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LAS MESITAS de Américo Briceño Valero   LAS AGUAS de William Durán   LAS VÍAS de William Durán   LOS HÉROES de William Durán   LAS PATRONAS de William Durán   LAS LEYENDAS DE SU NOMBRE de William Durán   LAS FIESTAS Y LA MÚSICA de William Durán   LA EDUCACIÓN de William Durán   LAS MESITAS, SU VECINO Y LA IGLESIA de William Durán   EL CARRO de William Durán   DOS DATOS MUY PECULIARES de William Durán   ENTRE PÁRAMOS Y TRIGALES de Tarcila Briceño   EL MATRIMONIO de Tarcila Briceño   LA FAMILIA SE MUDA de Tarcila Briceño   HACIA LA VEGA de Tarcila Briceño   DICIEMBRE EN LAS MESITAS de Tarcila Briceño   SIMÓN ELADIO Y MARIANA de Tarcila Briceño   EL PÁRAMO DE LA CINTURITA de Tarcila Briceño

  

LAS MESITAS de Américo Briceño Valero

 “Más arriba de Niquitao, siguiendo el curso del río Burate, a la margen izquierda de éste, a 2190 metros, sobre una pequeña y accidentada mesa que se forma al pié de las faldas de la Cordillera (al pié de los páramos de los Chorotes y de Tuñame), se halla el pueblo de Las Mesitas...

Este pueblo fue fundado a fines del siglo 18, pero sólo vino a ser elevado a cabecera de parroquia a mediados del año 1854. A parroquia eclesiástica fue elevado en 1865.

La temperatura de este lugar es muy baja, como que se halla al pié y muy cerca de los páramos: es de 14º C.

Produce trigo, arvejas, papas, de que se recoge ricas cosechas que los vecinos llevan a San Lázaro, Valera y Motatán. Tiene algunos hatos de ganado vacuno, lanar y caballar, que rinden grandes proventos a los moradores de estas altas tierras.

Los caseríos y comarcas son: La Ovejera, Resbalón, Volcán, Pajarito, Los Pantanos, Loma Carora, Miraflores y Visún. Tiene el pueblo 80 casas y en ellas viven algo más de 500 personas. El municipio –General Ribas- tiene 1600 habitantes, con 400 casas. Hay una escuela pública y tiene un templo y casa municipal”.

(Tomado de  “Geografía del Estado Trujillo, Tipografía Cultura Venezolana, Caracas, 1920.)

 

 LAS AGUAS de William Durán

             Dos  corrientes de agua se deslizan por sus costados,  dulces y sutiles o como ejércitos furibundos que destruyen todo a su paso, maravilloso espectáculo que podemos presenciar bajo el puente de la vega.  Allí las cristalinas aguas del río Burate se unen a las amarillentas aguas de La Coneja, y cual novios que se dirigen hacia el altar circulan juntos un largo trecho, con distinto tinte hasta volverse uno solo.

 

LAS VÍAS de William Durán

             Dos  vías conducen a Las Mesitas y crean la imagen de una madre con los brazos abiertos, en espera de los hijos que partieron o, dispuesta a acoger a todo aquel, que como yo, huyó de las selvas de cemento. Allí está ella con un brazo  hacia Tuñame y el otro a Niquitao. Hacia Tuñame encontramos la vía  de comunicación más elevada del estado y la segunda más alta del país.

 

LOS HÉROES de William Durán

            Rumbo a Niquitao encontramos el Monumento Histórico  llamado La Columna, donde se dio la importante batalla de Niquitao, batalla que selló la legendaria Campaña Admirable en Trujillo el 02 de Julio de 1813. El ejercito patriota estaba al mando de los Oficiales José Felix Ribas, Rafael Urdaneta y Vicente Campo Elías, quienes después de cinco horas de reñida lucha contra un ejército más numerosos se coronaron victoriosos.  Más abajo se puede observar un rústico viaducto agrícola  sobre una quebrada, utilizado para sacar productos agrícolas de áreas de difícil acceso.

 

LAS PATRONAS de William Durán

             Dos son las patronas del pueblo: la Inmaculada Concepción, con la iglesia construida en su honor, pero en el corazón de los feligreses ocupa un lugar muy especial Santa Rosalía de Palermo, a la cual se le celebra  su fiesta desde el 02 al 05 de Septiembre, todos los años.

  

LAS LEYENDAS DE SU NOMBRE de William Durán

             También dos son las leyendas que tratan de explicar el origen del topónimo del pueblo: por un lado, la  mayoría de los pobladores sostienen que el General José Félix Ribas en su descenso hacia Niquitao, hizo  alto en el caserío y los habitantes de la comarca, con lo poco que tenían, le ofrecieron un banquete. Por falta de enseres adecuados, sirvieron los deliciosos platos sobre pequeñas mesas de piedra, dispersas por la meseta. Desde entonces la comarca fue conocida bajo el nombre de Las Mesitas, adjudicándosele el bautizo al general Ribas. Otros,  más suspicaces, plantean que en el caserío vivió un conocido y experto carpintero, cuyo nombre se ha perdido en el tiempo, quien dominaba el oficio de la talla  y elaboraba mesas con  hermosos e impresionantes acabados. Estas mesas eran muy solicitadas en los caseríos circunvecinos e incluso,  aseguran que de todo el país se trasladaban personas  adineradas en busca de las preciadas mesas. Fue tanta la fama de las  mesas que la gente dejó de llamar el caserío por su nombre y comenzó a referirse a él como el pueblo de las mesas, después Las Mesitas.

            Aunque se desconoce la fecha de  fundación de Las Mesitas, se presume que ésta se remonta a finales del siglo XVIII, pues para 1813 el caserío ya existía. Según algunos registros, en 1854 el caserío fue decretado Parroquia Civil y en  1856 a Parroquia Eclesiástica.

            El origen del nombre del  pueblo a lo mejor se debió a un error de trascripción.  Recordemos que todo fue hecho por pares y justo al frente de Las Mesitas existe una pequeña meseta llamada La Mesalta. Suponemos que originalmente el pueblo se llamó Las Mesetas, pero a causa de alguna equivocación se  cambió  la segunda “e” por una “i”, originándose el nombre de Las Mesitas, teoría lógica, pues hemos hallado en documentos Mecitas, con “c” y  “ Las Mesetas”.

            La finalidad de ésta teoría es tratar de explicar el origen del nombre del pueblo; en ningún momento he pretendido cambiar el hermoso nombre con el cual hoy, llenos de orgullo, nos identificamos.

 

LAS FIESTAS Y LA MÚSICA de William Durán

           Aún llega a nuestros oídos la  música de nuestros ancestros,  al son de violín,  cuatro y  guitarra, que amenizaba  bailes, velorios y  paraduras.

             Cuenta el señor Vicente Ramírez, recuerdos de su infancia, que las paraduras de niño en la comarca son muy antiguas.

         -  Antes, Santa Rosalía la sacaban de romería junto a Nuestra Señora del Carmen. Se le cantaban rosarios en  velorios  ofrecidos en todos los caseríos. Lo que más  me gustaba eran los bailes, pero la mayoría de las  veces tuve que conformarme con mirar por la ventana, porque esos VARONES de antes eran fregaos. A esos bailes no entraba quien quería ni cuando quería; el amo de la fiesta fijaba la fecha y la hora. Si un invitao llegaba tarde no entraba. Las parejas no se podían apretar, ni mucho menos podían conversar mientras bailaban; si vusté se atrevía salía cueriao. Eran tiempos de respeto. Si había un inconveniente en el baile, el amo de la fiesta lo resolvía en el momento.  Eran tiempos de Varones. ¡Si vusté hubiera bailao  al ritmo del Santo Domingo! Aún recuerdo un verso que me atreví a pronunciar, ante la invitación de: “Galán verso pá la dama”:

             “ De onde son tus ojos negros, con el pelo ensortijao, me tenés el alma muerta y el corazón traspasao”.

            - Y después a zapatiar recio, con la alegría de haberse atrevío, mientras los músicos repetían  el verso improvisado.

            Los mercados y los caminos

            Hoy el pueblo cuenta con ocho bodegas, en una hay un letrero que reza: “si no encuentra lo que busca, todavía no lo inventan”. Dos expendios garantizan el suministro de medicamentos, hay cuatro restaurantes; tres pensiones; cuatro posadas; dos líneas de transporte que cubren las rutas Las Mesitas - Valera y Boconó - Las Mesitas: Los abuelos ni  soñaban con estas cosas; el transporte se hacía a pie o en el lomo de las bestias y los centros de abastecimiento y comercio, más cercanos, estaban en Barinas y Trujillo. Las Mesitas fue un sitio estratégico para la s relaciones comerciales entre Trujillo y Barinas.

            Dos puestos, especie de mercados mayoristas, en San Lázaro, estado Trujillo y en  Calderas, Distrito Bolívar del estado Zamora (en el presente estado Barinas). Estos establecieron contactos comerciales a través del pueblo de Las Mesitas; como lo demuestran facturas y documentos de compra - venta de principios del siglo XX.

             A finales del siglo XIX  existía una bodega en el pueblo que surtía a sus moradores, comercializaba la mercancía nativa para  el estado Zulia y viceversa. Para Trujillo se llevaba Trigo y  papas de año, cultivadas en la región; de vuelta se traía: velas, fósforos, sal de goma, papel y sobres de carta, kerosén, arroz, sardinas, agua florida, jabón, aceite de castor, aceite de ricino, aceite de almendras, cigarrillos, cerveza, bicarbonato, alpargatas, quincallería... Parte de esta mercancía iba a parar, junto con las papas de año, el trigo y las habas al pueblo de Calderas, intercambiada por  café y panela.

            Una loable odisea era emprendida, no por cualquiera, por hombres recios, de pelo en pecho; hombres de palabra, que partían de su terruño para enfrentar, con la compañía de 5, 7 ó 9 bestias las inclemencias del páramo. Estos varones que se hacían amos de arreos de mulas, debían sin la ayuda de nadie, aperar las bestias, cargarlas y descargarlas, además de protegerlas de cualquier peligro que apareciera en el camino, como las arremetidas del temido Salvaje o las del León de montaña.

            Al principio, cuando el comercio era únicamente con el puerto de San Lázaro, el recorrido a seguir era el siguiente: Los arreos partían de Las Mesitas, subían hasta el Picacho de la Teta, comenzaban el descenso y travesía hasta Cabimbú, a partir de aquí el descenso era más pronunciado hasta llegar a Santiago y finalmente al Puerto de San Lázaro.      

            Aproximadamente en el año 1940 se comienza la construcción del camino real que uniría Las Mesitas con Calderas, y aunque ya existía el intercambio comercial desde mucho antes, este camino hizo más frecuente, por la cercanía, el comercio con este municipio del estado Zamora. El camino se comenzó en ambas direcciones, ganando cada peón 4 bolívares al costo, es decir, sin comida; una cuadrilla partió de Calderas, mientras que la otra partió de la Vega para encontrarse en un sitio equidistante conocido como El Alto.

             Este solitario camino, mudo testigo de las hazañas de viajeros aguerridos, que vencieron una muerte prematura en las escarpadas cumbres; en ocasiones único compañero en la ultima morada de los que desgastaron sus vidas andando leguas y leguas, perdidos, sin rumbo, sin destino, comienza, de este lado, en la Vega, cruza la quebrada de Escundún, palabra que en dialecto indígena significa escondido, el escondite o el oculto, para internarse cuesta arriba en la finca que lleva el mismo nombre. En el Reventón, nombre que recibe una cumbre paramera donde el viento inclemente ruge con tal furia que parece una explosión; allí estaba la casa del señor Alfredo Ramírez, hombre callado, de carácter indomable, pero de una sensibilidad que rayaba en santidad. Su casa servía de posada, de refugio y de lugar de descanso para los arreos de mulas. Cuantas vidas socorridas, cuantas hambres aplacadas por el incomparable guisao de   la señora Agustina, el cual no era otra cosa que una especie de caldo de papas, aliñado con hierva buena; cuantos agradecimientos, cuantos le deben sus vidas a las menesterosas atenciones de Alfredo, Agustina y sus muchachos.

             Muchos hombres solitarios solían verse por este escarpado camino con una maleta terciada por las costillas que, a semejanza de un morral, se elaboraba con costal de cabuya con los pretales de cuero; hombres valientes entre los más valientes, cuyo único trofeo era el llevar el sustento a sus familias.

             Volvamos a la bodega de los Godoy; que ha permanecido en el pueblo por tres generaciones.  Su creador, Don Enefrio Godoy,  se la pasó a su hijo, Don Segundo Godoy, quien a su vez se la traspasó a su hijo y actual propietario, Don Ramón Arístides Godoy; a quien le debemos muchos de los testimonios narrados en este libro.

            En este negocio, al igual que en todos los de la época, no se conocía otra forma de vender que por medidas.  Recordemos:

             -          Don Enefrio, dijo mi mama, que le mandara una maleta de maiz, que sigún mi tio Luis ya se la pagó a vusté.

             -          Mire mijo, voy a pasá por la pena, pero nomás me queda por ahí medio Almud, pá la venta.

             La MALETA  se  vendía midiendo dos Almudes. El Almud, a su vez, era un cajón de madera en cuyo interior cabía  la cantidad de grano equivalente a dos arrobas, que eran aproximadamente cincuenta libras, por lo tanto, lo que el niño quería llevar equivalía a cien libras y Don Enefrio le ofreció el equivalente a veinticinco libras.

             La moneda más utilizada para esta época era el PESO, que equivalía a cuatro bolívares.

 

 LA EDUCACIÓN de William Durán

            Según la tradición, en épocas pasadas la educación era un privilegio del cual disfrutaban solamente los que corrían con  la suerte de tener un padre o una madre que supiera leer y escribir; que le enseñaran las cuatro operaciones básicas, fundamentales para la época. Todo esto en el seno del hogar.

            Ya para 1926 llegó una maestra a trabajar en el pueblo, la que sirvió de multiplicadora, pues le sirvió de instructora a un joven que tenia vocación de servicio y deseos de enseñar. En 1945 se crean dos escuelas unitarias, donde se seleccionaba a los alumnos diferenciándolos  por sexo.

            A partir del año 1956, con la instauración del cuarto grado de educación primaria, se creó la escuela mixta con la premisa: “Para que los niños respeten a las niñas y las niñas le pierdan el miedo a los niños”, lográndose posteriormente la creación del sexto grado. Con muchas limitaciones, pero con gran amor y vocación de servicio, estos dos precursores de lo que para muchos era una gran perdedera de tiempo, lograron con su abnegación, lo que hoy tenemos, pues en 1962 la escuela del pueblo pasó a ser Escuela Nacional Graduada, que fue luego bautizada con el nombre de “Isabel de González”, en honor a su ilustre maestra.

            En el año 1968, durante el primer periodo constitucional del Doctor Rafael Caldera, fue construida la planta física donde funciona actualmente el liceo. Hoy, gracias al amparo de la Ley Orgánica de Educación,  la primera institución educativa de esta comunidad le ha permitido a niños y jóvenes,  aprobar el noveno grado sin necesidad de salir del pueblo, del hogar.

            Cabe resaltar la admirable labor desempeñada por tan nobles instrumentos del saber: los maestros, que antes de salir el sol ya se dirigen hacia las escuelas rurales, diseminadas por todos los caseríos que conforman la parroquia General Ribas.

 

LAS MESITAS, SU VECINO Y LA IGLESIA de William Durán

             Aunque nuestro vecino más cercano es el pueblo de Niquitao, con quien compartimos las mismas costumbres y tradiciones, pues tenemos las mismas raíces y creencias, LAS MESITAS no es, ni nunca ha sido, jurisdicción de la parroquia Monseñor Jáuregui. Recordemos que para 1854 nuestro pueblo ya figuraba como municipio autónomo(Parroquia) General Ribas. La confusión de decir Las Mesitas de Niquitao se debe al  hecho de encontrarnos a 140 Kilómetros de la capital del Estado y 25 Kilómetros de la capital del  Municipio Boconó,  y a que para la época en que fue fundada la iglesia, cuya construcción comenzó en el año 1863, la vocación sacerdotal era muy escasa, entonces el obispo le encargó al párroco de Niquitao que atendiera a los feligreses de la parroquia eclesiástica General Ribas.

             Las Mesitas de Boconó, como es correcto llamarla, tuvo por primera vez un sacerdote residente en el pueblo en el año 1960, el padre Mariano García; luego, en 1963, llega el sacerdote Maximiliano Blanco; muy recordado también es el  sacerdote Jesús Maria Graterol, a quien se le deben las diligencias para la reconstrucción de la iglesia en el año 1968, luego del terremoto de caracas, durante el periodo constitucional del presidente Raúl Leoni.

             Actualmente el párroco del pueblo es el presbítero Herman I. Cano, oriundo de la ciudad de Trujillo, quien en escasos cuatro años logró lo que no se consiguió en mas de un siglo: unificar el esfuerzo de todos para darle a Dios un templo digno en las Mesitas de Bocono.

 

EL CARRO de William Durán

             Actualmente la máxima autoridad civil de la parroquia es el señor Ramón Terán, quien relató que en su infancia, en la inocencia de aquel entonces, recuerda la primera vez que vio un carro en Las Mesitas. Aproximadamente en el año1960 un señor de apellido Serrano llegó al pueblo en un Willys:

            -El miedo y la curiosidad me invadieron al ver aquel animal tan fiero; cómo rugía.

             Poco a poco la gente se aglomeró alrededor de ese monstruo y Serrano les decía  que no era un animal y que si querían, por un REAL(cincuenta céntimos), podían darse el gustazo de su vida: montar en carro.

             Total que la garizapa se prolongó hasta la media noche; muchos que no querían  darle la oportunidad a otros, tuvieron que pelear para ganarse el derecho de darse la segunda cola.

 

DOS DATOS MUY PECULIARES de William Durán

             El primer televisor que llegó a las Mesitas fue llevado por el señor Pedro Laguna, justamente ocho días después de que inauguraron la Luz, es decir, el 22 de diciembre de 1974.

             Mucho antes de esto, a finales de los años 50 y comienzos del 60, ya en casa de la señora Blanca Quintero, se reunía casi toda la gente del pueblo para escuchar las famosas radionovelas: “MARTÍN VALIENTE”; “JUAN SIN MIEDO”; “LOS TRES VILLALOBOS; Cuántos recuerdan las carcajadas provocadas por la radio comedia: “LA BODEGA DE LA ESQUINA”; cuántas soñaron con el personaje: “JULIAN PACHECO”.

             Este Radio funcionaba con una batería compuesta de 36 pilas.

 (Textos tomados del libro en imprenta Las Mesitas entre Mitos y Leyendas  de William Durán)

 

 ENTRE PÁRAMOS Y TRIGALES de Tarcila Briceño

             Por varias generaciones, hijos, padres y abuelos, vivieron entre montañas, ríos y largos cimientos de piedra. Desde el Boconó y el Burate; Bisún y la Loma de Carora se extendían las tierras de don Julio. Por otro lado estaban los Llanos de El Pajarito y El Resbalón que habían sido de don Eladio.

             Sinión Eladio, el tatarabuelo y bisabuelo, era un hombre rústico, fuerte, amante del campo, había asentado la casa grande en el llano, una explanada extendida en la cumbre, desde donde se divisaban los sembradíos, el paso de la quebrada de La Coneja y si uno agudizaba la mirada podía ver hasta Las Travesías. Allí nacieron a mediados del siglo XIX sus cuatro hijos, dos varones, don Pedro y don Eladio; y dos hembras, doña Lucia y doña Femanda.

             Dedicados al cultivo del trigo y de las papas, transcurría lenta y apacible la vida en esos campos, a pesar de que en las tierras vecinas, hacia los lados de Tuñame y Jajó, los "lagartijos" y “los ponchos" mantenían a la gente en suspenso permanente.

 

EL MATRIMONIO de Tarcila Briceño

             Un día se presentó Nacho Briceño, hijo de don Eladio y primo de don Julio, a Las Travesías. Recibido con entusiasmo, reanudó los afectos de la familia y especialmente con don Julio. Los dos pasaban largas horas hablando. En ese tiempo el abuelo todavía no se había enfermado y se iban caminando juntos hasta la casa de don Felipe Quintero, a la orilla de la quebrada de La Coneja. Hercilia, su prima, empezó a mirarlo con cierta atención y a buscarle conversación. Le gustaba oír cuando contaba, con tanta seguridad, sus andanzas por Timotes, Valera y Torondoy. Pero lo que más le entusiasmaba eran sus planes de salir a vivir afuera, buscar trabajo en otros pueblos y formar su familia lejos de allí. A don Julio no le gustaba mucho la idea de ver juntos a los primos, pero a su pesar, tuvo que aceptarlo. Fueron pasando los meses y fijaron compromiso. Después pidieron "dispensa" al obispo y al final llegaron a casarse.

 

LA FAMILIA SE MUDA de Tarcila Briceño

             El pueblo más cercano a los Llanos de El Pajarito, era el de Las Mesitas, pequeña terraza que se levanta entre la quebrada de La Coneja y el río Burate. No sé en cuál momento, Hercilia y Nacho decidieron emprender el viaje hacia este lugar, pero si recuerdo una noche, cuando ya vivíamos allí, que vinieron a buscar a mi papá, para que fuera a perseguir a unos bandidos que se escapaban hacia el páramo y sus hermanas y yo nos pusimos a llorar al ver la cara de tristeza y preocupación que tenía mi mamá. Esa noche nadie pudo dormir en el pueblo. Poco a poco fuimos entendiendo que mi papá debía salir frecuentemente porque tenía un cargo muy importante, era el jefe civil. Muchos años después le recordé ese incidente; y él, aunque ya estaba muy enfermo, se puso de pie y como si recuperara las fuerzas, me repitió orgulloso la forma cómo había logrado, no sólo, capturar a los hombres de Braulio Araujo, sino que a partir de aquel momento tuvo el respeto de todo el pueblo.

             Creo que fue con la caída del presidente Medina Angarita, cuando llegaron muchos soldados al pueblito, se instalaron en las casas y prohibieron que saliéramos. Mi papá tenía una pulperia en una casa al frente de la de nosotros. Cuando al fin, se fueron los soldados empezamos a disfrutar de cierta tranquilidad. Durante el dia asistíamos a la escuela, que quedaba cerca de la plaza. Allá llevábamos unas silletas de cuero y pasábamos las horas con mi madrina Carmen que era la maestra. Pero el mayor entretenimiento era acompañar a mi papá y a mi mamá, por las noches en el negocio. El sitio se había convertido en el lugar de reunión de todo el pueblo, desde, que mi papá compró un radio grande de varias bandas. Todos los rancheros, envueltos en sus chamarras, se amontonaban alrededor del aparato para escuchar las noticias; y mi papá se esforzaba por explicarles que la guerra era muy lejos, que había gente que hablaba otros idiomas y, que la luz y el sonido podían viajar, a gran velocidad, largas distancias.

             Pocas fiestas se celebraban en el lugar. Tres veces al año venia el cura. Para el verano en el día de La Candelaria, en abril la procesión de San Isidro y en diciembre la Inmaculada. En esos días se decia misa, se bautizaban los niños y algunos se casaban. Pero lo mejor de todo eran las visitas que teníamos que pagar en cada una de esas oportunidades.

             Ir a la casa de Sinesio, al final de la única calle, era un delicioso regalo para nosotras. La casa de Sinesio estaba llena de un silencio que se oía, unas paredes blanquísimas, escuetas, vacías, sin ningún adorno; pero en el patio de la casa, había un árbol de durazno, el más grande que haya visto. Casi no nos atreviamos a recoger los duraznos, pero siempre llegaba Sinesio y con un tremendo cántaro de barro, descargaba al pobre duraznero. Sinesio era una persona muy particular, que mirábamos con mucha curiosidad. A Sinesio le gustaban las flores, hablaba de los pájaros, cuidaba amorosamente a un gato barcino, pero sobre todo era un gran amigo. Un día la visita fue muy triste, solamente rezamos, porque había muerto su mamá. Después de eso Sinesio se encerró y no volvimos a comer duraznos.

             Algunas veces acompañábamos a Tulia, que era mudita, a moler el trigo en la casa de las niñas Montillas. Trina, Margarita y Perpetuo eran tres mujeres, entradas en años, corpulentas, de cabello negro recogido en un moño, vestidas de negro hasta los pies, hablaban con una voz ronca. Pero algún callado instinto maternal las hacía muy bondadosas y cada una había escogido a una de nosotros para que fuéramos su preferida. Asi Margarita, me regaló una tacita de barro, Perpetuo le tejió un manguillo a Asunta y Trina le bordó un pañuelito a Romelia.

             La casa de las Montillas era grande y estaba bastante alejada del resto, rodeada de muchos árboles, tenía un atractivo especial, allí nos encontrábamos con las Señoritas Virtudes. Así llamábamos a una serie de pequeños arbustos que tenían unas ramas derechitas, como espigas, y estaban en fila a la orilla de una fuente que seguía hacia el molino. Nosotros corríamos toda la tarde a su alrededor sin lograr sacarlas de su silencio.

             Hercilia empezó a convencer a Ignacio, de que era hora de ir a "recorrer mundo" como en los cuentos de mi abuela. Al poco tiempo mi papá hizo viaje para Boconó. Mamá nos cuidaba, y le daba pecho a Heddy que estaba recién nacida. Una tarde, empezó un revuelo en la casa, teníamos que ir a recibir a mi papá que venía de regreso. Hercilia se quedó en la casa esperando; y Romelia, Asunta y yo nos fuimos hasta más allá del puente grande de madera, sobre el Burate, en la entrada del camino de Niquitao. Aún recuerdo la figura alada que tenía mi papá montado en un enorme caballo, cuando lo veíamos venir desde lejos. Se iba acercando pero, aunque tratábamos no lo pudimos tocar porque él venía galopando, y sin detenerse nos saludaba desde arriba. Lo veíamos enorme, distante, y por más que corríamos no pudimos alcanzarlo.

               Se empezó a preparar la mudanza. Se vendió el negocio y cerramos la casa. Una madrugada llegaron dos indios con unos enormes costales en la espalda, allí nos metieron a Asunta y a mi. Romelía ya iba sola en la mula y mamá cargaba a Heddy en su caballo. Así salimos por el mismo camino del puente hacia Boconó. Los indios, no hacían más que conversar y prepararse para atravesar un sitio, terrorífico, que se llamaba el Paso del Diablo. Mi hermana y yo nos acurrucábamos lo más que podíamos en el fondo de ese saco, apretábamos fuertemente los ojos, pero de ninguna manera pudimos dejar de ver las olas de fuego, inmensas, que tapaban el camino. Cuando llegamos, por la tarde al sitio de La Sabana, donde se une el río Burate con el Boconó, vimos a lo lejos a mi papá que nos estaba esperando y sentirnos un gran alivio.

               Nunca habíamos estado tan cerca de un río como ahora en Boconó, la casa estaba montada como un palafito sobre el propio cauce del río. Esto le dio un atractivo especial a nuestra estadía en ese pueblo. Pasábamos largas horas en el cuartico de atrás, desde donde nos asomábamos al río. Habíamos encontrado en el depósito de los granos que vendía mi papá, unas ilustraciones bellísimas, donde aparecían ciudades lejanas, rostros desconocidos y palabras indescifrables. Cuántas horas felices pasamos, mirándolas, acompañadas con el rumor del agua.

               Poco tiempo estuvimos en ese lugar, no sé porqué un día mamá nos retiró de la escuelita que quedaba cerca de la plaza y nos dijo ‑ahora van a estudiar en un gran Grupo Escolar‑. Sin mayores explicaciones, nos vimos, de nuevo en otra mudanza.

 

 HACIA LA VEGA de Tarcila Briceño

                Mi tía Olympia nos dice que el domingo vamos a ir a La Vega, a la casa de don Mario Briceño. Bajamos a caballo con Arcángel y Alirio, unos primos que tienen la misma edad de nosotros. Después de una hora de camino pasamos el río Burate y llegamos. Lo que más me gusta es el inmenso muro que rodea la casa. Las paredes altas y gruesas de tierra pisada, con algunos agujeros intercalados, le dan un parecido a un castillo infranqueable. Es una casa muy antigua con un gran corredor al frente. Allí están don Mario y doña Domitila recibiéndonos.

                 Domitila, es media hermana de mi papá. Pequeña y muy conversadora nos lleva por toda la casa. Nos muestra sus matas, su cuarto de costura, el cuartico de los santos y se detiene en su cocina. Pocas veces he visto una cocina tan grande como esta de Domitila. Tiene un cimiento alto hecho en piedra. Y encima había una especie de chimenea que dejaba filtrar un rayo de luz que iluminaba una parte de la habitación y servía de escenograflia para un acto especial. En el centro, una mesa de cedro larguísima, alrededor de la cual, nos sentarnos todos a comer. Domitila se encargaba de dirigir la cocina, lo había hecho toda la vida y lo continuaba haciendo ahora, a pesar de que ya no era tan joven. Se esmeraba en mantener un orden casi simétrico del utillaje y nos hablaba con orgullo y satisfacción de su vida doméstica. A su lado nos sentíanios protegidas. Quiero quedarme unos días con Domitila.

                 Las tierras de La Vega, las había recibido don Mario de sus abuelos paternos. Desde aquella época se construyó el trapiche para la molienda de la caña de azúcar. Hoy, fuimos con Antonio Jacinto a conocerlo. Nunca habíamos entrado en un lugar como este. Ni habíamos llegado a ver canales de melcocha, deslizarse lentamente, hasta tomar las formas más variadas y apetecibles. Fue para nosotras un descubrimiento. Qué delicioso era clitipar el dulce jugo de la caña.

                 Don Mario era un hombre muy bien parecido. Alto, blanco, de piel suave, le gustaba hablar de sus tierras, de las nuevas siembras, de lo dificil que era sacar la panela para llevarla a vender al pueblo de Boconó.

                 Don Mario, cuando era joven, conoció a Gertrudis, mi abuela. Y por lo que he oído, parece que se enamoraron. Ella nunca habla de esto. Tampoco mi tía. Ni Domitila.

                 Esa tarde cuando regresamos a Las Travesías, la figura de mi abuela, se destacaba, esperándonos en la puerta de la casa. Ella con su porte altivo, con aquellos rasgos indígenas tan acentuados, su cabello recogido y un chal negro de lana sobre sus hombros. Al verla no podía dejar de pensar en la imagen de Dolores del Río, en una película que vimos en el cine Mirabel en Trujillo.

 

DICIEMBRE EN LAS MESITAS de Tarcila Briceño

             En esos días de diciembre, en los párarnos, la brisa es suave y seca. El cielo se pone muy azul y la luz es muy brillante. A uno le dan ganas de salir a caminar y recibir el calorcito del sol.

            Una de esas mañanas, mi abuela Gertrudis tomó una heroica decisión. Debíamos ir a rescatar los santos de Pacesita. Aunque no conocíamos muy bien las razones que rnovían a mi abuela, todos nos entusiasmamos ante tremenda aventura. Los hijos de mi tía Carmelita, Alirio, Arcángel, Héctor. Otros primos, también se agregaron. Mi tia Olympia y mis hermanas nos dispusimos sin saberlo a realizar una cruzada.

             Tomarnos el camino hacia la quebrada La Coneja, y al pasar por la casa de Eleazar, éste nos preguntó que para dónde íbamos. Mi abuela con mucho ímpetu contó que a rescatar los Santos, a lo cual respondió Eleazar que él también nos acompañaba junto con sus tres hijos, Santana, Francisco y Gabriel. Así atravesamos el puente de la quebrada y llegamos a la casa blanca y de gruesas paredes de don Felipe Quintero. Salió él, con aquellos enormes bigotes, que a mí me asustaban, y muy atento, pues tenía un compadrazgo con mis padres, saludó a doña Gertrudis. Al saber el motivo de nuestra expedición se alistó junto con sus hijos Ennodio y Salvador, que tenían más o menos nuestra edad.

             Seguirnos el camino y tomamos la cuesta que sube hacia la Loma de Carora. En ese lugar nos detuvimos un rato para mirar hacia el fondo del valle. Qué sensación tan extraordinaria, sentíamos allí, encaramados en aquella parte todavía redondeada de la montaña, cubierta de espigas de trigo; y nosotros con el pecho inflamado de una emoción mística que nos hacía recordar los versos que cantaba la Hermana Carmen Inés, en el colegio de monjas... "Adalides en ciernes de Cristo... Levantemos por arma el amor"...

             En ese punto se habían agregado al grupo, doña Elba Araujo, Ernesto, Carmencita y parientas suyas que habían llegado de La Ovejera. Continuarnos caminando como una hora más hasta llegar a la casa de Otilia Vergara, donde según afirmaba mi abuela, estaban ocultas las reliquias que se habían perdido desde hacía muchos años, de la casa de El Lamedero. Doña Gertrudis que llevaba puesto un romantón verde oscuro, muy pesado, para protegerse del frío, parecía un mariscal de campo del ejército soviético. Con mucha energía, abrió la puertica de madera y alambres que cerraba el cimiento de piedras, entró y se instaló en el zaguán de la casa. Al sentir tanta gente, salió de la casa una joven, con varios niños, que nos mandó a pasar adelante. Para nuestro asombro la casa estaba totalmente desprovista de imágenes, y de adorno alguno, solamente un pequeño retablo de la virgen del Perpetuo Socorro, quedaba colgado a la cabecera de una cama. La muchacha, era nieta de Otilia y nos contó que un día unos forasteros llegaron y se llevaron el Crucifijo, la Inmaculada y la figura calva de San Pedro; "y que, porque los necesitaban para que resolvieran unos asuntos a gente de la ciudad".

             Esa tarde, el regreso fue lento, hacía mucho frío. Cada uno callado se fue quedando en su casa sin siquiera despedirse. Cuando llegamos a la nuestra, mi abuela se instaló en la cocina a la orilla del fogón y pasó largo rato pensativa y moviendo de vez en cuando los tizones. Esa noche no hubo cuentos.

 

SIMÓN ELADIO Y MARIANA de Tarcila Briceño

            El Tatarabuelo‑bisabuelo, Simón Eladio, nunca salió de los campos de Bisún, del Llano de El Pajarito y Las Travesías. Pasó toda su vida pendiente de la tierra, del cultivo y del ganado. Se casó con doña Mariana Briceño, que venía de una familia de

            Niquitao. Eran muy jóvenes cuando se casaron y se fueron a vivir en la casa del Llano que ahora es de mi abuelo Julio. Mariana tenía especial predilección por el tejido. Seguramente de ella heredó Hercilia esa misma afición. Mariana conocía todos los pun­tos y pasadas, la cadena, los patitos. Y la aguja de tejer en sus manos iba tan rápido que uno se mareaba­ al verla. Pasó la vida entre manteles, cubrecarnas, tapeticos, pañuelos, cuellitos, escarpines. Una vez se propuso hacer un mantel para el altar de la capilla de la virgen de Durí. Encargó cincuenta ovillos de hilo de Croché al pueblo de Boconó. Y pasó dos años tan entretenida tejiendo que luego cambiaba el orden de los meses y los días como si el tiempo no hubiese transcurrido. Pero doña Mariana era además una mujer de un espíritu muy alegre, muy observadora y disfrutaba especialmente la buena conversación.

             Don Eladio se casó a los veinticinco años. De esa época debe ser el retrato que está en la sala de la casa de mi abuelo Juliocasa tic mi abuelo Jullo. Se ve un joven bien parecido, de bigotes grandes y rubios, ojos aguarapados; aunque se le ven las facciones finas, luce un aire muy varonil  y su mirada un tanto severa, trasmite una sensación de seguridad y mando que nos recuerda a mi papá. A su lado, de pie está doña Mariana con un traje largo, de color claro, lleva una blusa de encajes, cuello alto y mangas largas. Parece que el pelo es de color negro y los ojos también. Le pasa suavemente la mano sobre el hombro a su esposo. Cuando los miro en ese retrato, siento una profunda calma a mí alrededor. Por qué los retratos desvaídos nos producen esa sensación.

              Cuando Simón E1adio y Mariana se casaron recibieron las tierras de la Loma de Carora, el páramo de La Cinturita, y los llanos de El Pajarito. Mucho tuvieron que trabajar para ponerjas a producir. La Loma se cubrió de trigo y en El Pajarito se criaban algunas ovejas y vacas. La Cinturita era demasiado fría para sembrar. Allí sólo se daba una gramita corta y maticas de albricias, cuyas fruticas tenían un fuerte olor que emborrachaba; y en las partes más altas de La Cinturita únicamente había frailejones. Así como el tejido de Mariana, estas tierras también las heredó Hercilia.

 

EL PÁRAMO DE LA CINTURITA de Tarcila Briceño

             Hoy, Asunta, Romelia y yo Iremos al páramo de La Cinturita, nos acompañan Alirio y Arcángel, primos de nuestra misma edad. A mí me toca montar en una yegua que es tuerta y además no tiene silla.. A duras penas me encaranlo en un enjalme de carga y logro trasponer las cuestas y bajadas que sirven de camino. Mis hermanas van mejor acomodadas y hacen el camino más rápido. Cuando voltean a  mirarme no pueden dejar de reír al ver mi pequeña figura sobre aquel maltrecho animal. Pasamos todo el día en el recorrido de Ida y vuelta y ahora cuando vuelvo a evocar esos momentos, siento la misma euforia que nos embargaba al estar encaramadas en aquella cumbre, desde donde contemplábamos la inmensidad de esas montañas, sentíanlos el viento frío en nuestro rostro y nosotros allí, mínímas, pequeñas, felices.

                            (Textos tomados de Retratos de Familia  (2001) de Tarcila Briceño, Anauco Ediciones, Caracas)

 

 

 

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