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LAS PAILAS DE MONGON de Amílcar Fonseca   DEL MAYORAZGO DE CORNIELES de Amílcar Fonseca   CINCO Y NO CIEN  de Tobías Valera Martínez   DESDE LA PLAYA de Angel Carnevali Monreal   LÍNEA OCUPADA  de Carlos Cadenas   METAHISTORIA  DE LOS PRINCIPIOS de Carlos Cadenas  FLUCTUACIÓN DEL MERCADO de Carlos Cadenas    EL LOGOS DE LO UNIVERSAL ABSOLUTO de Carlos Cadenas   ORDEN de Argenis Valera   MAQUILLAJE de Argenis Valera   TUS OJOS de Argenis Valera   CITA de Argenis Valera   SUICIDIO de Argenis Valera   AFEITADA PERMANENTE de Argenis Valera

 

 

LAS PAILAS DE MONGON de Amílcar Fonseca

Rasgaba el fanal de Maracaibo el azul transparente y puro de este cielo límpido y sereno de las tierras kuikas, animando ligeramente con vivo fuego, color de rosa, á los grandes copos salpicados de nubes blanquesinas.

A la orilla, los pequeños arbustos en alfombra y las campanillas blancas, formaban aluvión en la corriente del caudaloso río, que desbordándose en la arcilla ribereña, sorregaba del bancal los copudos árboles vestidos de parásitas y flores.

Cuando paseaba la española niña, durante las tardes de verano, bajo esas luz y sombras, y por la hojarasca triscando alegremente lucía el azul de sus ojos, el rubio de sus cabellos, los labios de coral y airoso talle, Carachy pensaba contemplándola desde su choza; "nacida en mis breñas esta blanca es chalchiqueye y mereciendo de mis bosques los altares de misnú, con sus aromas le brindaran, el lirio en el jaral y el pomarrosa en flor de la espesura, los piaches culto le rindieran y la torcaz y el gonzalico para ella cantarían.

Jefe de tres tribus, por esta chapetona, combato con los blancos, usurpadores de mis tierras, aunque un día, en santa paz y alianza (los caciques) mi padre y el suyo (o españoles y kuikas) el benigno suelo de estos valles se repartieron amigables".

Y blandía la indial macana y preparábase á la guasábara.

Ensordecía una tarde del 1556, por los altos montes de la sierra Escuque, los salvajes gritos de los indígenas, que innumerables, tercos y feroces, apretaban una vez, y otras la sinrazón española.

Los fuertes maloma y busandi recién construidos, por cima de Buenavista, los destruyeron al asaltarlos los aborígenes, quienes causando muertes notables ponían pavor y otros espantos ya, en las españolas huestes, aunque aguerridas y en aventuras duchos; y á fuer de la vuelta precipitada de García de Paredes, con gente de Tocuyo y la de Miguel de Trejo, de Mérida, con diez soldados y arcabuces y frascos propios, quedaron vivos los pobladores, no sin pérdida de diez infantes e innumerables heridos; habiéndose retirado en fin validos del silencio de la noche y de la traza de dejar muchas lumbres encendidas y algunos perros amarrados, para que oyéndolos ladrar no conociesen los indios que desamparaban a Trujillo, convencido ya los españoles del ánimo con que herían flechas y macanas puestas en manos kuikas, pero de su inocencia seguros y en su pudor maltratados.

Y terribles fueron también los combates sucesivos, entre timotes atletas y cerrados, jirajaras de mirada sutil y cavilosa, visupites duros, pendencieros y españoles y tocuyanos Reinas, Pachecos, Bastidas, Briceño, Gómez, Cobarruvias, Cornieles, hasta el valle de Pampán, donde la guardia yocana aprisionó ya entrado el año de 1575, á Carachy, Busebi, Bombas y otros de sus sujetos, que audaces y temerarios, intentaban penetrar esa noche, en la tienda del capitán Francisco Gómez Cornieles, cuando allí dormía tranquila, pero voluptuosamente sobre colchas de ruan randadas, la espléndida hija de ese conquistador doña Mariana Briceño...

Pálido por raza este prisionero, cuanto más el insomnio a ese color cobrizo, con un no sé qué de mortalidad aunaba, como la fiera del bosque en la trampa del cazador cogido y tembloroso aunque arrogante, Carachy temía a la muerte sólo por la esperanza fraudulosa; sintiendo las cadenas por sus hombros como sentencia inapelable de sus lares perdidos y dioses destrozados, sin poseer jamás la blanca que le sedujo cuando en santa paz y alianza el cacique y su padre (o español Y kuikas) el benigno suelo del Motatán se repartieran amigables, cubiertas de cujíes coposos, aquellas sus orillas perfumadas.

Ya la espaciosa llanura de pajas cubierta, por donde, Girajara, de aguas murmuradoras, al vecino Lago las ofrenda bullicioso, donde la cría ceba con abundancia y produce múltiplos esquilmos, aunque el jaguar con sus fauces la persiga, y las garzas abren sus alas y á impulso de esos remos, hasta el confin azul se remontan; á la hora del véspero y luz dudosa del crepúsculo, á la estancia donde Mongón asistía a una hacienda de cañas con trapiches, llevaron aquellos indígenas a ejecutar por los crímenes de rebelión y tentativa de rapto a mano armada.

Era Juan Suares Mongón corregidor de encomiendas, y en la azul sabana cuyo nombre ha heredado, ejerciendo de verdugo, añadía tormentos atroces á las ignominiosas funciones de su cargo; recordándose el terror por aquel hombre y el de las pailas del trapiche de su hacienda de cañas, desde la ejecución de Carachy y los demás sus prisioneros kuikas.

Cuando en las noches del invierno, la tempestad con sus gruesas nubes perturba la calurosa atmósfera de esa parte de Monay, despeñándose las aguas por el torrente hasta desbordarse los ríos, se oyen en aquellasabana, entre los escombros de la fundación, mugir el buey bajo la mancera y que debajo de las antiguas pailas hace borbotones de fuego, á par que figuras misteriosas y fantásticas se pululan con cadenas de serpientes alrededor de esas hogueras.

Aquellos son fuegos fatuos o inflamables de las vetas del mena en hacinamiento, que errantes por allí las incendian los rayos abrasadores del sol canicular ‑dice el sabio.

Pero el rústico coetáneo de Monay, consecuente a sus odios de raza todavía, durante las noches de luna, después de los rodeos, bajo las chozas en palancas del atajo, y al son de la bandurria, afirman en sus cantares al viajero, que son el alma de Mongón y de los suyos, expiando allí de sus culpas y delitos; porque es la fama desde los coloniales tiempos, que atizaban ¡horror! con carne de los aborígenes las cenicientas brasas del fuego en la parrilla.

 

DEL MAYORAZGO DE CORNIELES  de Amílcar Fonseca

Al Dr. A. J. Carrillo Márquez.

Gozaba el valle de los Cedros de una de esas noches que gasta nuestra zona citra andina. Noches calurosas, pero adornadas con la inalterable quietud de su horizonte, bajo un cielo siempre azul, jaspeados de neblinas semejantes a manada de borregos que corren, sacudiendo vigorosos la felpuda manta de su cuello alabastrado.

La luna, friolenta y pálida su atmósfera, medio inclinada, siguiendo su camino ocultábase temprano, tras la linde del Cerro, limitador del horizonte. Cual reflector potente de suave y melancólica luz, la derramaba por la Colina, donde soplaba un céfiro, que al dilatarse interrumpía el dulce sueño al habitador plumudo, removiendo la hojarasca, resultado del desmonte.

Porque no se oía el murmullo embriagador del progreso, cuyo ruido embelesa a los humanos en las Metrópolis del mundo, la ciudad nombrada con el de la Patria del egregio español García de Paredes, fomentaba, allá por los primeros años del segundo siglo del descubrimiento de América, aquel como recogimiento aristocrático de toda fundación ibera, aquella natural indiferencia de esa raza, pobladora benemérita del Mundo que al insigne genovés detuvo al gritarse en la Niña ¡tierra! navegando una noche angustiosa al Occidente.

Que no había de turbar la Colonia entonces, ni la bravura salvaje de los Cuicas, conquistados ya, ni el temor de los piratas, asoladores de las costas. Pues respondían con éxito de la seguridad común una alta pared de tapias, que extendíase a manera de muralla, desafiando orgullosa desde su puesto; con su coraje varios capitanes titulados, bravos servidores en el Ejército Real de España; y la malicia y cordura de los Alcaldes, Corregidores y Alguaciles, quienes con dos hermanos del santo oficio, hombres de lata con pergamino y vara del de Toledo, constituían el ministerial gubernativo de Trujillo, la que progresaba sorprendentemente al abrigo del notable, por los grandes hechos de su historia, Estandarte de Castilla y Aragón.

Si acaso, cuando el último campaneo en el Monasterio de Dominicas, al toque de oración hubo repetido sus ecos por entre el copudo cedral del riachuelo, un alguacil del Cuerpo de Guardia, con grave voz y aire de patriarca ordenaba colgar linternas en el portal de las casas. Alumbrado único y perdurable, heredado hasta empezar los cuatro últimos lustros del siglo XIX, ese portento de luz, radiante del actual progreso.

Abstraída, pues, del silencio de aquella noche; embriagada con la fragancia del jazinín y el aroma de los limoneros y naranjos en flor; trayendo a su memoria los cuentos de hadas, brujos y encantamiento, de riguroso estilo entonces. Recostada con blandura sobre un escaño del corredor, nerviosa como mujer mimada, asustadiza cual Eva paradisíaca, Amanda, la noble hija del Conde Cornieles, la mano a su mejilla y al aire la rica gaza de sus faldas, que daban paso a unos pies calzados, bella y graciosamente, contemplaba con sus hermosos ojos negros la inmensidad azul de aquel cielo, que columbrar podía, desde la habitación solariega del Alcalde Cartulario y Presidente del Cabildo.

Dominada a igual por esa inventiva, creadora de lo raro, lujoso patrimonio del Mediodía Español, cuya era su procedencia genealógica; creyóse, puesto que temblaba, recibiendo las caricias del Vicario Conventual, Cura de Almas que a lo Humianista agregaba los pertrechos de Cupido. Porque la había mirado siempre, a ojos lujuriosos, tras los espejuelos verdes, impuestos a su ocupación lega de Asesor como Letrado del Tribunal del Alcalde.

La aterraban las garras de aquel tigre, jaguar pequeño, cazado por Félix el manumiso, allá lejos, en Monay; y cuya piel, lustrosa por la corambre, con lo surtido de sus pintas y la mágica apariencia de sus pelos, ponía pavor causando vágido, aunque tendida a los pies de su bella soberana, quien siempre recordaba los peligros de esa posesión, joya dé su padre, la rica llanura de Monay, hermosa y virgen por el espejear azul de sus pampas, el vasto numeral de sus cantadoras aves, el incendearse de su mene, la rica flora y frutal sabroso de sus montañas; y lo imponente de sus ríos, acaudalados de agua, donde anidan acuáticos bellos y raros, crecen cañas y enredaderas que perfuman sus orillas, rodeadas de una atmósfera como de fuego, pero, que enamoran sin embargo, cuando se hubo admirado lo extenso de aquel pajar, lo imponente del horizonte aquel.

Ella habría querido, que la suave mano de Gaspar Reina, la pasase tembloroso, por la negra blonda de su cabellera suelta al aire, jugueteándosela con enamorado intento y arrebato pasional. Que sus rosados labios, sumisos a la ley de la pasión, recibieran los enardecidos de su amante enamorado, mirándose ella entonces, ruborizada, pero feliz en las pupilas de aquel caballero joven, intrépido manejador de su caballo tordo, al cual montaba bizarramente, como quien era descendencia de español y nacido en esta tierra tropical, fecundos ambos en magníficos chalanes.

Reina! decían quedo los labios de la joven; y Reina! repitió también un eco, dentro de su corazón amante, mientras se oyó la melodía de una acorde guitarra, que había arpegiado más de otra vez para ella, acompañada con la voz sexual del trinado de un cantor nocturno.

Cómo olvidar los juramentos cruzados en el Templo entre miradas ardorosas? Ni los que hubo, mediante las fiestas con que Cornieles había obsequiado á sus colegas de Gobierno, en las cuales festejó triunfal el caliente chocolate y los alfajores ricos hicieron el contento, de la seria concurrencia?  Cuándo entrelazados, bailaban con compás las viejas danzas, que un arpa manejada con maestría, preludiaba en el salón, haciendo la más grata de las perspectivas, la convergencia de los rayos de la luz, que desprendidos de los anchos fanales de cristal, acercándose formaban otros focos de las piñas doradas del tablado de cedro, que á modo de cielo raso, cubría la techumbre del salón.

Cómo olvidar los billetes perfumados con vainilla, escritos en ellos con maestría los elegantes y redondos signos de la letra castellana, mensajeras de las frases que describían exacto el torrente de amor que inundaba el corazón sensible del caballero Reina? Ni aquel corazón de oro, relicario antiguo, pendiente de su cadena, contentivo de la efigie recién impresa del criollo Reina, su capa replegada, como quien tuvo siempre cuenta de la espada ceñida á la cinta, honroso distintivo de su empleo oficial Cadete de la milicia urbana.

Los que, la joven esclava de la casa, interesada ó infiel había llevado, mediante, el pago de pañuelos de Madras á cuartos blancos y de color; ó por el cariño puro que profesaba á su amita; ó por el del amito; que también tuvo ella sus refriegas amorosas; y cual hijas de su raza selvática y feroz, las tuvo ardientes.

Sea que la Naturaleza, obediente a sus leyes, inmutables, no cesa nunca de transformar lo bello, ó, que generatriz de los humanos, guste como ellos de inconstancias mil; otra noche estaba oscuro y tenebroso el Cielo. El páramo La Cristalina bramaba iracundo, enviando un cierzo fuerte, penetrante y frío. No tardó el relámpago; y la tempestad surgió completa, amenazadora é inclemente.

Amanda siente el hielo de la noche y ocúltase á la sombra de su alcoba. Oye un ruido como el de un corazón que late emocionado; mas, una sombra que se arreboza con las cortinas, en el fondo de una ventana, la sorprende saludándola con aire marcial y distinguido. Tiembla, porque hay esclavas pérfidas y se contempla débil; pero un secreto impulso de placer despierta en su semblante y avanza resuelta, hasta encontrar sus manos un brazo que la estremece por lo cruel de su lazada.

Y, cuando las pesadas hojas del portón fueron cerradas, sonando recio el aldabón de hierro; cuando tarde, muy tarde, el heráldico blasón de la orden, incrustado en las piedras del dintel, gnardaba, cual único y vigilante centinela la habitación solariega de su dueño, Amanda siente uno como el ruido de puertas que se abriesen  junto á su romántica imaginación calenturienta; la del temor, la del pesar, la de la emoción, la del placer, la del dolor y la del llanto. Todas á tropel le abren sus hojas: tanto ruido la embelesa, que al fin de la jornada, perdido el camino recto, la puerta de la amargura, severa con su conciencia, fué la que encontró solamente, como se dice de par á par abierta.

Al clarear, con la del alba concluyó todo.

Aquel león, símbolo de grandeza se estremeció de horror, al ver pasar bajo su pórtico aquel pérfido compatriota criollo...

Pero. Que pudo rugir aquel Escudo afeado ya!

Ignórase la causa por qué, el Supremo Consejo Real de Castilla hubo pasado el opulento Mayorazgo y Encomienda del Cornieles, á los caballeros Cobarrubias Segobia, segundo génito del troneal constituyente; pues silencian aquí las páginas de un proceso, hallado deslozándose el pavimento de un viejo Monasterio, el día que la fuerza embrutecida de un Gobierno lo convirtió en cuartel.

Como la humedad precipita los elementos químicos de la tinta, embarnizóse el pergamino de los folios subsiguientes, y como ellos respetan las desgracias ulteriores de un padre infortunado, herida la honra y mancillada su vejez, se abandonaron, pero mudos al curioso que los movió, polvorientos y curtidos.

 

CINCO Y NO CIEN  de Tobías Valera Martínez

 -Excelencia, dijo el secretario del gobierno de la provincia. 

–Perdone usted, señor Oces, Excelencia es el Libertador, el General Bolívar:  yo no soy más que Cruz Carrillo.

-Señor Gobernador, el escribiente Agustín Aldana, se ha portado en estos días bastante remiso en el cumplimiento de sus deberes. Desearía que un requerimiento de usted, lo hiciera concurrir al despacho con más regularidad: pues no nos podemos privar de su elegante letra española, y menos áun de su talento.

-¿Y no ha venido aún?

-No, señoría, no ha venido.

-Vuelve usted con los títulos. Dígame usted General si no puede de otro modo. Dígame de cuando datan sus faltas, porque Aldana fue siempre cumplido en el lleno de sus obligaciones.

 El secretario preguntó al escribiente Riveros que desde cuando trabajaba sólo.

-Desde que menudean las olas que vienen de Caracas

-Ya sé: no es porque se ande en chicoteos amorosos ni por falta de afecto, porque bien sé que desde Boyacá, me mira como si fuera su padre. Es por... lo de Boyacá!

-Qué fue lo de Boyacá?  -Preguntó el señor Oces.

-Mándelo a buscar con el bedel, para que él mismo lo cuente.

 A la media hora el Tambor Mayor hacía en la puerta del Despacho el saludo militar de costumbre y decía en voz alta: ¡El oficial Agustín Aldana!

-Aldana parece que anda usted enamorado.

-No, mi General.

-Es usted amigo de los revoltosos de Caracas?

-No, mi General.

-¿Y entonces, porqué no concurre usted al Despacho?

-He estado enfermo del estómago, mi General.

-¡Ah! Está pues perdonada su falta, á condición de que nos diga lo que le sucedió con el Libertador en Boyacá.

-Perdón, mi General. Me muero de vergüenza, que eche el cuento el Tambor Mayor, que allí estaba; pero déjeme ir de aquí.

-Pues se irá para siempre.

-Pues...  el caso es que morir de hambre ó morir de vergüenza, todo es morir. Echaré el cuento, que la vergüenza no atenta contra el estómago y pasa sin necesidad de manduca.

-Con su permiso, General:

Trazado el plan de batalla distribuidas las avanzadas y ocupados los puestos estratégicos por el ejército patriota, el General Bolívar tomó un  pequeño descanso. Entonces fue cuando un malqueriente según me contaron dijo:  ¿Y Aldana?   ¡Bien!  Llamen a Aldana el escribiente de Carrillo para que esté pronto a escribir.

-¿Y quién sabe debajo de qué cama o en qué bosque está metido!  Dijo otro edecán no menos tunante.

-¿Qué, y es tan cobarde así?

-Sí, Excelencia, pero es de los cobardes deliciosos y se le perdona siempre.

-Búsquenmenlo y tráiganmelo ahora mismo.          

Les digo a ustedes que mucho les costó sacarme de entre unas piedras enormes y ya muy cerca del Cuartel General convine en caminar, porque me llevaban como en hamaca según era mi resistencia.

Todo tembloroso hice el saludo de ordenanza.

-¡Aldana, dijo el General Bolívar, tome usted dos guerrillas y ocupe aquella lomita!  Esto lo decía con el brazo extendido hacia un cerrito en que consideraba yo que había mucho peligro.  Volví a saludar y, si dando muestras de cumplir la orden, protestando más con todas las energías de mi miedo contra tanta inhumanidad y me retiré.

Al mucho rato me llama de nuevo el Libertador y me dice: ¡Ola  con que usted no obedece mis órdenes!

-Voy, Voy, Gene....ral, le contesté todo medroso y con la voz temblona.

-¡Guá!  ¡Como que tiene miedo Capitán Aldana!

La palabra capitán me devolvió un ápice de serenidad suficiente para contestar:

-Excelencia: es que yo no nací para eso.

-¡Cómo!  ¿No quiere ver usted su nombre entre letras de oro y estampado para siempre en la Historia de nuestra Patria? 

-Excelencia, yo más bien quisiera vivir cinco años con Juana Manuela que no cien en la Historia.

El General Bolívar i todos los demás Generales i edecanes no pudieron disimular i la explosión de risa no pudo ser más estruendosa y brindaron a la salud no mía sino de Juana Manuela por tener un esposo tan querendón como yo.

Pero según el Tambor Mayor nos contaba ya ciego y recogiendo limosna por las calles de Trujillo, Aldana fue efectivamente Capitán en aquella jornada, en que no se quedó uno solo del ejército patriota que no hiciera su proeza; mas nunca quiso que se le diese el título y se cuenta que ni aún lo reclamó del Padre de la Patria, que si tal hace habría figurado en el escalafón de aquellos Ilustres Próceres.

(Tomado de el periódico “El Esfuerzo Juvenil” de San Lázaro, el 13 de junio de 1911, dirigido por Tobías Valera Martínez, redactores: Juan Bautista Provenzali y R. Pujol B., transcrito por Wilfrido González Rosario. El cuento está presentado bajo el seudónimo de Simplicio, en el número 48, año tres de dicha publicación)

 

DESDE LA PLAYA de Angel Carnevali Monreal

 -I-

¿Para dónde va esa nave? ¡Camino de mi tierra!

El magnífico penacho gris que luce al salir de la bahía, le da a los ojos del espectador impresionable aspecto como de paladín fantástico, que se abre campo afuera lanzando retos de olímpica soberbia.

Y no hay quien recoja el guante. Antes bien, diríjase que los veleros se inclinan reverentes para saludar al campeón de soberanos alientos, y que es rumor de aplausos lo que traen las olas a la playa.

¡Qué triunfos esos! Si hay lágrimas por ellos, no pueden ser sino  de satisfacción inefable, de noble orgullo humano, al ver cómo ya se redimo y se salva por sí mismo, imponiendo su libertad, su esfuerzo inteligente, aún a los más poderosos elementos de la naturaleza.

¿Qué duda cabe ya? Fuera del documento humano y de la luz científica, todo resulta infecundo, todo muy distante del supremo ideal de perfección que es a las almas lo que la luz al astro, lo que el mar al río, lo que la síntesis a la múltiple y varia labor del pensamiento.

Ciencia, Trabajo y Libertad, he aquí la gran trinidad redentora. Ella es la que manda, la que reina, la que abre caminos amplios y horizontes luminosos. Los que no la ven, los que no la sienten, los que no la aman, esos son precitos, penitentes irredentos, almas paralíticas que se arrastran por el campo de la civilización amparándose de la sombra imaginaria de sus ídolos, como se amparan estos de la penumbra de la historia, para rabiar allí de las conquistas de la luz en la conciencia individual y en la moral de los pueblos.

¡Y qué dogma más excelso para el humano espíritu, cuando es a él a quien debe la exacta noción de su destino en la concepción del progreso como luz necesaria; las armas más decisivas en el constante luchar por la existencia, y una como misteriosa llave de oro con la cual abre siempre todas las puertas que dan al porvenir!

-II-

¡Allá va, allá va, camino de mi tierra, la gallarda y ligera nave!

Pronto es ya sólo un punto vago sobre la brillante superficie de las aguas; luego no se ve sino la oscura espiral de humo echada en la dirección del viento, y al cabo de pocos instantes ésta se pierde también tras la comba del espléndido horizonte.

¡Con cuánta tristeza la veo desaparecer! ¡Y cuánto envidio a los que van en ella!

Esa es la ruta de mi pueblo. ¡Por allá pudiera yo ir a abrazar a mi esposa y a besar a mis hijos!

Aquellos viajeros verán mañana al romper el día, cómo despliega la aurora su manto de tisú sobre las montañas estupendas, y escucharán el himno colosal de una hermosa y virgen Naturaleza en acción de gracias por la reaparición de la luz, y respirarán el aire que viene de la cercana ribera cargado de polen vital y de los exquisitos aromas de aquellas blancas y de aquellas flores!

Después... cuando la tarde vuelva a colgar sus gasas polícromas y a encender en el éter sus fanales resplandecientes, todos esos que allí van, como no tengan nada que ver con ciertas aventuras allá predominantes, se sentirán más o menos felices al arrimo de lumbres cariñosas que calientan dulcemente.

Los envidian con todo el alma.......

-III-

Absorto en esa reflexión y siempre con la vista fija en el suspirado horizonte, ni aún me daba cuenta de que la noche señoreaba en el espacio. Una ola que vino a romperse casi a mis pies me volvió a la vida real.

La luna; alzándose por entre girones de blanquísima niebla, que ni velos de novia, comunicaba al panorama tonos de indefinida e incomparable melancolía. ¡Qué soledad tan hermosa! Y sin embargo ¡Cuán infinitamente triste para los espíritus nostálgicos!

Yo sentí algo como una compenetración del medio ambiente, y me alejé a pasos rápidos, porque me pareció que la brisa venía remedando voces de niño enfermo y mensajes de mujer desamparada.

 (Maracaibo, 1897) Cuento extraído de El Correo de Aragua; N° 21: 27/3/1901.

 

LÍNEA OCUPADA  de Carlos Cadenas      

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Más abajo el clasificado que me interesaba: “Augusta Manccini, profesora de italiano, graduada en Padua, ofrece curso en horario comprendido entre las cinco y las siete  pasado el meridiano, garantía de aprender rápido el idioma. Teléfono 7342310. Cuotas cómodas, se aceptan tarjetas de crédito.” Llamé pero estaba ocupado, insistí cuatro o cinco veces, pero igual, sonaba ocupado.

Al día siguiente, la página de sucesos reseñaba que la profesora Manccini se había ahorcado con el cable del teléfono, estupefacto pensé que quizá cuando marqué su número, ella estaba hablándole a la muerte.      

 

METAHISTORIA  DE LOS PRINCIPIOS de Carlos Cadenas

Ante el féretro, como reclamo, le dije: Metodio Wells fue colgado a las afueras de la ciudadela, no mostró huellas de arrepentimiento, por tanto, no hubo absolución Papal. La ejecución se llevó a cabo como lo acostumbraban los jesuitas: en el fuego purificador. Otro tanto ocurrió en Constantinopla, el Patriarca no dudó, también allí murió alguien. Ambas muertes tuvieron idénticos motivos: el pan ázimo y la levadura.

En el alto Perú, en pleno período de la conquista, Juan de Rodríguez fue decapitado cuando se negó a reconocer la autoridad del Rey, las pruebas eran contundentes, engendró en una aborigen sin ésta antes haber sido cristianizada, con lo que contravenía el diáfano principio doctrinario de la corona católica.       

En el mundo árabe cortan las manos al ladrón. Los estadounidenses aplican la pena de muerte por el delito de traición a la patria, en todas partes la gente tiene cosas que defender, los gobiernos argumentos que sustentar con el castigo. Sin embargo, tú pensaste sólo en una sobredosis, en una anónima sobredosis que te suministraste encerrado en un apartamento tipo estudio, todo porque el horóscopo señalaba que seguirías otra semana mal enrachado en el amor.  

 

FLUCTUACIÓN DEL MERCADO de Carlos Cadenas

“Los Legionarios romanos estaban acostumbrados a celebrar la grandeza del Imperio junto a los dioses. Las estaciones, el vino, la fertilidad, César, todo tenía una deidad patrocinante. En Oriente Medio sólo estaba Yavé para cubrir los espacios, las contingencias, las celebraciones en la fiesta de la muerte y en la fiesta de la vida.

Para los romanos era una costumbre bárbara el oficio de los Profetas, la ocupación de los sacerdotes, el culto a un creador temerario. Para los hijos de Abraham, los legionarios eran simplemente idólatras, infieles, gente que adoraba una multitud de signos vacíos, de vicios. 

Eso ocurrió hace miles de años, si, mucho más de dos miles, y no creas que  no condujo a pesadas desavenencias, a maniobras políticas, hasta que hubo un acuerdo, claro, antes apareció colgado con el cordón  de sus sandalias el pobre Juan el Bautista, entre otras cosas, Jesús, de agitador profesional se convirtió en mártir. Pero no pongamos muchas palabras en esto, realmente lo importante en nuestro caso es que nos entendamos, si no creo que perdemos el tiempo, entiendes, mañana puedes aparecer en los periódicos como mártir o suicida pendejo, mejor habla, eso no es delación, ni falta a la hombría”. 

No apareció otro Juan el Bautista, pero en un  cinturón del diario informaban que había muerto en un enfrentamiento, el peligroso agente del comunismo Teolindo Cabezas, alias “Comandante  Lémur”.

 

EL LOGOS DE LO UNIVERSAL ABSOLUTO de Carlos Cadenas

Adán miraba con inocente incertidumbre el cuerpo yerto, ya no estaba seguro de Abel, ni de Dios, no abrigaba esperanza de resurrección pues ahora si estaban claras todas las fisuras del castigo. Más allá, Eva. Ella escondida entre las zarzas, ella que ensayaba un llanto lamentable, una desgarradura dolorosa  traída de una fuente sin lugar y sin origen. Desde los ojos ambos doblaban las raíces de una hierba amarga, alucinógena, un zumo de brasas se deslizaba en sus gargantas, torrencial se hundía en el cuerpo esponjoso de los pulmones, les paralizaba.   

Caín se resguardaba en el silencio, callaba y no explicaba, ese cuadro  no ameritaba explicación, ni autor. Sabía que el hecho en sí no llegaría a ser memoria de  heroísmo, ni siquiera sería considerado como crueldad. No, era algo más profundo, de golpe alucinaba historia. Por eso calló, no dijo, algo desde su interior le aseguraba que había inventado la muerte.  

 

ORDEN de Argenis Valera

Apoyándose en la culata del fusil, se yergue. Apenas dobla la esquina, un cartel metálico le devuelve su rostro de soldado. Un gesto reflejo lo hace apuntar el rifle y dispara.  La ráfaga al rebotar se abre como flor metálica acariciando su rostro, eliminando a su enemigo.

 

 MAQUILLAJE de Argenis Valera

Tomando como referencia el borde del anillo, María con un bisturí, hace un corte circular a su dedo, luego realiza un corte a lo largo del mismo hasta el borde de la uña, retirando la piel de cada uno de ellos.

Al finalizar, extendiendo ambos brazos frente al rostro, observa con una sonrisa la perfección de su uñas pintadas.

 

TUS OJOS de Argenis Valera

Recuerdo escasamente tus ojos, su brillo huyendo de los míos, ocultos por un manto de finísimos hilos. ¿Hace cuanto no los veo?, cada vez que miro en mis recuerdo, los puntos que conforman tu mirada, se expanden como el tiempo. ¿Que quedara de ti en mi?, cuando tus ojos se confundan con el polvo que levantamos al andar, ¿donde podré hurgar para encontrarlo?

 

CITA de Argenis Valera

Su mirada fija en las manecillas del reloj distorsionaba sus pensamientos, parecía atrapado por esas manecillas, que durante algún tiempo habían anunciado su encuentro.

Ahora giraban hacia la izquierda. Al quitar la vista del reloj, se levanta y se marcha, sin saber a quién esperaba.  No llegó.

 

SUICIDIO de Argenis Valera

Miguel levanta su pistola calibre .45 extiende su brazo horizontalmente, se apunta directo al rostro. El disparo retumba hasta agonizar en silencio. 

Destellos de luces llenan el cuarto. Sólo un segundo bastó. Miguel ya no puede verse el rostro, las luces que llenan el cuarto lo han cegado.

 

AFEITADA PERMANENTE de Argenis Valera

El aviso de prensa decía. Olvídese de afeitadoras y parches de papel en la cara. Luzca un rostro recién afeitado y atraiga las miradas femeninas hacia usted. En la primera ocasión que se presentó, compró la loción. Los resultados fueron impresionantes, ni un sólo rastro de barba o bigote. Quince días después, luego de unas semanas de molestias en la garganta y las fosas nasales, amaneció muerto en su cuarto.

El parte del médico forense reveló las causas de su fallecimiento. Obstruidos los poros del rostro, el vello se desplazó hacia la parte interior de la cara, cerrando las vías respiratorias, provocando su muerte por asfixia mecánica.

 

 

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