios lugareños; y las enredaderas lucían sus campánulas blancas en las rejas de los corredores.

Los relojes marcaban las 8 de la noche cuando comenzaron a llegar los invitados, las damas y los caballeros iban trajeados elegantemente a la usanza de la época, los militares lucían vistosos uniformes y llevaban espada al cinto, los clérigos con manteos de crujiente alpaca y los frailes de hábito pardo, estrenaban cordones y sandalias y sus luengas barbas, habían rizado y peinado con esmero.

Andrés Aldana, quien por segunda vez, ejerce de amanuense de la Secretaría de El Libertador en sus dos estadas en Trujillo, por el mérito de tener una primorosa letra, fué designado maestro de ceremonias, a la vez que asistente de Su Excelencia el General Bolívar, en aquel acto social y aristocrático.

Al llegar el Libertador, acompañado del General Sucre, de su Estado Mayor y de los Jefes de Cuerpo de su ejército, empezó la recepción preliminar: Los letrados hicieron uso de la palabra en nombre de la sociedad, del clero y del pueblo, para presentarle a tan ilustre huésped, el saludo agradecido, las protestas de lealtad patriótica y las felicitaciones personales a Su Excelencia, por la sin igual jornada del Armisticio que, revocaba el gran Decreto que, allí mismo, dió en 1813, para arrebatar su patria de las garras de sus verdugos.

Luego pasaron al comedor, el Libertador al ver aquella valiosa vajilla que, contenía y rodeaba los horneados lechoncitos, los pavos rellenos, las gallinas guisadas y la "ensalada arzobispal", plato típico de la región, se quedó visiblemente maravillado; luego un fulgor centelleó en su mirada y una sonrisa en sus labios acusaba la satisfacción de una grata determinación.

El maestro de ceremonias, dijo: "ruego a Su Excelencia el General Simón Bolívar, ocupar la cabecera de la mesa"; el ilustre personaje avanzó y cuando el asistente le ofreció el asiento, en vez de sentarse, le tomó por un brazo y llevándole a un ángulo del salón, le dió algunas órdenes que las demás personas no escucharon; después se acercó a la mesa y se sentó, todos los invitados ocuparon sus puestos designados, llamados por sus títulos y nombres conforme al ceremonial dispuesto.

El Alcalde con frases elocuentes de elevado patriotismo, ofreció el banquete y el tiempo fué pasando ameno y cordial, recordóse con noble complacencia la entrevista de Santa Ana, los abrazos de los contendores, los discursos de los generales y el hermoso proyecto del monumento conmemorativo de la célebre entrevista. Se hicieron comparaciones históricas de aquella estada con la anterior de 1813, correspondiendo a Trujillo el honor inmarcesible de haber sido en ella donde tuvieron lugar los dos actos que afianzaron la Libertad Soberana en la América‑Hispana.

A la hora del café, el Libertador, puesto de pie, con su acostumbrada elocuencia, agradeció el homenaje que se le hacía, y en nombre de la Patria agradecida, recibió como generoso obsequio, aquella valiosa vajilla, nueva prueba del alto patriotismo trujillano, la cual destinaba desde aquel moinento, para ser cambiada por pertrechos de guerra y vestuario del ejército, en las Antillas; y fué su expresión tan florida y galante, que aquellos sorprendidos anfitriones que, con pesar miraban por última vez sus ricas joyas de mesa, terminaron por aplaudirlo con delirante satisfacción.

Mas para finalizarse el banquete surgió algo inesperado que, las leyendas vecinales, han trasmitido con sabor chistoso a través de un siglo: Doña Teresa Briceño de Roth había llevado su cucharilla de oro, de remover el chocolate y el café en las fiestas de gran tono, prenda ésta de tradición familiar que pasaba a la hija mayor de la familia al contraer nupcias, engastándosele cada vez una fina piedra de muchos kilates: un brillante purísimo, una esmeralda verde oscuro y sin jardines, un rubí cual semilla de granada en sazón y un zafiro azul, indicaban las cuatro propietarias que habían poseído aquella joya, valorizada para entonces en cinco mil pesos. Desde el momento que el Libertador pronunció su discurso, a la dignísima matrona señora de Roth se le notó algo nerviosa, en su conversación y modales, por lo cual, discretas miradas no le abandonaron; y fué con mucho disimulo que cogió la cucharilla y la guardó en su seno; Bolívar que vió la operación, dirigió una mirada fulminante a Aldana, Y éste que también había visto el destino de la cucharilla, dirigiéndose a la señora, le dijo: "Doña Teresa, si usted no devuelve a su puesto la cuchara, yo tendré que pagarla con mi cabeza, porque la orden que recibí de Su Excelencia, en aquel rincón, fué la de responderle con mi vida por todas y cada una de las piezas de esta vajilla", y como seguidamente, se oyó una voz que dijo, "es cierto lo que dice Aldana, la Patria le ha dado esa orden", la ilustre matrona con una sonrisa visiblemente cruel, metió una mano en su "palomar dormido" y colocó nuevamente la cucharilla en la mesa, cuyas preciosas piedras heridas por la luz de las bujías, rutilaron cual sirio en la comba azul del firmamento.

Agrégase a esta leyenda trujillana que, en los preparativos del viaje de El Libertador para continuar su marcha triunfal al centro, le dijo a su fiel escribiente: "Aldana, estoy agradecido de los buenos oficios que me ha prestado en las dos veces que he pasado por Trujillo, me agradaría que nos acompañara, la Patria lo necesita y las páginas de la Historía recogerán su nombre por los siglos"; y cuéntase que Alnada le contestó: "Su Excelencia, será mi eterno orgullo, haberle servido a usted aquí en Trujillo, con mis pequeñas facultades y mi patriotismo sin reservas, pero en cuanto a la gloriosa invitación que usted me hace, perdóneme el atrevímiento de que le diga con franqueza, "que yo prefiero vivir diez años o los que Dios tenga dispuesto concederme, al lado de Maria Manuela mi mujer, que cien años en la historia". El Libertador y los oficiales que le acompañaban celebraron con risa la contestación filosófica de Aldana.

(Apuntes para "Leyendas Trujillanas" (1903).‑Inédito hasta 1955, fecha de publicación de “Orígenes Trujillanos”)

 

LA HISTORIA DEL MATACHO de Francisco Domínguez Villegas

Reducto de importante sector comercial de la ciudad, "El Matacho" formaba una T con el tercio sur de la calle "del Comercio", y la estrecha la "La Cantarrana" que baja recostada al estribo más bajo de la "Santa María", siguiendo hacia "La Barranca".

Su nombre obedece seguramente a su semejanza con la pista de Bolo que se juega en Trujillo y muchas poblaciones de occidente. Recordamos “El Matacho” representado comercialmente, podríamos decir, por una galería de nombres en edificante jornada de trabajo: Ruperto Mendoza, Antonio José Araujo, Manuel Ramón Bracamonte, Wenceslao Vásquez, Ismael y Jaime Barreto, y otros que escapan al recuerdo, y caracterizado por las tertulias que a la caída de la tarde, en ambiente plácidamente aldeano tenían lugar a las puertas de Don Martín Márquez, Don Chico Parra, o del Sr. Araujo, formadas por vecinos y amigos visitantes, pero especialmente don Martín, al parecer el contertulio de mayor arrastre.

Y más abajo, "La Barranca", con su nombradía de pequeño sector especialmente en frutos, donde en horas de la mañana y especialmente los sábados, la estrecha callejuela empedrada, se hacía insuficiente tanta gente y bestias de carga, y también de silla, procedentes de campos vecinos; y allí otros nombres igualmente modelados a la sombra del trabajo ganaban merecida popularidad y estima: Julián Isaacura, Miguel Rusa, Gabino Lozada, Gabriel Pineda, Juan Pablo Godoy, y otros que escapan al recuerdo.

La ciudad de Trujillo de por sí limitada en extensión, lo es marcadamente en este sitio, y siempre pensó, y especialmente la calle "del Comercio" que en un futuro el lugar cambiaría su fisonomía. Y un buen del año 1958, un trujillano insigne, en ejercicio de la Gobernación del Estado, el Dr. Mario Briceño Perozo, va a decretar la demolición de "El Matacho", abriendo así gigantesco ventanal bajo un marco espléndido de luz. Y ahora la ciudad se asomará por la hermosa calle del Comercio a un nuevo y bucólico paisaje, y salen a su encuentro con su aire puro y fronda exuberante. Las Araujas, llena de tibio sol, que hace poco tiempo pareciera lejos de la ciudad; las nuevas vecindades donde abunda la vivienda hermosa; y allá al fondo, ya al pie de la serranía, la pequeña San Jacinto,  fresca y acogedora, que acaso añora sus mejores tiempos, al arrullo del Castán otrora rumoroso.

Con la demolición de El Matacho, desaparece una interesante fase la ciudad antañona y se libera en cambio un contenido anhelo de espacio vital. Es parte del progreso que Trujillo ha sabido esperar y sabrá recibir.

("Sabatino", abril de 1963. Tomado de Páginas Trujillanas de Francisco Domínguez Villegas. Ediciones del Ejecutivo del Estado Trujillo. 1974.)

 

EL PRIMER AUTOMÓVIL LLEGADO A TRUJILLO de Francisco Domínguez Villegas

Un día de octubre de 1915 la plácida ciudad de Nuestra Señor La Paz de Trujillo verá circular por sus calles empedradas y revestidas de verde grama silvestre, el primer automóvil que llega al Estado. Ejercía la Presidencia el General Timoleón Omaña, tachirense, quien hizo mucho el progreso de Trujillo. A aquel gobierno se le decía graciosamente el  Gobierno de los leones por la curiosa coincidencia de figurar este nombre en el de sus tres más altos personeros: Timoleón, el Presidente, Leonardi, Secretario General, y Leonidas Vivas, el Tesorero General. Fue un automóvil Ford para uso del Presidente y su familia; estaría confiado su manejo al chofer profesional tachirense Pedro Centeno, quien desde entonces se residenció en Trujillo.

En el mismo embalaje en que llegara a la Estación del Ferrocarril de Motatán, procedente de Maracaibo, el automóvil fue conducido en hombros de una cuadrilla de trabajadores hasta el sitio llamado "paso del jiménez", pues no habla aún la carretera. Allí lo recibió para acondicionarlo y conducirlo a Trujillo, el Coronel Lorenzo González Pacheco, trujillano de la población de Santiago, quien ejercía la Gobernación del Distrito Capital, y se ofreció para esta comisión; tenía conocimientos en materia de automóvil adquiridos en el exterior, y conocía bien el camino, acondicionado en algunos pasos.

Hizo su entrada por La Cruz Verde donde esperaba mucha gente que aplaudió largamente. Fue improvisado un garaje en el corral de la Imprenta del Estado, frente al lado oeste de la Plaza Bolívar. Allí fue objeto de curiosidad y admiración de numerosas personas. El paseo de exhibición tuvo lugar en la tarde del día siguiente a su llegada. Había gran expectativa.  La gente esperaba y comentaba en las aceras, puertas y ventanas. Repetidas veces lo verán pasar en su lenta marcha; permanecerán en sus sitios hasta entrada la noche que termina el paseo, pues interesaba sobremanera observar la lumbre de sus faros en la ciudad pobremente alumbrada con kerosene, sistema que va a ser sustituido un año más tarde por alumbrado eléctrico bajo la misma Administración.

Conducido a velocidad mínima para su mejor exhibición y tomando a para la primera experiencia del recorrido, el piso empedrado, lo que desilusionará a mucha gente que esperaba verlo correr a una velocidad digna de tomar precauciones.

A los pocos días ya nos sentiríamos todos familiarizados con su presencia en la ciudad; luego vendrá aunque poco a poco la experiencia personal de su uso, pues a la vuelta de tres meses habrán llegado un Hudson para el Presidente, y dos de otras marcas llevados por particulares para alquiler. Este segundo carro presidencial sería manejado por el chofer Manuel Sánchez Castaño, quien también va a residenciarse en Trujillo por tiempo indefinido.

Los carros de alquiler cobrarán 20 bolívares por la hora, tiempo mínimo, y surgió también el sistema de  “vacas” entre amigos para cubrir el precio de la hora, a razón de 4 bolívares por persona. Circulaban sólo por las calles principales, y fuera de la ciudad hasta San Jacinto, La Plazuela y La Morita.  Había que contratar con anticipación el carro sobre todo los domingos. Estos primeros paseos proporcionaban ratos de emotiva recreación; se paseaba con la capota caída, si hacía buen tiempo, para ver y ser vistos.

Para estos dos carros de particulares sus chóferes también serán forasteros, pero para los próximos ya los habrá criollos, pues muchos aspirantes recibirán enseñanza de los ya nombrados profesionales Centeno, y Sánchez Castaño. Fue un suceso gratísimo en el plácido discurrir de la ciudad, la presencia del primer automóvil y sus primeras exhibiciones. Hace 50 años. 

(“Sabatino”, octubre 1965. Tomado de Páginas Trujillanas de Francisco Domínguez Villegas. Ediciones del Ejecutivo del Estado Trujillo. 1974.)

 

BREVE Y CURIOSA HISTORIA DE UNA ESTATUA de Francisco Domínguez Villegas

En el proceso de erección de la estatua al ilustre prócer trujillano Dr. Cristóbal Mendoza en su ciudad natal, hay detalles curiosos que se nos ha ocurrido recordar en estos momentos con motivo de la colocación en Caracas de una réplica de esta estatua.

La iniciativa partió del para entonces Presidente del Estado, General Timoleón Omaña en 1916. Para recabar los fondos necesarios fue nombrada una Junta en Trujillo y otra en Caracas. Los Estados Táchira y Mérida prestos estuvieron con su aporte. La obra fue encomendada al escultor venezolano Andrés Pérez M., y fundida en París. Llegó a Venezuela a fines del año 1917, pero permaneció embalada en Motatán, en los almacenes del Ferrocarril hasta 1924 posiblemente por extremas dificultades de transporte. Para esta fecha ejercía la Presidencia del Estado, el General Vincencio Pérez Soto quien dispuso su traslado a Trujillo y provisional colocación en la Plaza Bolívar. En este acto llevó la palabra el intelectual trujillano Dr. Luis Valera Hurtado. La estatua fue colocada en el centro de la plaza.

Un periódico de Caracas al comentar la noticia criticó su ubicación como una anomalía, y el Dr. Mario Briceño Iragorry en cuenta como estaba del carácter provisional de la disposición, respondió al periódico con muy buenas razones, pero añadiendo que en el sentir trujillano esto podría también significar: "Cristóbal Mendoza en el Corazón de Bolívar".

El año 1930 llega la estatua del Libertador que va a ocupar, naturalmente el centro de la plaza, y no habiéndose previsto aún el sitio para la estatua del Dr. Mendoza, fue dispuesto que permaneciera en la misma plaza mientras se preparaba su sitio, y fue colocada hacia el lado oeste; a relativa distancia en lo posible de la del Libertador, y exactamente detrás.

Esta nueva disposición de las dos estatuas en la misma, plaza, una ecuestre y la otra pedestre dará lugar a un periódico de Caracas, sinó del mismo de seis años antes, para un desfavorable comentario reclamando sitio especial para el prócer trujillano. Y de nuevo el Dr. Briceño Iragorry asume espontáneo la defensa de la nueva y provisoria disposición, pero trayendo a colación con su ágil imaginación aquellas palabras del Libertador en carta al Dr. Mendoza cuando le dice: “Venga Ud., sin demora, la patria lo necesita; yo iré delante conquistando y Ud. me seguirá, organizando, porque Ud. es el hombre de la organización ‑como yo el de la conquista”. Y con estas oportunas y afortunadas intervenciones, don Mario ganará un escalón más en el aprecio de sus conterráneos. Y la estatua permanecerá allí unos años más en espera del traslado al sitio que hoy ocupa.

Con motivo del cuatricentenario de la fundación de Caracas, Trujillo hace donación de una réplica de la del Dr. Mendoza, que hoy luce su figura heroica en la Avenida de Los Próceres; es obra del escultor español Manuel de la Fuente, fundida en Madrid. Y como curiosa coincidencia en el acto llevó la palabra, entre otras personalidades, y en su carácter de Gobernador de Caracas, el Dr. Raúl Valera, hijo del ya mencionado intelectual trujillano que 43 años antes la llevara en Trujillo en el acto de colocación de la estatua original.

  (“Avance”. enero 4 de 1969. Tomado de Páginas Trujillanas de Francisco Domínguez Villegas. Ediciones del Ejecutivo del Estado Trujillo. 1974).

 

LAS TEMPORADAS DE CINEMATOGRÁFO de Francisco Domínguez Villegas

Aquellas breves temporadas de Cinematógrafo eran muy gratas a la ciudad, en cuya habitual quietud ponían una nota alegre y distinta. Se anunciaban mediante un cartelón colocado en sitio céntrico, lo que era suficiente para que en poco tiempo un buen sector de la ciudad se enterara de la proximidad del espectáculo.

Días más tarde, nuevo cartelón con el título de la primera película colocado a las puertas del local preparado al efecto, y acompañada la colocación con la quema de una veintena de cohetes y en seguida el reparto del programa por toda la ciudad. En las primeras temporadas este reparto se hacía a pie por diligentes mensajeros; a partir del año 1916 cuando ya en la ciudad hay automóviles de alquiler, se hacía en uno de estos vehículos a muy moderada velocidad y acompañado de un cuarteto de músicos.

El local era solicitado con mucha anticipación, pues en Trujillo no hubo un Teatro hasta el año 1925, muy modesto por cierto, el Teatro "Sucre” y por cierto que al Gobernante a quien se le ocurrió su construcción, lo hizo de manera arbitraria sobre las ruinas venerables del Templo de San Francisco; fue hecho mediante Compañía Anónima. Allí permaneció con muy escasa actividad hasta su demolición alrededor del año 1943 para construir el Grupo Escolar "Estado Carabobo". La primera o primeras temporada que recordamos se efectuaron en la casa de dos plantas situada en la esquina noroeste de la Plaza Bolívar, hoy propiedad de don Carlos Briceño Salas, cuyos ocupantes facilitarían el patio y corredores todo lo más para contribuir a la realización de un espectáculo ocasional de sana distracción y grato a la colectividad.

Inició estas temporadas el señor Pascual De Lucca, italiano residenciado en Boconó. Le seguirá el señor Blas Vita, también italiano, residenciado en Valera, y años más tarde el Sr. Humberto Murillo, tachirense; éste daba sus funciones en el patio principal de la Casa Municipal, entonces de una sola planta, que le sería facilitada por las mismas razones antes mencionadas.

La asistencia era relativamente poca, sobre todo familias, y se explicaba por la falta de local siquiera medianamente apropiado, pues además de estar al descubierto, había que llevar asientos. Sin embargo, ante la novedad del espectáculo y las incomodidades insalvables de la época, se veía la voluntad de acogida al esfuerzo que su realización significaba, y así muchas personas cargaban con su asiento hasta de sitios bien distantes del local. Las familias los enviaban una o dos horas antes para mayor comodidad para todos, a sugerencia del empresario, retirándolos al terminar la función o al siguiente día.

La función se efectuaba entre las 7 y 9 de la noche, con dos intermedios entre los cuales tocaba alegre música un Cuarteto. El precio de la  entrada era 1 bolívar para adultos y 1 real para menores. Mientras empezaba la función algunas personas tomaban sitio en la calle con sus asientos y se entretenían en amena charla; otras que no irían a verla, se congregaban frente al local para curiosear. Esto, la música, algunos cohetes, la  concurrencia en general y la iluminación especial daba al lugar un aspecto de fiesta.

Este tipo de Cine portátil y a descubierto se exhibió en Trujillo has el año 1930 cuando el señor Rafael Ramón Rodríguez consigue en arrendamiento el Teatro Sucre, que tenía muy escasa actividad; adquiere un modesto proyector, y con películas alquiladas en Valera, inicia el cine y bajo cubierta. El equipo lo manejó al principio el señor Jorge Shucedeman, de nacionalidad alemana, quien va a preparar al joven Oscar Cegarra; la administración a cargo del Sr. Egisto Delgado. Se estrenó con la película “Los Millones de Drucila”.

Posiblemente el año 1910 se exhibió cine por primera vez en Trujillo con una película titulada "La Verbena de la Paloma". Ignoramos quien la llevó. Fue exhibida en el patio principal del Colegio Federal de Varones que aún funcionaba en el extinto Convento franciscano, con autorización del ministerio de Instrucción Pública solicitada por el Rector don Fabricio Vásquez, de grata recordación. Un fonógrafo detrás de la pantalla o del telón, se decía, suplía la voz de los cantantes en esta opereta.

Las últimas exhibiciones de cine portátil y al descubierto, fueron presentadas en la Casa Municipal, como hemos dicho antes. Hoy cuando la disfruta de modernas salas de cine, y ante el maravilloso recurso  del color y del sonido conque cuenta la industria cinematográfica, no podemos sustraernos al deseo de escribir estas cuartillas que van principalmente en recuerdo a aquellas personas ya mencionadas, señores De Lucca, Vita, y Murillo, quienes venciendo algunas dificultades, y entre éstas las del transporte, hicieron posible aquellas memorables temporadas de cinematógrafo que ponían una nota alegre y distinta en el habitual reposo de la vieja ciudad.

("Avance", enero 25 de 1969. Tomado de Páginas Trujillanas de Francisco Domínguez Villegas. Ediciones del Ejecutivo del Estado Trujillo. 1974.)

 

EL VIEJO ACUEDUCTO de Francisco Domínguez Villegas

Hasta el año 1902 la ciudad no tuvo Acueducto. Para todas sus necesidades se servía de sus fuentes naturales: el Castán cristalino y rumoroso, la quebrada de Los Cedros sombreada toda de fronda primaveral. Había otras pequeñas fuentes o manantiales en varios sitios de la ciudad, al pie de los cerros; los manantiales de mayor volumen recibían el nombre de “querijó”.

El Acueducto para Trujillo ya había sido decretado por el Gobierno Nacional en 1888, y firmado en Caracas el contrato de su construcción, pero de allí no pasó. En 1902 el Presidente de la República, General Cipriano Castro ordenó su construcción, y el Gobierno del Estado encomendó los trabajos al maestro de obra don Lucas Montani, el recordado constructor d la torre de nuestra S. Iglesia Matriz. Y sobre un magnífico manantial a vera de la Quebrada de Los Cedros, fue construido el Acueducto que aún muestra su faz ruinosa cargada de recuerdos.

De allí salía el agua mediante varios tubos de regular grosor hacia depósito de distribución llamado "la caja de agua" situado contiguo a Iglesia de La Chiquinquirá, y de allí salía la tubería menuda de distribución hacia abajo solamente, pues el sector de la parte alta a partir de aquí, no tendrá servicio de agua, no había tubería, posiblemente el Acueducto carecía de los mecanismos de presión necesarios para mandar el líquido.  Y como antaño aquel sector seguirá "buscando el agua en la fuente", pero ahora la fuente la formaban dos o tres tubos de derrame del Acueducto; continuó en vigencia aunque en pequeña escala, el vetusto oficio de “aguador”, o sea aquellas personas que se ganaban el sustento, o se ayudaban llevando el agua a familias y comercios, en barriles al hombro, o a lomo burro. A aquella manzana y media de casas afectadas por el paso de tubería gruesa, recibían como medida compensatoria, servicio de agua directo desde el Acueducto, y completamente gratuito.

En 1915 el Acueducto fue notablemente remodelado, y solemnemente reinaugurado Fue enmarcado en un jardín donde prevalecían los malabares, con dos pequeñas avenidas donde el público visitante podía desplazarse cómodamente para admirar el jardín, muy bien cuidado. Era visitado sobre todo los domingos. Es justo señalar que en la hechura y mantenimiento del jardín colaboró de manera entusiasta el Jefe del Batallón acantonado en Trujillo, General Vicente Alfonzo, quien aportó las matas de flores y el personal necesario para estos trabajos. Un puente sobre la Quebrada facilitaba el acceso al Acueducto.

Lentamente volvió a sufrir empobrecimiento en las fuentes que lo mentaban y la ciudad va a padecer escasez del líquido por algún tiempo hasta que la intervención diligente del INOS, logra abastecer toda la ciudad.

Del buen servicio y limpieza del Acueducto cuidaba un celador nombrado por el Concejo Municipal. Sólo recordamos a Juan José Paredes, buen funcionario, diligente y atento, quien a la vez era miembro de la Banda Estado.

Hoy el viejo Acueducto ya ruinoso y abandonado, añorará sus buenos tiempos  cuando cumplía su invalorable cometido, era visitado y admirado y bien cuidado. Ya pertenece al pasado trujillano con su sitio muy digno en la pequeña historia de la ciudad.

(NOTA:  El año pasado -2002- fue recuperado y modernizado para servir a las comunidades de las zonas altas de Trujillo -San Isidro, Barbarita de La Torre- por el Sistema Hidráulico Trujillano y como parte de la obra del Gobierno Regional. Nota de los editores)

("Avance", abril 1969. Tomado de Páginas Trujillanas de Francisco Domínguez Villegas. Ediciones del Ejecutivo del Estado Trujillo. 1974.)

 

 

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